Una mirada atrás, <¡Oh Dios mío!>
por F. Manfred Peter
– Un obispo y un cochino asado --
Su Eminencia C G
presidía la reunión formada por ilustres cudadanos de Barranquilla
pertenecientes al Opus Dei - eso sospecho - y un pequeño grupo de católicos
alemanes laicos que había venido de Alemania para visitar los proyectos
financiados por la iglesia católica alemana por medio de la acción ADVENIAT.
Nos encontrábamos en las instalaciones de un elegante club social de la ciudad.En el curso de los años, la acción ADVENIAT ha logrado colectar sumas importantes durante las fiestas de Navidad en las iglesias alemanas. Este dinero se destina exclusivamente para apoyar la labor de la iglesia católica en Latinoamérica. Su Eminencia saludó muy cordialmente a la delegación alemana y yo traducía. Por eso me habían invitado. Luego resultó que no era necesaria la traducción porque los alemanes comprendían suficiente español.
– No, dije yo, – ahora es en su honor, pero tal vez lo era hace muchos siglos, cuando los indios caribe y tayrona de esta región eran antropófagos y hoy seguramente se tratará de una revitalización o actualización de esa vieja herencia cultural.
De los parlantes elegantemente escondidos salían ritmos rockeros.
Había llegado el padre B, capellán del CA y profesor de religión. Enseguida se vió rodeado de curiosos. Los alumnos se abalanzaron sobre él rodeándole con gritos y con la bulla que siempre producen extasiados. El padre se movía entre ellos con gestos cinematográficos. Siempre llevaba cuello de clérigo bajo una guayabera gris elegante. El padre era parroco de una iglesia en un barrio noble y fino. Su iglesia era de una impresionante modernidad construida a modo de una carpa ( tienda de campaña) con su tejado llegando casi al mismo suelo. Por fuera de color cemento, lucía por dentro un ambiente casi inmaterial por la luz filtrada por cristales de discretos colores.
Después del
intercambio de palabras corteses comenzó a establecerse el diálogo entre los
asistentes a continuación se servía un almuerzo. Para la tarde estaba previsto
visitar los distintos proyectos en la ciudad que habían sido financiado por
medio de las donaciones de los visitantes feligreses alemanes y yo recordaba a
mi madre siempre tan buena feligrés aportando. a veces en medio de enormes
limitaciones, lo suyo para fines como el de esa día.
No olvido el asombro
en las caras de los visitantes cuando, al abrirse la puerta del salón, unos
camareros vestidos de cocineros introdujeron sobre una especie de camilla sobre
ruedas un cochino entero asado, decorado con verduras en su alrededor y que
llevaba un ramillete de perejil o algo así entre los dientes. Del vientre
abierto del animal brotaron ristras de chorizos, butifarras, arroz con tajadas
de piña. Yo nunca había visto nada así y mis compatriotas tampoco.
Mientras los alemanes
quedábamos estupefactos y mudos, los asistentes costeños irrumpieron en
aplauso y expresaron su grandísima satisfacción. No recuerdo la reacción de
su Eminencia y suponía que a él también le había pillado de sorpresa y no
sería responsable de tal escena tan poco apegada a la condición de los
visitantes. Y registraría la escena con
disgusto. Por lo menos eso era lo que yo
esperaba.
No sabíamos
exactamente dónde meter el diente ante el espectáculo que me pareció obsceno
y grotesco, algo digno del ambiente de la película de Pier Paolo Pasolini,
Saló ( creo que así se llama) que retrata con morbo y asco las costumbres
decadentes de una sociedad pervertida.
–¿Es eso siempre costumbre aquí? me preguntaba una mujer del grupo de los visitantes.
Y así pasó.
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***Un padre que no ha hecho votos de
pobreza
Su llegada era
espectacular. El carro descapotable lucía estupendamente. Tenía el capote
negro echado atrás; el carro, una cucaracha modelo VW de fabrición mexicana,
pero un ejemplar fuera de serie, de color naranja, llevaba parachoques negros y
dos tubos de escape espectaculares de acero inoxidable.
Los asientos tapizados
con fino cuero negro daban impresión de un salón para ocasiones especiales.
No le hacía falta dar
clases en el CA. Pero le gustaba el contacto con nuestro ambiente y pretendía
difundir la imagen de la fe católica como algo nuevo y moderno que no estaba reñida
con progreso, modernidad y con las modas cambiantes. No me atrevo a juzgar,
hasta qué punto eso es acertado y corresponde a un cristianismo auténtico. Yo
lo ví y veo como una pretensión de vanidades tontas. Y me recordaba la anterior
escena con el obispo y ya no me extrañaba. Nunca hablé sobre eso con mi amigo
jesuita M. Me pareció que le habría incomodado y no me habría dicho lo que
de eso pensaba, por prudencia y solidaridad que en él siempre predominaban.
Pero un día me
decidí a buscar la conversación con el padre B. Me escuchaba con atención.
Me di cuenta, cómo su cara cambió, perdió toda amabilidad y me miraba cómo
diciendo -- ¿Y usted tan cristiano como yo, cómo vive?-- y después de una
larga pausa muy friamente me contestó: –No he hecho
votos de pobreza.
friedrichmanfredpeter
julio 2016
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