Heimat
La Madera
Creo que con la madera puede dialogarse. Estoy muy seguro de esto, por lo menos en mi caso así ha sido.
Todo comenzó con motivo de la actividad de buscar leña, acompañando al abuelo, en las pequeñas reservas de bosques que quedaban en los inviernos de la posguerra.
“Malos tiempos”, gruñía el abuelo Joseph, pero no había más remedio. La necesidad era la ley.
Y cuando sacábamos una raíz de árbol (solo eso quedaba) y la volvíamos hacia arriba, el árbol exhibe un secreto: las raíces eran brazos, se percibían caras, ojos y bocas en las nudosidades ocultas. Daba lástima tratarlo como leña a quemar. A través de sus raíces el árbol exhibía dolor, incluso lloraba…así me lo parecía. Tal y como las nubes suelen hacer cuando cubren el firmamento de imágenes.
Comprendí que yo necesitaba imitarlo de alguna manera; que yo formaba parte de este concierto de formas extrañas. No me habría extrañado que la raíz hubiera empezado a caminar o a hablarme.
La navaja que siempre llevé conmigo me ayudaría a transformar cualquier objeto de madera. Percibí una vocación de carpintero, tal vez algo exótica y no practicable por el momento.
Luego mi abuelo me trajo de este lejano pueblito perdido en los montes un cuchillo especial para tallar que aún conservo. Y comencé lo que los tallistas hacen: repetir modelos torpemente.
Me contaron que entre mis antepasados hubo tallistas o algo parecido y eso me animó. Antepasados que durante los largos meses de invierno fabricaron objetos útiles para labores del pequeño campesino: zuecos, platos, cucharas, jarrones para beber. Yo vi una colección de pajaritos hechos por un tatarabuelo.
Pero la revelación definitiva me la daría muchos años después las playas de Salgar cercanas a Barranquilla. Allí se amontonaban montañas de maderos, troncos y palos traídas por las corrientes de río Magdalena y del Mar Caribe. Madera con historias y que exhibían sus propios gestos y a las que yo les escuchaba su voz.
Solamente a mí me hablaron, probablemente.
Mis ratos libres los dediqué a la talla, ahora con unos instrumentos más selectos; dialogando con la madera que me insinuaba lo que debía hacer.
(La opción de la tradición cristiana – barroca me es extraña. En mis torpes intentos de imitación fracasé. No soy un fabricante de imágenes).
¿Qué soy entonces? ¿Qué somos la madera y yo? No soy un artista y tampoco un artesano como algunos próceres.
Soy Friedrich Manfred que ya hoy no talla más. La energía física me falla y la luz se me apaga.
manfred y ana diciembre 2020
(Con eso se cierra el ciclo “Heimat” dedicado a experiencias del joven)
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