( Anécdotas escuchadas
bajo el sol caribe)
***Sucedió
durante
la Segunda Guerra Mundial en playas de la Guajira colombiana: durante noches
oscuras un submarino alemán solía acercarse al litoral para permitir que los
marineros exhaustos pisaran tierra y respiraran aire, un breve descanso después
de semanas de navegación en aquel sarcófago navegante. Cuenta la leyenda urbana
que los miembros de la colonia alemana en Barranquilla asistieron a estos
marineros, a quienes llevaban provisiones y alimentos frescos. Dicen que también
colaboraron indios guajiros, seguramente curiosos por conocer a estos hombres
barbudos y pálidos que vivian bajo el agua alejándose de la guerra lejana de su
patria y dedicados a torpedear uno que otro barco gringo… modernos piratas del
Caribe. Consta que los encuentros se repitieron y que las autoridades
colombianas, una vez informadas, mandaron patrullar la zona. Sin embargo no se registró́
acto bélico alguno. La región permaneció́
en paz.
Lo que
nunca se comentó y que sí ocurrió ́con seguridad fue que no todos los
marineros volvieron a su buque de guerra anclado en el mar. Hubo desertores,
varios. Y eso no fue debido al sabor de sancochos, empanadas y arepas, ni
tampoco por una invasión de espíritu pacifista: fue debido … a las cautivadoras
indias.
¿Y qué
pruebas existen de esta tesis difamatoria? …porque nunca fueron hallados nunca
ni detenidos estos prófugos. Pero hay una muy tangible: ¿De donde salieron de
pronto tantos indios rubios?
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***Sucedió
al
final de la Segunda Guerra Mundial en el denso bosque de la Sierra Nevada de
Santa Marta: un avión militar alemán, un Stuka
con el
emblema de la cruz gamada(así lo quiere la leyenda) intentó
aterrizar
sin hallar pista y se estrelló en pedazos. Nadie presenció el aterrizaje
accidentado y la densa jungla cubrió los restos en poco tiempo. Esto seguido
de la narración de un suceso algo inverosímil… pero creció… la sospecha que
algo así era posible rodó entre la gente costeña siempre sensible a los
misterios. Y pronto cundió la fama del avión caído con algo de los tesoros del
“Tercer Reich” y se encontrara el algún lugar de la profundidad de la selva en
Sierra Nevada. Jamás se preguntó cómo un Stuka, que es un avión de poco radio
operativo, podría llegar hasta Colombia o por qué no lo habían visto ni
localizado los indios – que todo lo ven. Sin ambargo, el misterio aumentó aun
más: Varias personas desaparecieron en la tarea de buscar el aparato y se habló de una extraña
concentración de serpientes en un sector intransitable.
Mi testigo
narrador juró haber llegado hasta allí
y haber descubierto los restos y visto el emblema. Pero no dio un paso más
porque se hallaba rodeado de decenas de culebras cascabel.
–Estos bichos protegen todo este cargamento, me dijo.
Y continuaba: –Pero yo sé quien ha
logrado pasar:
¡Los cafeteros!
–¿Por qué, ellos?–Se han hecho ricos. Y uno de ellos es
alemán y sabe el código para abrir la caja fuerte del avión.
¿Y el piloto?
Se murió, y ahí está el esqueleto.
Se dice que
la masa del tesoro aún está allí.
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***Sucedió en una playa colombiana
del Caribe; allí vivía un señor alemán que observaba un régimen especial de
subsistencia: sus alimentos principales eran cerveza y pescadito frito, eso
precisamente ofrecía a los clientes y amigos. Procuraba que reinase orden en su
alrededor lo cual se esperaba de un señor alemán de ciertos años. Su larga
melena blanca y su barba del mismo color flotaban en la brisa de Salgar cada
vez que ayudaba a ubicar el lugar exacto donde debían parquear los clientes sus carros que conducían hasta esta
playa, entonces solitaria.
Encima de
la choza modesta se levantaba un mástil y en este palo el alemán siempre subía
una bandera cuando el pescado estaba listo. El señor había seleccionado una
bandera tricolor de negro, blanco y rojo. Y quiso la casualidad que tales
habían sido los colores del desaparecido Imperio Alemán con su emperador
Guillermo II. Una bandera de un Imperio
desaparecido, realmente misterioso y digno de recordar. ¿Cómo llegó el señor
alemán a cometer tal disparate? Pues esta era
la bandera de su sueño político, nada real todo transcendental como es
debido para un alemán auténtico. Por las tardes llenas de brisa violenta el
alemán se pasaba de la cerveza al wiskey y entonces afirmaba aún más su
autenticidad.
Quiso la
mala suerte que a poca distancia de su choza se estableció otro, alemán como
él, más no con las mismas ideas. Aquel nuevo alemán también observaba las
reglas del buen beber para llegar cargado a la hamaca. Todo podría haberse
desarrollado en armonía si aquel novato no hubiese exhibido los colores negro,
blanco y rojo en otra composición, precisamente la que usaba el Tercer Reich,
también hundido ya. La Cruz Gamada negra sobre la tela no era tolerable para el
primer individuo y dio comienzo a una
larga y encarnizada enemistad entre los dos alemanes y una lucha por cada grano
de arena a su disposición. El nuevo alemán había bombardeado Londres y luego
había prestado sus servicios a uno u otro dictador latinoamericano - y se
ufanaba de ello.
Su enemigo
en el fondo monárquico se solidarizó siempre con proyectos de la clase obrera a
la que pertenecía.
Cuando los
dos cruzaban miradas por casualidad , uno levantaba el puño izquierdo y el otro
le respondía con el saludo fascista con la mano derecha.
A las cinco
de la tarde ebrios ambos, se mostraban desde algunos metros de distancia mutuamente
los culos y se gritaron unos insultos que por ser en alemán no ofendieron a más
nadie.
Así siguió
la cosa, y podía haber continuado si no se hubiese presentado una fuerza mayor…
la Muerte. En realidad ella mandó un preaviso: "Allá va la Cirosis, pronto
he de venir yo."
Y ambos
comprendieron el aviso. En cuanto empezó a sentirse muy mal el bombardero se
refugió a la choza del obrero, y ahí, recostado en un rincón, preparó su marcha
al Hades de los aviadores perdidos. El otro, mientras tanto, preparó el final
del drama: encargar un ataúd; para ello reclamó mi colaboración y yo encabecé
el servicio de una funeraria hasta la playa en una oscura noche.
Pero
sucedió que el que iba a morir no murió y el servicio resultó precipitado, así
las cosas disponía yo de un ataúd pero de ningún muerto.
Ante un
enredo de esta clase no hay más nada que hacer sino aguantar y confiar en la
colaboración del "hermano Tod", masculino en alemán y no suavemente
femenina como lo es "la Muerte" en español.
Pronto se
los llevó y así entendimos mejor, cómo deben arreglarse disputas y conflictos mayores
históricos. Todo tiene una solución, sólo es cuestión de tiempo. Y también hay
una nota de conformidad y resignación: ¿Qué haríamos si él o ella no ayudara a resolver nuestros
problemas?
Manfred
Peter agosto de 2010
y
friedrichmanfredpeter julio 2016
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