Relata Manès Sperber en su autobiografía un encuentro en Paris en
el año 1937 - en plena guerra civil española - con un numeroso grupo de jóvenes
españoles, dirigido por Santiago Carrillo; volvieron de Moscú y pararon en el
mismo hotel de Sperber, quien describe su comportamiento exaltado entre
numerosas botellas de champán y gritos de victoria, contaron maravillas de su
estancia en Moscú, donde disfrutaron de comodidad y buena vida, y eso etuvo por
esperar en la patria de la clase obrera universal, donde estaba proscrita la
explotación.
Sperber, sin embargo, tuvo información segura sobre la terrible
hambruna en los medios rurales de Ucrania, admitida en la propaganda oficial y
justificada como lucha de clases contra los campesinos ricos, los kulaks. Bien
conocido también estuvo el hecho de los procesos contra disidentes internos del
partido, la purga masiva dirigida contra
elementos indeseados, algunos héroes de la Revolución de Octubre. Muchos de
ellos, declarándose culpables de crímenes que jamás podían haber cometido.
Todo ello no perturbaba en
lo más mínimo el bienestar y la alegría de estos fieles compañeros del Partido
Comunista Español que ahora regresaron a España para consolidar la revolución y
fortificar la lucha contra el fascismo.
Feliz ceguera habían cantado los místicos religiosos siglos antes
para alabar la ciega fe en la verdad absoluta revelada por Dios.
Y de la misma manera, ciegos tenían que ser y sordos, los que en
este momento volvieron a su país en defensa de la fe en el socialismo contra
los fascismos perversos y contra aquellas personas que ni sabían que eran
fascistas. Aun no estuvieron informados sobre las bombas sobre Guernica, pero
ya supieron lo que era necesario hacer, combatir el enemigo fascista sin darle
cuartel, y con el apoyo de la Unión Soviética detrás, la victoria "tenía
que ser nuestra, cueste lo que sea".
Hoy nos preguntamos: ¿Cómo era posible este elogio a la ceguera?
¿Cómo funcionó este eclipse masivo de la razón ante el reto de conflictos
locales? ¿Cómo se mantuvo este querer no ver, lo que era de público
conocimiento?
Sabemos que intereses creados funcionan como filtros de la
percepción. Vemos lo que queremos ver, y negamos la realidad o le restamos importancia
a lo que no nos conviene. Hasta ahí todo va normal, parece.
Pero el místicamente bautizado va más allá. Exige que otros, o
todos, vean lo que él ve, piensen lo que él piensa y actúen como él hace. No
admite disidentes ni pluralidad. Sólo hay un camino, y ese es recto, el
correcto, y es el que debe ser usado por todos. Declara defensiva lo que es su
agresividad, presume de armonía lo que es imposición, transforma blanco en
negro, porque toda convicción ha de ser colectiva. Cada individuo debe creer lo
que todos creen. La clase obrera siente, piensa y decide; y cuando canta
entonces se escucha eso: >Die Partei,
die Partei, sie hat immer Recht<
- el Partido siempre tiene razón.
No es exagerado decir, que el siglo XX ha sido dominado por esa
incarnación del homo soviéticus, y eso fuera y dentro del comunismo ortodoxo.
Son los tontos listos o los listos tontos que facilmente se abren a ello. Desde
Stalin para abajo, todos rectos, todos puestos en línea, conformes.
Un juicio muy extendido ha declarado a pensadores como Hegel, Marx
y Engels como responsables de las tragedias del pasado siglo. Eso no es
correcto. El conocedor de Marx no es marxista. Son los tontos listos en número
crecido que han hecho posible que las luces se apagaran sobre el continente europeo.
Tontos para entender un pensamiento complicado, han sido muy listos para
aplicar resumidas sentencias.
Medias verdades son mentira -- eso queda descartado.
Verdad, dicen, siempre es partidaria, exige un recetario, una
aplicación, unas normas a seguir como las reglas del tráfico. Y lo que más
decepciona es, ver tanta gente acomodarse voluntariamente bajo este techo. El
funcionario político, el aparatchik, se hizo el hombre del día. El hombre es
capaz libremente de hacerse idiota. El hombre soviéticus en sus variantes nacionales,
se consideraba un liberado y decidido a luchar por lo que las reglas ordenen,
dispuesto a cumplir lo que otros mandan. Parteidisziplin - disciplina del
partido - se llama eso y Manès Sperber lo describe como el gran error de su
vida. Pero tantos otros oiensan todo lo contrario - - porque sobreviven
numerosos defensores del recetario y mantienen viva la nostalgia.
Bajo esa receta no solo firmaron el homo soviéticus y sus vecinos;
parece que todo un siglo renunciara a la luz para buscar refugio bajo alas
seguras de alguna oscura autoridad ideológica; sobrevive en nacionalismos extemporáneos o busca vida nueva en caricaturas, como la
venezolana. En el fondo muerto está su discurso.
Sin embargo, actualmente estamos presenciando una inesperada
novedosa tendencia de erradicar la luz crítica de la razón; nos lo imponen: el
homo economicus, el políticus en general, y el islamicus, el más aislante y
soberbio de todos. Su problema no solo es el fanatismo, sino la ceguera caminante que atraviesa tiempo
y espacios como si llevara las botas de mil leguas puestas.
Las media verdades tratan de imponerse, declarando que no veamos lo
que estamos viendo, porque dizque la verdad es una fe invisible guardada en cajas
fuertes de bancos, en comités y comisiones centrales o en órganos vitales de
publicidad modernos. Algunos quieren hacernos creer en fuerzas extraterrestres.
Debemos creer lo nos hacen creer estas fuerzas mayores en su terrible
mediocridad anónima.
Bajo la impresión que obtenemos contemplamos una actualidad tan
complicada, el homo soviéticus nos parece como un vulgar y simple anteproyecto comparado
con el modelo a seguir mucho más sofisticado y completísimo que el homo
cibernáuticus nos exige, y nos ordena:
¡Piensa lo que otros piensan, ve lo que otros ven, haz como otros
hacen! -- si no lo haces así-- ¡qué vergüenza!.
Insinuando: ¡Vive la vida de otros como si fuera la tuya!
friedrichmanfredpeter septiembre14
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