jueves, 20 de noviembre de 2014

Mapa Mundi

Abrimos un mapa y encontramos la famosa proyección Mercator de 1569. Si pusiéramos el original histórico al lado, nos daríamos cuenta que en el fondo, poco ha cambiado: los continentes algo distorsionados, se ve tierra inexistente y otra que existe, pero en el mapa de Mercator no aparece. Sin embargo, en lo esencial, el mapa Mercator lo utilizamos hasta hoy; es esta la proyección del mundo que estamos habituados de ver. Errores y falsas dimensiones propias de aquella proyección no irritaron a nadie; no era sólo una imagen, era una interpretación del mundo real, el mundo visto con ojos de europeo.


Gerardus Mercator que nació en Flandes y nunca cruzó el mar creó la base para los navegantes de la era de los descubrimientos. No soy geógrafo para poder valorar otras proyecciones alternativas.
El mapa mundi  de Mercator ha servido como estimulante y guía para la penetración del hombre europeo en el mundo. Eran las manchas blancas sobre  el interior de los continentes que invitaron a curiosear, a explorar y luego a explotar; descubrir lo que estaba vedado; revelar lo que estaba secreto y ver lo que nadie había visto antes: ahí tenemos el motor, la iniciativa del impulso descubridor. Mercator levantó la cortina echada sobre los secretos del mundo y con eso comenzó el gran teatro humano sobre la tierra.
Poderes realmente existentes en vano trataron de impedir eso; el nuevo saber era peligroso. Si Dios hubiese querido que se supiera lo desconocido, lo habría revelado al hombre: ¡Qué atrevimiento de pasarse la línea roja impuesta por su santa voluntad!
Con el mapa mundi de Marcator comenzó la lenta emancipación de la humanidad de una prehistoria construida sobre la docta ignorancia, un proceso que aun no ha terminado: descubrir los tesoros de la tierra y apropiarse de ellos, es el reto que ha marcado la relación entre los humanos y las reservas disponibles del mundo.

Mapas sobre tesoros escondidos son las manifestaciones más arcáicas que se conocen. Ya en las cuevas de Altamira se encuentran imágenes que invitan a eso: ¡Tira una flecha sobre esta criatura, cazador, y esa piel y esa carne serán tuyas! El mapa diseñado sobre la piedra invita a actuar, crea el apetito a cazar tesoros.
Los mapas ejercen poder sobre las mentes; y cuántos lugares hay señalados en los mares, donde oro y plata hundidos en naufragios esperan la ansiedad del buscatesoros.
En el archivo de los mapas de tesoros hundidos de la Library of Congress en Washington se encuentran mapas con detallada información sobre tesoros hundidos; y existen otros documentos sobre probables escondites de tesoros robados por famosos piratas de los siglos 17 y 18. Hay 42 000 lugares misteriosos que posiblemente estén repletos de joyas, objetos de oro y plata. Enfin, nos cansaríamos buscando, si realmente intentáramos hacer eso. Probablemente no encontraríamos nada, pero viviríamos electrizados bajo la ansiedad de hallar algo que nadie posee.
Robert Louis Stevenson ha sido uno de ellos, quién antes de escribir su famosa novela <La Isla del Tesoro> confesó que era un fascinado por los mapas: "Se dice que hay personas que no dan importancia a los mapas, yo no puedo creer eso."
En efecto, esta isla y el plano de un tesoro fabuloso existen, allá en el Atlántico Sur; se llama Trinidad - no la del Caribe-, un islote frente a la costa del Brasil, sin agua ni vegetación, pero guarda inmesas riquezas que hasta hoy nadie ha podido hallar. Dicen, todas las riquezas de la ciudad de Lima en el Perú saqueadas por bucaneros ahí están escondidas. Numerosos aventureros  arruinaron su salud y sus vidas en la búsqueda de estos tesoros. Sólo les quedó una fabulosa ganancia, la de haber participado en un sueño, de haber gozado una gran aventura.
Stevenson escribió en vez de buscar, escribió moviendo el dedo sobre el mapa, que es casi lo mismo; escribió lo que fascinará a lectores durante muchas generaciones más.

Y de esta manera nos movemos sobre las huellas que diseñó Mercator.
Todo está explorado, investigado y todo terruño tiene un dueño. Para conocerlo ni siquiera hace falta ir de viaje. Ningún terruño guarda secreto; un clic basta para estar allí.
¿Por qué entonces viajamos?
Buscamos, lo que en el fondo del equipaje llevamos cargando, una experiencia, un encuentro misterioso con nosotros mismos.
Este es el tesoro.

friedrichmanfredpeter  noviembre14 

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