“Es un infarto y es probable que muera, así, y de esta manera tan incongruente y tan ridícula, en traje de baño, con los pelos de la barriga al aire, tumbado sobre una toalla barata de lunares, rodeado de curiosos semidesnudos, oliendo a sal y a crema solar, escuchando el griterío de los niños y el batir , de vacaciones. Uno debería morirse nunca pero bajo el sol y en la playa, es aberrante, hay demasiada alegría y demasiada luz para que triunfen las sombras.” Escribe Rosa Montero en su ensayo, La desgracia y la gracia. (El País Semanal, domingo 2 de septiembre de 2018)
En España mueren ahogados en el mar todos los años más de 400 personas, y fuera del agua, en la misma playa algunos más. Si esto nos parece absurdo, debemos revisar la imagen de la Muerte que llevamos grabada en nuestra mente moderna. Morir, todos morimos, lo sabemos, pero nos sorprende cuando sucede y causa alarma en medio de fiestas o vacaciones, en lugares no aptos para un evento así.
La Muerte era compañera de los hombres; desde Homero a Tolstoi su imagen de fiel compañera no había cambiado porque formaba parte de la vida, era aceptada y con frecuencia muchas vidas llegaron a cumplir la cumbre de su destino justamente en el momento de morir.
En el vigésimo cuarto cante de la Ilíada de Homero, en la lucha entre Héctor y Aquiles está presente la muerte, cumbre de valiente nobleza, de digna resignación. Una muerte como la de Héctor hasta a los dioses les causa admiración, intervienen, eliminan la cruel barbarie del vencedor vengativo. Es todo un cante a las vidas errantes de los mortales, que en cenizas han de acabar, porque también el vencedor Aquiles morirá.
A partir el siglo diecinueve este morir definitivamente cambió. Tanto, que para la generación actual la muerte causa angustia y es incomprensible. La sociedad moderna colmada de activismo, no le reserva ningún espacio. Al hombre moderno cuando le toca morir ya no le acompañan familiares y amigos, cuando en su apartado escondido muere abandonado. Ya no se ven por la calle el grupo formado por un sacerdote y monaguillos portando el viático de la extremaunción a una persona que ha de morir; enmudeció la campanita que exigía respeto o veneración.
La muerte es un escándalo para el público consumidor de felices pasatiempos. Es el anti - proyecto absurdo contra el activismo laboral, esencia de la vida moderna; es un asunto de extremísima privacidad que ninguna intervención o compañía externa debe compartir. Un asunto no consumible, si se apartan los negocios de las funerarias que sí están presentes con ofertas variadas en mano, todos para hacer la muerte menos visible, tratando de eliminar su cara natural. El difunto, así se proclama, con un pretexto de credibilidad cristiana, no ha muerto, sino solamente cambió su paradero. Sospecho que para la mayoría sólo eso es un mito consolador.
Ya en el Silicón – Valley americana se está proyectando el diseño de la vida sin límite temporal. En numerosas copias digitales sobrevivirá quien eso desea y paga. ¿Y así copiado Fulana y Mengano vivirán para siempre?, ¿serán ellos los mismos que una vez eran, copias de quién, del bebé, del joven, del adulto, la suma de elementos genéticos? ¿Quién es esa copia?
Yo sé que no soy Héctor ni Aquiles, cuyos cenizas acabaron mezclados en el mar. Yo me acuerdo de estos versos:
Heinrich Heine. WO
“Wo wird einst des Wandermüden
Letzte Ruhestätte sein?
Unter Palmen in dem Süden?
Unter Linden an dem Rhein?
Heine pregunta: ¿Dónde finalmente reposará cansado el caminante? / ¿Debajo de palmeras en el sur? / ¿Debajo de árboles tilos junto al Rin? / ¿Me cubrirá la arena de un desierto, enterrado por una mano extraña?
¿O acabaré bajo la arena de una playa del mar?
Pero en fin: ¡El Cielo de Dios me cubrirá allí como allá! Y ¡Las estrellas en la noche formarán las linternas mortuorias!
¡Así sea, Fritz! me digo yo a mi.
Redacción: f riedrichmanfredpeter septiembre 2018
Edición: anavictoria
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