miércoles, 26 de febrero de 2014

Apocalípticos modernos

John Coleman, El Club de los 300. :
<<El Club de los 300 es el no va más de las sociedades secretas. ---- llegaron a la conclusión de que la única manera de hacerse los amos del mundo era asociarse con poderosísimos magnates de la industria internacional---
Desde que trabajaba en el servicio de inteligencia sé que los jefes de estado extranjeros conocen a tan poderosa horda por el apelativo de los magos. Stalin acuñó una expresión para describirlos: las fuerzas tenebrosas. Y el presidente Eisenhower, que nunca logró ascender por encima del grado de hofjude (judío del atrio), lo llamó – quedándose mayúsculamente corto - <<el aparato militar e industrial>>.
¿Quiénes son los conjurados que integran el todopoderoso Club de los 300? Los ciudadanos mejor informados tienen conocimiento de que existe una conspiración, la cual se presenta bajo una diversidad de nombres, entre ellos los illuminati, la Francmasonería, la Tabla Redonda y el grupo Milner. Lo malo es que resulta extremadamente difícil encontrar información fidedigna sobre las actividades de quienes integran el gobierno invisible.>>[1]

Desde mi experiencia vital y humana diré ciertamente comprendo la desorientación que causa el estado actual del mundo. Nunca antes las circunstancias creadas por una explosión tecnológica se hicieron con mayor velocidad, con consecuencias aún imprevistas en lo más profundo de la existencia de los humanos.
Eso es causa de múltiples crisis, de ansiedad, depresión y confusión. Es un alud de alteraciones que se nos echa encima. Pero en el fondo nada de eso es nuevo. Todas las generaciones anteriores a la nuestra han vivido la vida como una experiencia dolorosa, inexplicable, llena de sinsabores.
Buscar al responsable de ello ha sido una tarea común y corriente. “Este mundo debería ser otro”, se dice. Y si no lo es, “será por culpa de X  y X y X causantes del mal ajeno, para aprovecharse ellos de la situación.”
La historia nos da ejemplos de cómo -tanto individuos  como colectivos-  han sido llamados conspiradores; se encuentran numerosos nombres y siempre se trata de personajes que están fuera y lejos de nuestro entorno. Y si son vecinos, pues no les tenemos simpatía, sino aversión. Han surgido montones de teorías acerca de la conspiración desde siglos atrás.
La culpa de las desgracias ha sido atribuida a naciones enteras, a razas humanas, a etnias distintas, a clases sociales, a profesiones o inclusive al sexo opuesto. Los judíos han sido odiados, los gringos lo son, a los burgueses, capitalistas, se les culpa de todo, etc. etc.
A todos ellos se les sigue reprochando que intenten hacer o formar un gobierno invisible sobre el mundo real. Tanto así, que la verdadera realidad no la veamos, porque nos la esconden detrás de una cortina de mentiras. El mito de la conspiración nos mantiene en la certeza de que somos víctimas de un poder anónimo, impotentes para obrar libremente.
Siempre hay una dosis de envidia en estos odios. Hasta en la quema de brujas apreciamos esta envidia escondida: La mujer más sabia que el hombre - …¡oh no! eso no debe ser. Y si aparece alguna así, ha de ser obra del diablo. Hay que quemarla.
Un ejemplo actualizado de esta teoría apocalíptica, que comienza a tener una influencia grande entre los grupos radicales de la derecha norteamericana (Tea Party) cercana al Partido republicano, es esta voz  - disfrazada de científica y teológica, (pretendiendo ser “análisis” cuando solamente resume prejuicios) que describe observaciones banales y manifiesta temores. Cualquier poder despierta reacciones de sospecha, desconfianza y miedo. Es fácil actualizar eso y darle un nombre, señalar a los culpables. Basta poner oídos a lo que el pueblo siente, darle palabra con autoridad seudocientífica, y ya está creada la visión apocalíptica del actual momento. Hallar a los culpables de males sufridos es fácil, la prensa los sirve en bandeja.
Yo, por ejemplo, no entiendo, qué tiene que ver “la aristocracia decadente” con todo eso. Ni me parece plausible el eterno reproche a “magnates industriales”, a “etnias distintas y representantes de culturas ajenas”.
 El gran capital se concentra en manos de los que ya poseen riqueza. Eso es archiconocido. La crisis financiera demuestra que este caudal inmenso es inestable, se puede anular, porque al dinero flotante ya no le corresponde valor real. Son  cifras, nada más. Sin embargo, sí es real lo siguiente:
.-el bienestar creciente de una grandísima parte de la humanidad y la lenta e imparable desaparición de la extrema pobreza.
.-La ausencia de memoria histórica hace que estos hechos se olviden.
¿O en verdad creen los apocalípticos que los billones de dólares de deuda son reales, representan valores concretos? Son cifras que pueden anularse, borrarse con la misma facilidad que yo borro en este momento una palabra mal escrita. El dinero derretido no deja huellas concretas, sino repercusiones, crisis económica y social, excitación, perplejidad.
Por lo dicho recomiendo alejarse de estas interpretaciones apocalípticas y trastornadas. Son humanamente comprensibles, porque el vacío profundo exige una explicación. Pero esta explicación es complicada. Los problemas que se sufren tienen un origen múltiple, no una sola causa. Son discursos reducidos y reflejan incompetencia intelectual e informativa. Es un proceder simple y como ser pensante me aburre la simpleza.
Y el que se entrega a estos apocalismos simplistas y reductores debería saber en compañía de quién se podría fácilmente encontrar: en la de Hitler o en la de Stalin.

friedrichmanfredpeter  febrero 2014

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