Abrimos un mapa y encontramos la famosa proyección Mercator de
1569. Si pusiéramos el original histórico al lado, nos daríamos cuenta que en
el fondo, poco ha cambiado: los continentes algo distorsionados, se ve tierra
inexistente y otra que existe, pero en el mapa de Mercator no aparece. Sin
embargo, en lo esencial, el mapa Mercator lo utilizamos hasta hoy; es esta la
proyección del mundo que estamos habituados de ver. Errores y falsas
dimensiones propias de aquella proyección no irritaron a nadie; no era sólo una
imagen, era una interpretación del mundo real, el mundo visto con ojos de
europeo.
Gerardus Mercator que nació en Flandes y nunca cruzó el mar creó la
base para los navegantes de la era de los descubrimientos. No soy geógrafo para
poder valorar otras proyecciones alternativas.
El mapa mundi de Mercator ha
servido como estimulante y guía para la penetración del hombre europeo en el
mundo. Eran las manchas blancas sobre el
interior de los continentes que invitaron a curiosear, a explorar y luego a
explotar; descubrir lo que estaba vedado; revelar lo que estaba secreto y ver
lo que nadie había visto antes: ahí tenemos el motor, la iniciativa del impulso
descubridor. Mercator levantó la cortina echada sobre los secretos del mundo y
con eso comenzó el gran teatro humano sobre la tierra.
Poderes realmente existentes en vano trataron de impedir eso; el
nuevo saber era peligroso. Si Dios hubiese querido que se supiera lo
desconocido, lo habría revelado al hombre: ¡Qué atrevimiento de pasarse la
línea roja impuesta por su santa voluntad!
Con el mapa mundi de Marcator comenzó la lenta emancipación de la
humanidad de una prehistoria construida sobre la docta ignorancia, un proceso
que aun no ha terminado: descubrir los tesoros de la tierra y apropiarse de
ellos, es el reto que ha marcado la relación entre los humanos y las reservas
disponibles del mundo.
Mapas sobre tesoros escondidos son las manifestaciones más arcáicas
que se conocen. Ya en las cuevas de Altamira se encuentran imágenes que invitan
a eso: ¡Tira una flecha sobre esta criatura, cazador, y esa piel y esa carne
serán tuyas! El mapa diseñado sobre la piedra invita a actuar, crea el apetito
a cazar tesoros.
Los mapas ejercen poder sobre las mentes; y cuántos lugares hay señalados
en los mares, donde oro y plata hundidos en naufragios esperan la ansiedad del
buscatesoros.
En el archivo de los mapas de tesoros hundidos de la Library of
Congress en Washington se encuentran mapas con detallada información sobre
tesoros hundidos; y existen otros documentos sobre probables escondites de
tesoros robados por famosos piratas de los siglos 17 y 18. Hay 42 000 lugares misteriosos
que posiblemente estén repletos de joyas, objetos de oro y plata. Enfin, nos
cansaríamos buscando, si realmente intentáramos hacer eso. Probablemente no
encontraríamos nada, pero viviríamos electrizados bajo la ansiedad de hallar
algo que nadie posee.
Robert Louis Stevenson ha sido uno de ellos, quién antes de
escribir su famosa novela <La Isla del Tesoro> confesó que era un
fascinado por los mapas: "Se dice que hay personas que no dan importancia
a los mapas, yo no puedo creer eso."
En efecto, esta isla y el plano de un tesoro fabuloso existen, allá
en el Atlántico Sur; se llama Trinidad - no la del Caribe-, un islote frente a
la costa del Brasil, sin agua ni vegetación, pero guarda inmesas riquezas que
hasta hoy nadie ha podido hallar. Dicen, todas las riquezas de la ciudad de
Lima en el Perú saqueadas por bucaneros ahí están escondidas. Numerosos
aventureros arruinaron su salud y sus
vidas en la búsqueda de estos tesoros. Sólo les quedó una fabulosa ganancia, la de haber
participado en un sueño, de haber gozado una gran aventura.
Stevenson escribió en vez de buscar, escribió moviendo el dedo sobre
el mapa, que es casi lo mismo; escribió lo que fascinará a lectores durante
muchas generaciones más.
Y de esta manera nos movemos sobre las huellas que diseñó Mercator.
Todo está explorado, investigado y todo terruño tiene un dueño.
Para conocerlo ni siquiera hace falta ir de viaje. Ningún terruño guarda
secreto; un clic basta para estar allí.
¿Por qué entonces viajamos?
Buscamos, lo que en el fondo del equipaje llevamos cargando, una
experiencia, un encuentro misterioso con nosotros mismos.
Este es el tesoro.
friedrichmanfredpeter
noviembre14
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