<<¿Qué hay más
estúpido, dicen, que un candidato lisonjeando al pueblo para conseguir sus
votos, comprar con favores su voluntad, andar a la caza del aplauso de los
tontos, esponjarse con las aclamaciones, ser paseado en triunfo como una
bandera, colocarse en el foro como una estatua para la contemplación de las
gentes?
Añade a esto la moda de adoptar nombres y sobrenombres, añade
los honores divinos, que exhiben estos mentecatos; suma que en las ceremonias
oficiales elevan al rango de dioses a quienes no son más que infames
tiranos.>>[1]
Son palabras de Erasmo
de Rotterdam en su obra satírica Laus
Stultitiae - Elogia de la Estulticia
- escrita en Inglaterra en el año 1509
y en casa de su amigo Tomas Moro, quien
fue canciller y víctima de la caprichosa tiranía de Enrique VIII.
Erasmo se refiere a ejemplos cogidos de la clásica Roma para
criticar la tiranía del rey inglés, quien menospreciaba la voz humanista de su
canciller para imponer las reglas de una
dictadura personal. Las observaciones de Erasmo no sólo describen eventos
históricos, su sátira tiene vigencia actual.
<<La sencilla estupidez es pobre de fantasía, escasa de
palabras y torpe al usarlas. Prefiere lo que es común y corriente porque esto
se memoriza bien debido a la repetición. El alma de la vida le sonrie; impreciso
en su pensar y ausente ante nuevas experiencias, prefiere lo que se puede tocar
y sentir. Si no fuera por crédula y doctrinaria
que nos llevan hasta a la desesperación, la tendríamos por graciosa.
-----
A esta sencilla estupidez se contrapone la otra, la más
elevada, en un contraste flamante. A ella no le falta inteligencia, pero se
atribuye competencias que no le corresponden, ni las merece. ---
No existe ningún pensamiento importante, que la estupidez no
sea capaz de usar. Ella viste todo tipo de ropa sugiriendo verdad, cuando la
verdad auténtica sólo es una, y hay un camino solamente; por eso está en desventaja ante la estupidez -
que siempre ganará.>>
Palabras de Robert
Musil, pronunciadas y escritas en
1937 en su ensayo <Über die
Dummheit>[2]
- Sobre la Estupidez.
La estupidez que interesa a Erasmo y al escritor moderno Musil
no es la sencilla, la que acompaña la vida ordinaria desde siempre; sin ella ni
existiríamos, porque a ella le debemos nuestras vidas; existimos debido a la
estupidez de nuestros padres.
Otra es aquella estupidez que mueve los intereses en la vida
social y política; a ella no le falta inteligencia y compleja premeditación. Es
más, toda idea, cada proyecto ideal, creencia y convicción es capaz de
transformarse en un instrumento para otra intención, usando falsedad y mentira,
y esa manipulación la ejerce la fuerza de la estupidez.
Es sugestiva y convence por vías de emoción, de admiración,
despierta entusiasmo o impone miedo.
Mientras Erasmo reflexiona el poder del gobierno de Enrique
VIII, Musil mide sus palabras bajo la sombra
amenazante del totalitarismo moderno.
Ambas situaciones, incomparables y tan distantes en el tiempo
y bajo condiciones ajenas, una de la otra, fueron dominadas por la estupidez.
El poder triunfa porque logra dirigir la opinión pública en esa única vía que
le conviene, y esa manipulación es
obra maestra de la estupidez.
Viéndolo desde un punto claro y objetivo del historiador se
detecta la enorme capacidad operativa de la estupidez.
Pero clarividencia y objetividad del discurso no sirven en el
ambiente público; con habilidad inteligente, la estupidez logra imponerse,
borrando la verdad y haciéndoles creer a la gente que blanco es negro, rojo es
azul. La estupidez se halla bien
recibida, acompañada a veces con entusiasmo.
Por eso proyectos tan absurdos como <das Tausendjährige Reich>- el imperio
de los mil años, o <ein Volk, ein Reich, ein Führer>- un
pueblo, un imperio, un Führer, pudieron ser bien recibidos por un público de
deseosos creyentes; la argumentación estúpida
hizo creer a un público cretino que la eliminación de los judíos o el
sacrificio del campesinado en el caso soviético, eran actos justificados y
necesarios, crímenes que fueron tolerados o acompañados por la colaboración de
gente, tácita o activa.
No faltan voces que hasta hoy declaran perdonables los crímenes
estalinistas; estulticia blanqueó los cerebros de ilustres personajes como
Martin Heidegger, Jean Paul Sartre y tantos más.
Sacamos la conclusión: el poder de la estupidez es inmenso y
sus recursos en un estado autocrático son casi infinitos.
Nuestra actualidad no
está libre de la viva fuerza de la estupidez, es ella que gobierna sobre la
publicidad, ella se impone en el discurso político actual de moda; ella ocupa
el escenario preferido por millones de espectadores que eligen la opción más
sugerida para formarse la opinión que creen ser suya, porque ser independientes,
casi no es posible: se eligirá entre una u otra forma preformada por la estupìdez.
Por ejemplo, la realidad y las causas de la avalancha de fugitivos
hacia Europa son complicadas, cualquier opinión y medida a tomar pueden parecer
justificadas, y hasta la más estúpida reune adeptos. Millones de auditores
aplauden discursos repletos de estupidez y toman por verdad lo que son
sugerencias manipuladas, se dejan guiar hasta por el extremo de renunciar a
pensamiento propio y tomar la mentira por la verdad; rechazan lo que una
reflexión crítica revelaría, creen en la mentira porque es sugestiva y bonita.
Por ejemplo, en un caso de actualidad política, en España
observamos cómo acciones que firman bajo los lemas "autoteterminación", "voluntad democrática
del pueblo", debieran firmar bajo la categoría de estupidez, porque
esconden intenciones egoístas de personas o grupos sociales con etiquetas embusteras, disfrazan manipulación y proyecto de corrupción.
Y eso, Erasmo de Rotterdam, quinientos años antes lo había observado y denunciado ya; la
estulticia no envejece.
Pero hay que ser realista y debemos admitir: para lograr su objetivo, todo proyecto
público necesita la estupidez en cierta medida para encontrar seguidores.
Los textos de Erasmo y de Musil alertan sobre este aspecto de
la vida social; estamos rodeados de estupidez y somos parte de ella; siempre
seremos unos invadidos. El individuo libre autónomo es un ideal.
Pero no debemos resignar:
Necesitamos una voz crítica que nos sugiere:
¡Cuidemos nuestra autonomía; tengamos el valor de contradecir,
cuidemos nuestra libertad!
La verdad es personal, no colectiva,
piensa
friedrichmanfredpeter
agosto 2015
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