-¡Corre, corre! – grité; y huimos corriendo, Kurt y yo.
Detrás. Con igual velocidad dos jóvenes del pueblo vecino corrían tras nosotros. Proveníamos de dos pueblos pequeños, dos pueblos que se odiaban con jóvenes que se perseguían.
…Manfred y Kurt se habían atrevido a cruzar la línea de separación invisible que separaba unos de otros. Pisar tierra ajena, era arriesgarse a ser perseguido, expulsado, castigado o… ¿qué más podría ocurrir? La guerra de los adultos era reciente, Los jóvenes la imitaban.
Los perseguidores iban bien armados -pocos meses habían pasado después de terminar la última batalla- , además eran mayores y llevaban bayonetas halladas entre la maleza del bosque.
Corrimos para escapar cuando uno de ellos sacó el arma, en blanco y me la tiró desde atrás. La bayoneta alemana era un cuchillo pesado. Aterrizó a mi lado en la tierra. Llenos de miedo y exhaustos llegamos a nuestra casa. No conté nada de eso porque me tenían prohibido pisar aquel terreno salvaje. Ahí poco después morirían tres niños al tratar de desactivar una mina antitanque. (Escribí sobre ello en un relato anterior)
Aún hoy no puedo pensar sobre ese evento sin sentir una fuerte sacudida de miedo y terror. ¡Tantos años después! Es una falacia opinar que la gente deseaba la paz. Cierto es que estuvieron buscando cualquier oportunidad para continuar la guerra. No había ningún motivo ni causa. En aquel bosque no estaba escondido ningún tesoro. Era pura curiosidad. Para ejercer la violencia no es necesario ningún argumento.
Pero eso es parte de mi “Heimat”, el mundo en el que nací y crecí.
manfred y ana diciembre 2020
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