jueves, 30 de octubre de 2014

El Cólera

Heinrich Heine escribió en el  texto  "Französische Zustände" lo que observó en París durante la peste de  cólera sucedida en los primeros años del S XIX.   El mencionado ensayo editado bajo ese título por el  editor alemán del poeta en Hamburgo,lo traduzco y comento en su parte principal, las apreciaciones de Heine, fechadas el  19 de abril de 1832.
Tal vez encuentre interés actual en estos tiempos del ébola por parte de los lectores del Blog Augenblicke - Miradas.


>Estoy hablando del cólera que nos gobierna aquí - sin limitaciones ni respeto al estado social o al credo político de sus víctimas; las está tumbando por miles.
Esta peste no ha sido tomada en serio, porque de Londres habían llegado noticias  diciendo que se cargaba relativamente poca gente. Y al comienzo existió una tendencia a burlarsede este mal. Se creyó que el señor Cólera para ser respetado cuidaría su reputación. Por eso el Cólera se vió obligado a tomar medidas similalares a las aprobadas por los señores Robespierre y Napoleón  , porque para ser respetado hay que diezmar a la población.
Pues la gran miseria que aquí hay y la insalubridad general, la ausencia de medidas de prevención y de cuidado hicieron que el Cólera fuera más temible que en cualquier otra parte.
Había sido anunciada su llegada para el día 29 de marzo; y porque este es día de carnaval los parisinos se divertían alegremente sobre los bulevares, donde desfilaron disfraces ridiculizando el temor ante esta enfermedad. La misma noche las fiestas bailables fueron más frecuentadas que nunca. Risas, música y el baile Chahût iban calentando el ambiente. Se consumieron helados y bebidas frías. Hasta que - de pronto - el más alegre de los arlequinos sintió mucho frío por las piernas. Se quitó la máscara y, todos sorprendidos, vieron una cara de color azul- violeta .
Ahora, todos notaron que eso ya no era un chiste, y directamente de la sala de baile - la Redoute - transporaron una carreta cargada de gente al Hôtel-Dieu, al hospìtal general, y allí disfrazados  como habían llegado, murieron. Se oyeron gritos de miedo en todas partes, y  los muertos fueron enterrados rápidamente tan alegres como habían vivido, alegres reposan ahora bajo tierra.<

>Entonces cundían rumores de que no era la enfermedad la que mataba a la gente sino un veneno y que el envenenamiento podía provenir del mercado de verduras, de los panaderos, de carniceros o de vendedores de vino. Y mientras más exóticas fueron las teorías, más las creía  la gente asustada. 
Hasta la policía colaboró con esa fobia, por difundir la noticia de que  investigaban  el caso y que ya había pistas sobre las que se estaba trabajando.
"¡Esto es increible!" gritaron los más viejos que aunque se acordaban de la Revolución  no recordaban  nada peor que lo que estaban sufriendo ahora. "¿Franceses, dónde está nuestro honor?" preguntaron, poniéndose las manos en la cabeza. Mujeres con sus bebés en brazos recorrían las calles y la pobre gente no se atrevía a beber ni a comer.
En las esquinas se formaron grupos de personas enfadadas y allí fue donde se decidió registrar a los transeuntes desconocidos para ver qué llevaban en sus bolsillos. Fueron dedectados varios "envenenadores"; algunos lograron escapar; otros fueron golpeados y heridos , además  seis personas fueron muertas  a golpes. Y en Saint Denis se escuchó el viejo grito "¡à la la lanterne!"
En la calle Vaurigard fueron asesinados dos hombres por llevar un polvo blanco en sus bolsillos y yo mismo vi a algunas  mujeres quitarse los zapatos hechos de madera para golpearles sobre las cabezas hasta que murieran.
 Y un hombre alto y bruto amarró un muerto a una soga y lo arrastró por el centro de la calle gritando:"¡Voilà le Choléra-morbus!" Una bella mujer con los pechos desnudos dio patadas al cadaver al paso y me pidió dinero para comprarse – "un vestido negro"– decía,  porque su madre había muerto dos horas antes.

Un día después fue publicado la noticia de  que aquellas personas habían sido inocentes, y el polvillo hallado en sus bolsillos era simplemente un remedio contra el cólera.
Debo alabar a la prensa porque supo calmar la situación que la policía había agitado. Y la gente, tal como se enfurecieron, se desenfadaron nuevamente, arrepentidos de los excesos cometidos presentaron después  un cuadro de dulzura y suavidad.<

Heinrich Heine- observador crítico del ambiente- describe una situación que no se esperaba en la ciudad de la luz.
Luz de la razón y templo del bienvivir, así al menos lo exige un cliché. La ciudad de Paris, donde rápidamente renace este grito:
"¡à la lanterne!", una ciudad que tradicionalmente reune los extremos,sin digerirlos produciendo novedad, también en la moda.
Aun no habían nacido las avenidas que marcan el estilo parisino hasta hoy. La labor de la artillería de turno para poner el pueblo en jaque mate, y el genio del arquitecto Hausmann tardaría todavía uno años.
Lo que Heine observa  es una ciudad bajo el imperio del miedo.El Cólera simboliza la inestabilidad de la existencia. Y eso, en medio de fiesta y de optimismo generalizado. A la mitad de caranavales se presenta el Cólera, que personalizado exige respeto y para conseguir eso, mata o diezma la gente.
No hay nada que hacer, son fuerzas mayores. Todas las sociedades  pasan al desequilibrio bajo la fuerza de la catástrofe. Personas pacíficas se vuelven terroristas, y la volencia que llevamos dentro brota a flor de la piel. Se busca al culpable para desahogar esa ira antes de pasar a la resignación.
Aprendemos que grandes catástrofes no desatan la compasión, la solidaridad, como se piensa comunmente. Al contrario, estimulan el deseo del desquite, de la venganza. Históricos resentimientos se desahogan impunemente. El barniz de la civilización facilmente se rompe, y el pogrom contra la minoría judía, la persecución de inocentes y expulsiones de la vida cotidiana,  se convierte en hechos  posibles. La convivencia de siglos puede quebrarse. Las fobias colectivas son causa de  persecución, violencia y destierro. Se desatan con facilidad porque hay una predisposición a ello en el carácter humano. No somos inocentes.

Hay un consuelo, porque consta que las maldades no son duraderas. Se agotan estos actores después de haber cometido lo suyo. El ánimo cansado  vuelve a la normalidad cuando agota su reserva vital o se aburre.
¡Ya basta! nos lo dice la mente horrorizada antes de sentir la llamada de la conciencia, la maravillosa fuente de inspiración humanista. Cuando ya es tarde, nos acordamos de ella. Nos maravilla la hermosa sentencia de Manuel Kant, "der Moralische Imperativ" - el imperativo moral, que todos lo llevamos guardado bajo la llave de nuestra conciencia, y que ha causado tanta admiración al filósofo de Königsberg.
Sabemos del bien hacer, aunque no hayamos sido instruidos; hemos nacido con él. ¡Qué maravilla!
¿Sirve este saber durante los tiempos del Cólera?

Sabemos algo de eso por medio de la literatura, pero hasta que no nos suceda personalmente, no sabemos nada.
Cuando cuerpo y mente se encuentran en estado de sitio, bajo amenaza de la muerte, todo es posible. En Paris y en todos los lugares.
¡No nos hagamos falsas ilusiones!


friedrichmanfredpeter  octubre14

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