La Sala del Tribunal Superior de Medellín pronunció sentencia el pasado mes de Julio sobre la actividad criminal de las autodefensas conocidas con el nombre de “Bloque Mineros”. Los excomandantes paramilitares Ramiro Vanoy Murillo (“El Cuco”) y Ramón Isaza (“El Viejo”) han sido condenados a largos años de cárcel.
La periodista de E.E, Alejandra Bonilla Mora relata en un largo artículo -basado en los más de 2,200 folios del expediente judicial en poder del alto Tribunal-, el tipo de organización que montaron estos delincuentes y la larga lista de crímenes que cometieron (EL ESPECTADOR/Domingo 12 de agosto 2018).
Los detalles de esa actividad son realmente espeluznantes: me resulta imposible repetir lo que acabo de leer.
Prefiero argumentar desde mi perspectiva histórica, que tales hechos no pueden ni deberían ser juzgado por un tribunal ordinario nacional. Intentaré defender mi argumento apuntando a que la justicia ordinaria se encuentra incompetente ante actos de una barbarie tan inverosímil que no ha sido contemplada de antemano en ningún código penal ordinario. Falta hace un tribunal internacional para juzgar actividades de “lesa humanidad” que en el mundo actual invaden nuevamente todos los continentes.
¿Qué ha pasado en este caso en Colombia?
“El sitio general (“Bloque Mineros”) en la Caucana y, con pretexto de enfrentar a las FARC y el ELN, a punta de masacres, operaciones de limpieza social, extorsiones o desplazamientos, consolidó el dominio territorial sobre un área aproximada de 14.767 kilómetros cuadrados entre Antioquia y Córdoba (departamentos colombianos). Con la financiación del narcotráfico como base esencial de sus arcas, organizó un auténtico gobierno criminal. Con políticos y alcaldes a su servicio, inspectores de policía atentos a sus directrices y fuerza pública en sus filas.”
Los crímenes cometidos por esa organización bajo la más completa impunidad entre 1985 y 1988 son innumerables. Hay más de 7000 víctimas registradas. La violencia contra indefensos, contra mujeres y niños era asunto corriente todos los días. Los capos directivos cambiaban constantemente siguiendo intereses de políticos, militares, narcotraficantes, propios negocios o sencillamente hicieron lo que les daba la gana y les producía placer sádico. Los comandantes lucen en la foto del periódico E.E. su perfil de mestizos incultos. Con seguridad no conocían ningún escrúpulo moral ni exhibían ninguna fe ni ideología política.
Ellos, personalmente crearon métodos salvajes de tortura. Los torturados a muerte fueron descuartizados quemados o botados a un río caudaloso. La expresa violencia contra mujeres manifiesta esa anticultura machista, primitiva, arcaica. La sevicia con las mujeres manifiesta hasta límites increíbles el profundo menosprecio por la vida y una misoginia superior a cualquier intento de comprensión racional, sobre todo cuando nos enteramos de los detalles en el mencionado artículo.
¿Qué hacer con ellos?
Arguyo que se debería aplicar a este par de “hombres” la histórica ‘Ley de Guerra’; se salieron ellos mismos de un código civilizado humano. Y si un tribunal internacional no fuera capaz de juzgar a tales ogros (y no lo está), la sociedad en guerra deberá liberarse de ellos con el método más arcaico: ‘Ahorcarlos’. La sociedad civilizada tiene que defenderse contra individuos, de ninguna manera tienen cabida en ella.
Un acto bárbaro de barbarie que no crea justicia –cierto es- pero todos los torturados y violados piden justicia. Así se procedió durante los siglos bárbaros atrás, durante la terrible ‘Guerra de Los Treinta Años’ en Alemania.
Traigo a este texto la pintura ‘El Árbol de los Ahorcados’ El dibujante Watteau nos dejó ese recuerdo; también como advertencia:
Colombia, ¡libérate tú de ti misma!
Redacción: friedrichmanfredpeter agosto 2018
Edición: anavictoria
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