>Nunca me abandonó la
sospecha en el sentido más profundo, que tanta desgracia solamente era posible
porque todos éramos culpables.
Hitler, Stalin y los demás
verdugos fueron tan criminales porque resumieron en su persona el mal presente
en todos nosotros y al que no habíamos
puesto suficiente resistencia.
Yo no los odiaba, ni a Hitler
ni a Stalin; nunca intenté dialogar en mi imaginación con ninguno de ellos,
porque consideré que no eran más que parásitos gigantescos, beneficiarios de
nuestras desgracias y maldiciones, forjadas entre todos conjuntamente, y ellos las ejecutaron.<
Palabras de Manès Sperber en su libro autobiográfico Bis man mir Scherben auf die Augen legt - Hasta que me pongan cristal roto
sobre los ojos.
Sobrevivientes como yo, y nacidos posteriormente, nos hemos
preguntado muchas veces:
¿Cómo fue posible lo que sucedió y dejó apagada la luz de humanismo
y de la razón sobre nuestro continente durante más de medio siglo?
Han sido formuladas muchas respuestas, todas forradas de argumentos
importantes. Pero hasta hoy, ha sido excluido un factor muy esencial:
¿Quiénes fueron los que ejecutaron y colabaroraron, los que
aplaudieron, los que asistieron, los que callaron, los que de nada sabían, ni
nada quisieron saber?
Es conocida la dinámica de la masa tribulada en acción, la
benevolencia es tan contagiosa como la maldición. El bien hacer es contagioso,
pero la violencia atrae con magia inaudita. Esa es la realidad. Los documentos
nos relatan, cómo simples padres de familia se convirtieron en verdugos, humildes
paisanos en violadores, médicos y maestros en torturadores.
Cuando la luz de la conciencia y de la razón se apaga, todo es
posible, Lo inimaginable se puede hacer real.
Las fobias son un anticipo de acciones posteriores, todos los
ejecutores manifiestan una historia de odios, resentimiento y aversiones.
Llevan heridas abiertas en sus mentes, ansiosos son de venganza. Se pasa a la
acción cuando el momento oportuno llega. Sin este momento, reina una sospechosa
"normalidad".
¿Y qué es normal? -Lo que un "hombre sin atributos" asi
lo define. Su Yo incluye a otros, a su clase, su raza, su etnia su gente, los
del mismo color, del mismo ardor, de la misma fe.
¡Cuántas veces manda a la muerte a gente que desprecia, verbalmente,
en círculos privados, entre gritos en barse con amigos! Todos inocentes, todos
presentes.
Pero sin su colaboración, Adolf Hitler pudo haber continuado siendo
indigente en Viena;
Stalin pudo haber sido Josef Dschugaschwili, fraile ortodoxo en su
Georgia natal.
Esa normalidad se quebró bajo el inmenso peso de la historia, se
volvieron monstruos, actores en un teatro sangriento de su tiempo. Y -un hecho
curioso - actuando en terreno ajeno a su procedencia; pues Hitler no era alemán
y Stalin no era ruso.
Sin embargo, nunca fueron más que bichos pequeños, pero voraces, en
un estanque revoltoso.
Sucede que en la actualidad sabemos mucho de esa historia cruel,
vivimos una actualidad repleta de ecos de este pasado que nunca se
acabará. Pero, lo que falta nos hace, es comprender.
Manès Sperber es un ayudante.
friedrichmanfredpeter
septiembre14
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