viernes, 9 de agosto de 2019

Kaputtreisen

Kaputtreisen
(kaputt = roto; reisen = viajar)

Ese término alemán resulta drástico – denunciador y en contra de lo que reside en las mentes de millones de consumidores modernos. Han llegado a asumir ‘reisen’– viajar como un derecho irrenunciable, como una esencia de la vida. 
Y esa nueva ley social predica que quien no viaja,
- porque no puede o no quiere- será considerado persona extraña, excéntrica, digna de compasión. Socialmente ‘non grata’. El paradigma no tolera excepciones.


                                   


Por su parte ‘kaputt’en la jerga vulgar alemana insinúa otra cosa… pues bien, literalmente ‘rotos’ quedan aquellos lugares que con tanto deseo son visitados por millones de incansables viajeros. En realidad millones de mirones aportan millones de euros a los lugares preparados para recibirlos y así el hecho, han cambiado el diseño haciendo de los monumentos unos productos consumibles. La ley del turismo ‘salvaje’ se ha hecho dueña de cualquier monumento notable. 


Por otro lado, uno se pregunta: ¿viajan para ver? O ¿viajan para ser vistos y fotografiarse? Millones de curiosos se agolpan ante las reliquias del pasado. Y poco sirve el denunciarlo; museos que habitualmente habían estado vacíos o visitados por un puñado de expertos, ahora sufren una física invasión de curiosos que en su gran mayoría poco entienden sobre lo que están ‘fotografiando’. Numerosas ciudades soportan eso como una nueva forma de destrucción de su ambiente tradicional.
‘Kaputtreisen’ – destrozar para ver – es hoy el destino de tantos lugares como Venecia, Praga, Cartagena ‘de Indias’. Millones de turistas arrastrando sus maletas por calles históricas han dejado en minoría a los habitantes. Una ley social ha condenado a los locales  a vivir en museos vivos que tienen que compartir con estos invasores foráneos. No sólo comparten el espacio físico a veces muy limitado para ellos, también el imparable aumento de los precios, la crecida escasez de viviendas y poco a poco, las modas de vestir traídas por el viajero se están imponiendo entre los residentes.
¿Quién se hubiera atrevido en España de pasearse en vestido de baño por un centro urbano? Lo imposible se ha hecho real. La moda relajada importada por la masa de turistas es normativa social, ya no se distinguen los residentes de los visitantes, la ola turística lo traga todo. Viajar se transformó en industria y la acumulación de capital a través del turismo es considerable, produciendo riqueza, bienestar, trabajo.
¿Quién se atrevería poner en duda ese tipo de progreso? Ley número uno: Todo lo que deja ganancia avanza, aunque en el fondo sólo sea producto de plusvalía ajena, ganada en sistemas económicos equilibrados modernos; se estableció un sistema de ‘neocolonialismo’ en los centros sacrificados al turismo. Ninguna riqueza es creada allí, todo es producto de transferencias inflando pompas de jabón. Riqueza alumbrante periférica.
Con el menor esfuerzo se obtiene lo que ni la carrera universitaria, ni la inversión en manufactura propia serían capaces de obtener.
Esa ley, la del menor esfuerzo, es el peor de los peligros.  Porque en vez de formar, deforma al tomar por auténtico lo que en el fondo es teatral y falso, préstamo de riqueza ajena.
La riqueza es inestable como toda creación fortuita y superficial, es duradera mientras la masa consumidora pueda o quiera pagar. No hay garantía de que eso perdure. Agencias de turismo, promociones extra, ferias son síntomas de esa inestabilidad existencial.
¿Qué gana un lugar sacrificado al turismo a largo plazo? Transformado al ‘monocultivo’, se deformará socialmente y culturalmente. Su destino es ser periférico; ante vientos contrarios, se hundirá.

friedrichmanfred  y anavictoria   agosto 2019

  

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