viernes, 22 de julio de 2016

<¡Oh Dios mío!>

Una mirada atrás, <¡Oh Dios mío!>
por F. Manfred Peter 


– Un obispo y un cochino asado --

Su Eminencia C G presidía la reunión formada por ilustres cudadanos de Barranquilla pertenecientes al Opus Dei - eso sospecho - y un pequeño grupo de católicos alemanes laicos que había venido de Alemania para visitar los proyectos financiados por la iglesia católica alemana por medio de la acción ADVENIAT.

Nos encontrábamos en las instalaciones de un elegante club social de la ciudad.En el curso de los años, la acción ADVENIAT ha logrado colectar sumas importantes durante las fiestas de Navidad en las iglesias alemanas. Este dinero se destina exclusivamente para apoyar la labor de la iglesia católica en Latinoamérica. Su Eminencia saludó muy cordialmente a la delegación alemana y yo traducía. Por eso me habían invitado. Luego resultó que no era necesaria la traducción porque los alemanes comprendían suficiente español.
– No, dije yo, – ahora es en su honor, pero tal vez lo era hace muchos siglos, cuando los indios caribe y tayrona de esta región eran antropófagos y hoy seguramente se tratará de una revitalización o actualización de esa vieja herencia cultural.
De los parlantes elegantemente escondidos salían ritmos rockeros.
Había llegado el padre B, capellán del CA y profesor de religión. Enseguida se vió rodeado de curiosos. Los alumnos se abalanzaron sobre él rodeándole con gritos y con la bulla que siempre producen extasiados. El padre se movía entre ellos con gestos cinematográficos. Siempre llevaba cuello de clérigo bajo una guayabera gris elegante. El padre era parroco de una iglesia en un barrio noble y fino. Su iglesia era de una impresionante modernidad construida a modo de una carpa ( tienda de campaña) con su tejado llegando casi al mismo suelo. Por fuera de color cemento, lucía por dentro un ambiente casi inmaterial por la luz filtrada por cristales de discretos colores.

Después del intercambio de palabras corteses comenzó a establecerse el diálogo entre los asistentes a continuación se servía un almuerzo. Para la tarde estaba previsto visitar los distintos proyectos en la ciudad que habían sido financiado por medio de las donaciones de los visitantes feligreses alemanes y yo recordaba a mi madre siempre tan buena feligrés aportando. a veces en medio de enormes limitaciones, lo suyo para fines como el de esa día. 
No olvido el asombro en las caras de los visitantes cuando, al abrirse la puerta del salón, unos camareros vestidos de cocineros introdujeron sobre una especie de camilla sobre ruedas un cochino entero asado, decorado con verduras en su alrededor y que llevaba un ramillete de perejil o algo así entre los dientes. Del vientre abierto del animal brotaron ristras de chorizos, butifarras, arroz con tajadas de piña. Yo nunca había visto nada así y mis compatriotas tampoco.


Mientras los alemanes quedábamos estupefactos y mudos, los asistentes costeños irrumpieron en aplauso y expresaron su grandísima satisfacción. No recuerdo la reacción de su Eminencia y suponía que a él también le había pillado de sorpresa y no sería responsable de tal escena tan poco apegada a la condición de los visitantes. Y  registraría la escena con disgusto. Por lo menos  eso era lo que yo esperaba.

No sabíamos exactamente dónde meter el diente ante el espectáculo que me pareció obsceno y grotesco, algo digno del ambiente de la película de Pier Paolo Pasolini, Saló ( creo que así se llama) que retrata con morbo y asco las costumbres decadentes de una sociedad pervertida.
–¿Es eso siempre costumbre aquí? me preguntaba una mujer del grupo de los visitantes.
Y así pasó.

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***Un padre que no ha hecho votos de pobreza
Su llegada era espectacular. El carro descapotable lucía estupendamente. Tenía el capote negro echado atrás; el carro, una cucaracha modelo VW de fabrición mexicana, pero un ejemplar fuera de serie, de color naranja, llevaba parachoques negros y dos tubos de escape espectaculares de acero inoxidable.
Los asientos tapizados con fino cuero negro daban impresión de un salón para ocasiones especiales.

No le hacía falta dar clases en el CA. Pero le gustaba el contacto con nuestro ambiente y pretendía difundir la imagen de la fe católica como algo nuevo y moderno que no estaba reñida con progreso, modernidad y con las modas cambiantes. No me atrevo a juzgar, hasta qué punto eso es acertado y corresponde a un cristianismo auténtico. Yo lo ví y veo como una pretensión de vanidades tontas. Y me recordaba la anterior escena con el obispo y ya no me extrañaba. Nunca hablé sobre eso con mi amigo jesuita M. Me pareció que le habría incomodado y no me habría dicho lo que de eso pensaba, por prudencia y solidaridad que en él siempre predominaban.



Pero un día me decidí a buscar la conversación con el padre B. Me escuchaba con atención. Me di cuenta, cómo su cara cambió, perdió toda amabilidad y me miraba cómo diciendo -- ¿Y usted tan cristiano como yo, cómo vive?-- y después de una larga pausa muy friamente me contestó: –No he hecho votos de pobreza.

friedrichmanfredpeter julio 2016

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