miércoles, 26 de febrero de 2014

Guerras de Religión

„Bet´Kindlein bet´
Morgen kommt der Schwed´,
Morgen kommt der Oxenstern [1],
Frisst die kleinen Kinder gern.“

<Reza mi niño reza
 mañana viene el Sueco
mañana viene el Oxenstern
quien come los niños chicos>

Muchos alemanes conocen esta canción de cuna que en distintas variantes nos la han cantado cuando éramos niños. Como muchos cuentos, el contenido de esta canción es tétrico, conserva la memoria de una  catástrofe histórica, la gran guerra europea, que se desarrolló sobre suelo alemán entre 1618 y 1648. Esta guerra dejó Alemania devastada, destruidas miles de aldeas y ciudades, eliminada una gran parte de la población. Amplias zonas parecían un desierto. Donde antes vivían hombres, ahora aullaban los lobos. Cien años después, Alemania aun no había recuperado el histórico bienestar que poseía antes. El centro de Europa se parecía a  un vacío económico, social y cultural y los efectos se han hecho sentir hasta siglos después. Esto quedó grabado en la memoria colectiva, lo que demuestran canciones de cuna.

Todo había comenzado como una guerra entre distintas confesiones cristianas, una guerra por la religión, por la verdadera fe cristiana, para ver, quién la poseía. Desde la era de la Reforma, un fuego lento consumía por dentro esta sociedad. La desconfianza, el odio y el masivo intento de revocar las líneas divisorias entre las confesiones, provocó lo que parecía inevitable. Bastó una chispa para hacer explotar el polvorín.  Había llegado la hora para probar las armas. La gran masa de la población no tuvo interés en eso, sufrieron lo que parecía un destino, algo así como la voluntad de Dios. Con resignación se cantaba  "conozco a un segador que se llama la Muerte".
 Entre los devastadores y destructores se destacó Jean Terclaes, Graf von Tilly, generalísimo de la Liga católica contra la Unión protestante. Tilly quien comenzó su vida con vocación jesuita, decidió servir a la verdadera fe como soldado en el campo de batalla. Un genio militar. En 1632 conquistó la ciudad de Magdeburg y la entregó al pillaje por la soldadesca. Magdeburg, la ciudad protestante, fue arrasada; de sus 30 000 habitantes lograron salvar la vida 5 000.
Los invasores suecos, defensores de los protestantes – esa era su misión oficial - contemplaron el panorama desde una  prudente distancia. Su hora aun no había llegado; y además, qué importaba eso, era normal en tiempos excepcionales. Ellos, a su vez, marcaron su travesía de Alemania con un camino de destrucción salvaje, avanzaron hasta Munich, el corazón católico del país. No lograron su objetivo de ganar Viena y se perdieron en un sinfin de combates, marchas, alianzas y traiciones hasta que la misma destrucción y la ausencia de reservas mandó poner fin.
A muchos les parecía el fin del mundo. Cuando a nadie le importaba ya ser llamado luterano o papista, las alianzas se forjaron completamente independientes de la cuestión religiosa; el soldado sirvió a quien mejor le pagaba. Imperó la ley de un sano egoismo de intereses de los estados, y así  nació la llamada  Paz de Westfalia que dio un nuevo orden a Europa. Pero el Reich de los alemanes quedó reducido a una quimera, impotente, un vacío. Una nueva realidad para Europa había nacido: el perfil del estado soberano moderno, la cuasi autonomía de la nación moderna.

Leyendo atentamente la prensa, noticias invaden  la mente y recuerdan estos sucesos más de trescientos años atrás.
Siria presenta el nuevo panorama de una guerra de religión.
Y guerras de religión no tienen fin, nunca acaban hasta conseguir la destrucción total, hasta el agotamiento de todas las reservas. El cansancio físico y moral tiene que ser completo. Ninguno de los partidos contrincantes cederá hasta que no quede más nada que consumir. Es como un destino fatal que cae sobre un país y sobre su gente.
Como en el caso histórico de Alemania las diferencias teológicas, las disputas sobre doctrinas de la fe, en el fondo no tienen importancia. Quien no las vive ni las entiende. Shiitas son unos, sunitas son otros, además hay alauitas en medio. Todos ellos creen que es importante matarse, el odio lo llevan encima desde siglos atrás.
Y como en Alemania a este discurso de religión se superponen los intereses ajenos, materiales, imperiales. Al toque de los tambores de guerra se despierta la avaricia, el deseo de poder, de venganza y de conservación de predominio y de privilegios. Es la hora de los vecinos de aprovecharse.
Esta intervención agrava el conflicto, lo eterniza, condenando a toda la región a inestabilidad perpetua, buscando un nuevo equilibrio de poder.
¿Quién ganará? ¿La  Media  Luna Shiita, con el epicentro del Irán?
¿O la bandera verde árabe, con el epicentro de Arabia Saudita?
¿O todos los grandes y hasta los más pequeños en un mundo donde ya todos somos vecinos?
O ninguno de todos ellos, y solamente ganarán los proveedores de armas destructivas, que en el fondo ni les interesa de qué se trata.

Lo que es cierto, sabemos quien perderá, y eso nos lo enseña la historia que  grabó en la memoria colectiva el sufrimiento de millones. Y otra canción alemana de cuna así lo revela:

Maikafer flieg,
Dein Vater ist im Krieg,
Deine Mutter ist in Pommerland,
Pommerland ist abgebrannt.
Maikafer  flieg!“

¡Vuela mariquita/ tu padre está en la guerra/ tu madre está en Pomerania/ Pomerania se quemó/ Vuela mariquita!/

 La madre que canta al niño esta canción a volar hacia un mundo mejor: ¡Vuela mariquita, Escápate! Pero los que necesitan volar desde Siria a un mundo mejor encontrarán las fronteras cerradas.
Esta es la nueva realidad para madres e hijos mientras los hombres se están matando. ¿Qué nacerá de toda esa orgía de la destrucción?
¿Logrará el Islam dar este paso del fanatismo a la modernidad  láica?
¿Conocerá el mundo islámico su Tratado de Paz de Westfalia?
¿Será el Medio Oriente pacificable una vez?
No lo sabemos. Y creo que a los que sufren o mueren tampoco les interesa esa cuestión.
  
friedrichmanfredpeter  febrero 2014



[1] Axel Oxenstierna, canciller de Suecia y sucsor del difunto rey Gutavo Adolfo durante la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648). Este canciller sueco, el Conde Duque Guzman de Olivares, español, y Armand Jean du Plessis, cardenal de Richelieu, francés, dirigieron el destino de Centroeuropa, intervinieron en esta guerra, mandando tropas a los campos de batalla.

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