Die alten
bösen Lieder
Die Träume schlimm und arg,
Die laßt uns jetzt begraben,
Holt einen großen Sarg.
Hinein leg ich gar Manches,
Doch sag ich noch nicht was;
Der Sarg muß sein noch größer
Und holt eine Totenbahre,
Von Brettern fest und dick:
Auch muß sie sein noch länger
Als wie zu Mainz die Brück.
Und holt mir auch zwölf Riesen,
Die müssen noch stärker sein
Als wie der heilige Christoph
Im Dom zu Köln am Rhein.
Die sollen den Sarg forttragen
Und senken ins Meer hinab,
Denn solchem großen Sarge
Gebührt ein großes Grab.
Wißt ihr, warum der Sarg wohl
So groß und schwer mag sein?
Ich legt auch meine Liebe
Und meinen Schmerz hinein.
Ahora vamos a enterrar estas viejas canciones y los malos sueños/¡Traed un
gran ataud!/Voy a meter muchas cosas ahí, pero aun no revelo cuáles serán/Un
ataud mayor que el barril de Heidelberg/¡Traed también una litera de tablas
gruesas!/Más larga que el puente de Maguncia/¡Traed también a doce gigantes!/
Han de ser más fuertes que San Cristobal, el del Dom de Colonia/
¡Que se lo lleven y lo hundan en el mar!/ Porque a un ataud tan grande le
corresponde una gran tumba/
¿Sabéis, por qué el ataud ha de ser tan enorme y pesado?/
Porque yo ahí depositaré todo mi amor y mi dolor/
¿A quién toca la campana?
Al poeta enfermo y paralítico, encerrado en su tumba en vida de emigrante en Paris. Mathilde lo
cuida. Pero sus sueños son pesadillas, sus recuerdos le torturan. Precisan un
ataud grande, tan grande como son los objetos y los monumentos de esta lejana
patria que es el valle del Rín con su emblemática monstruosidad:
- el mítico barril de vino en el palacete de Heidelberg de no
sé cuantos miles de litro de vino;
- el puente en Maguncia sobre el río Rín ( Julio Cesar mandó contruir el
anteproyecto);
- el fuerte santón de San Cristóbal en la cripta de la catedral de Colonia;
- y los gigantes que habitan el los cuentos de los hermanos Grimm;
-y el mar del norte, el Atlántico, con sus secretos y misterios germánicos.
Ahí quiere reposar, ahí depositen lo que quedará de su vida.
Y eso es mucho, es tanto que en una urna no tendrá cabida.
Toda esa vida, hecha literatura, tiene dimensiones míticas.
Heine significa la Alemania de los mitos, de las canciones, de los
monumentos, de los bosques tupidos y de las valles encantadas.
Su poesía es musicalidad anticipa las composiciones de Schubert y de
Schumann. Heine tiene presente su obra, la evoca en forma de testamento del
poeta que en este momento se está muriendo en Paris, en un exilio dorado,
escogido por el romántico admirador de la revolución y de la libertad.
A través de este testamento poético, escucho los tambores de la vida y
retumba la voz de Heine:
>Schlage die Trommel und
fürchte dich nicht/ Und küsse die Marketenderin!< - ¡Toca el tambor y no tengas miedo/ Y besa la cantinera!/
Esa confesión epicuréica del poeta también condiciona su testamento, nada
modesto, porque Heine transforma los rincones emblemáticos de su tierra natal
en el escenario de su entierro.
Y quien ha leido una vez este poema, delante del inmenso barril de vino en
Heidelberg, no será capaz de pensar otra cosa:
Esto es el ataud de Heinrich Heine.
Y el río Rin, este es su río, coronado por las torres del Dom de Colonia,
donde reposan, según la leyenda, los Reyes Magos y San Cristobal. La travesía
pasa por la Lorelay y por Bacherach, cuyo ilustre rabino ha inspirado a Heine a
redactar su visión de este valle repleto de iglesias católicas y de sabios
comerciantes judíos. Ahí nació y, siendo muchacho, aplaudió a los granaderos
franceses que trajeron la Marsellesa sobre los labios, y la libertad sobre sus
tambores.
A través de esta irónica visión de su propio entierro, Heine
definitivamente logra formar parte de su
patria renana que le había expulsado y le obligó a morir en Paris. Ahí está
enterrado. Pero me parece que todos estos rincones que ha tocado su poesía,
ahora son bautizados con su nombre.
Por eso, hasta los turistas japoneses, en su viaje por el río Rin, con gran
emoción evocan los versos de Heine dirigidos a la Lorelay. Esa roca condenada
donde según la leyenda una preciosa ninfa espera a seducir al navegante, para
hundirlo en las aguas profundas del río. Heine también se enamoró y se ahogó
amorosa - y poéticamente; y miles de fotografías hechas por japoneses lo documentan.
¡Qué triunfo del exilado!
La muerte le obsequió una patria.
friedrichmanfredpeter sep.14
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