Sí, Madame, es cierto,
desgraciadamente sufro esta pasión por la razón, pero ella no me quiere a mi.
Yo le doy todo, y ella nada me da. Sin embargo, no la puedo dejar.
Me está pasando lo de
Salomón, que dice que alabó la iglesia cristiana cuando deseaba aquella joven
morenita ardiente. El rey compuso el Cantar y lo disimuló así, para que sus
judíos no se dieran cuenta.
Así hago yo cuando canto en
tantos poemas a la razón; me la imagino como una fría y pálida señorita que me
atrae y me rechaza al mismo tiempo, vuelta de espalda hacia mi. Este es el
secreto de mi amor infeliz. Y con eso, Madame, le estoy dando la clave para
comprender mi locura.
Es una locura muy especial,
distinta de la que poseen los demás locos ordinarios..... La mía me eleva:
El bosque de robles se
levanta al aire, encima en alto vuela
el águila, más alto aun pasan las nubes y
encima de ellas brillan las estrellas, Madame, ¿ No estaremos ya demasiado
altos?
Pues, más allá vamos, allá
donde están los ángeles, y más alto alcanza mi locura, Madame.
Heinrich Heine, Ideen, Das Buch Le Grand,
Cap.XVI
Nota:
¿Hay alguna
necesidad para acordarse en el año 2014 de Heinrich Heine? ¿Precisamos esa
locura que él describe y proclama?
Está enamorado
de la razón, dice a la dama de su imaginación;
y la razón no
le ama, le desprecia, porque lo que dice y hace no es razonable. Según las
instrucciones que nos dan desde la temprana infancia debemos ser razonables,
juiciosos, hay que seguir los preceptos y criterios de los ancestros porque
ellos, los experimentados, deben saber mejor lo que nos conviene hacer, pensando
lo correcto siempre.
La razón, de la
que está enamorado Heine, es de otro carácter. No es esta razón práctica y
operativa, la que necesitamos a diario para sobrevivir, para contar la plata
que nos alcance y rellenar correctamente los formularios de la declaración de
la renta. La lengua alemana, la de Heine, posee dos términos para distinguir la
razón operativa de la razón especulativa , cargada también de lo que llaman
razón sentimental y de la fantasía. Unos asuntos se arreglan por medio de
"der Verstand", que procede del verbo "verstehen", operación pasiva que significa entender y
comprender un asunto. El otro término, y este es el que Heine tiene en mente,
es "die Vernunft", y este
va más allá del puro entender.
Vernunft encierra las
categorías del simple razonamiento. Sin eso no podríamos poner en marcha
nuestras operaciones mentales. Pero los
pensamientos solo vuelan por medio de esta fuerza representada en el término Vernunft, y de ella está enamorado Heine. Pero no ella
de él como dice su sentencia cargada de pesimismo. Sus pensamientos vuelan, pero no aterrizan,
se caen como Ícaro cayó cuando se acercó
al sol. Solo las alas de los ángeles no se queman porque son de un
material incombustible. Nosotros, juntos a Heine, nos quemaríamos y por eso nos
solemos quedar en tierra, usar esta razón que nos enseñaron en el bachillerato
para aprobar exámenes y hacer uso de los
aparatos sofisticados que ya comenzaron a reemplazar parcialmente nuestro
pensar; empezamos a sentirnos supérfluos ante
el predominio de tanta inteligencia artificial.
Pero aun
somos capaces de volar con Heinrich
Heine por encima de las nubes y más allá de las estrellas, sin hacernos caso de
astronautas. Descubramos con Heine esta fuente inagotable de nuestra humanidad,
que es la fantasía y la libertad ilimitada del pensamiento, corriendo el riesgo
de precipitarnos sobre la tierra y rompernos el cuello. ¿Pero para qué vivimos?
Heine invita a
volar y yo sigo esta invitación. Seamos locos, al menos temporalmente.
friedrichmanfredpeter
septiembre14
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