John Coleman, El Club de los 300. :
<<El Club de los 300 es el no va más de las sociedades secretas. ---- llegaron a la conclusión de que la única manera de hacerse los amos del mundo era asociarse con poderosísimos magnates de la industria internacional---
<<El Club de los 300 es el no va más de las sociedades secretas. ---- llegaron a la conclusión de que la única manera de hacerse los amos del mundo era asociarse con poderosísimos magnates de la industria internacional---
Desde que trabajaba en el servicio
de inteligencia sé que los jefes de estado extranjeros conocen a tan poderosa
horda por el apelativo de los magos. Stalin acuñó una expresión para
describirlos: las fuerzas tenebrosas. Y el presidente Eisenhower, que nunca
logró ascender por encima del grado de hofjude (judío del atrio), lo llamó –
quedándose mayúsculamente corto - <<el aparato militar e
industrial>>.
¿Quiénes son los conjurados que
integran el todopoderoso Club de los 300? Los ciudadanos mejor informados
tienen conocimiento de que existe una conspiración, la cual se presenta bajo una diversidad de nombres,
entre ellos los illuminati, la Francmasonería, la Tabla Redonda y el grupo
Milner. Lo malo es que resulta extremadamente difícil encontrar
información fidedigna sobre las actividades de quienes integran el gobierno
invisible.>>[1]
Desde mi experiencia vital y humana diré ciertamente comprendo
la desorientación que causa el estado actual del mundo. Nunca antes las
circunstancias creadas por una explosión tecnológica se hicieron con mayor
velocidad, con consecuencias aún imprevistas en lo más profundo de la
existencia de los humanos.
Eso es causa de múltiples crisis, de ansiedad, depresión y
confusión. Es un alud de alteraciones que se nos echa encima. Pero en el fondo
nada de eso es nuevo. Todas las generaciones anteriores a la nuestra han vivido
la vida como una experiencia dolorosa, inexplicable, llena de sinsabores.
Buscar al responsable de ello ha sido una tarea común y corriente.
“Este mundo debería ser otro”, se dice. Y si no lo es, “será por culpa de
X y X y X causantes del mal ajeno, para
aprovecharse ellos de la situación.”
La historia nos da ejemplos de cómo -tanto individuos como colectivos- han sido llamados conspiradores; se
encuentran numerosos nombres y siempre se trata de personajes que están fuera y
lejos de nuestro entorno. Y si son vecinos, pues no les tenemos simpatía, sino
aversión. Han surgido montones de teorías acerca de la conspiración desde siglos
atrás.
La culpa de las desgracias ha sido atribuida a naciones enteras, a razas
humanas, a etnias distintas, a clases sociales, a profesiones o inclusive al
sexo opuesto. Los judíos han sido odiados, los gringos lo son, a los burgueses,
capitalistas, se les culpa de todo, etc. etc.
A todos ellos se les sigue
reprochando que intenten hacer o formar un gobierno invisible sobre el mundo
real. Tanto así, que la verdadera realidad no la veamos, porque nos la esconden
detrás de una cortina de mentiras. El mito de la conspiración nos mantiene en
la certeza de que somos víctimas de un poder anónimo, impotentes para obrar
libremente.
Siempre hay una dosis de envidia en estos odios. Hasta en la
quema de brujas apreciamos esta envidia escondida: La mujer más sabia que el
hombre - …¡oh no! eso no debe ser. Y si aparece alguna así, ha de ser obra del
diablo. Hay que quemarla.
Un ejemplo actualizado de esta teoría apocalíptica, que
comienza a tener una influencia grande entre los grupos radicales de la derecha
norteamericana (Tea Party) cercana al Partido republicano, es esta voz - disfrazada de científica y teológica, (pretendiendo
ser “análisis” cuando solamente resume
prejuicios) que describe observaciones banales y manifiesta temores. Cualquier
poder despierta reacciones de sospecha, desconfianza y miedo. Es fácil actualizar
eso y darle un nombre, señalar a los culpables. Basta poner oídos a lo que el
pueblo siente, darle palabra con autoridad seudocientífica, y ya está creada la
visión apocalíptica del actual momento. Hallar a los culpables de males
sufridos es fácil, la prensa los sirve en bandeja.
Yo, por ejemplo, no entiendo, qué tiene que ver “la aristocracia decadente”
con todo eso. Ni me parece plausible el eterno reproche a “magnates
industriales”, a “etnias distintas y representantes de culturas ajenas”.
El gran capital se concentra en
manos de los que ya poseen riqueza. Eso es archiconocido. La crisis financiera
demuestra que este caudal inmenso es inestable, se puede anular, porque al
dinero flotante ya no le corresponde valor real. Son cifras, nada más. Sin
embargo, sí es real lo siguiente:
.-el bienestar creciente de una grandísima parte de la humanidad y la lenta
e imparable desaparición de la extrema pobreza.
.-La ausencia de memoria histórica hace que estos hechos se olviden.
¿O en verdad creen los apocalípticos que los billones de dólares
de deuda son reales, representan valores concretos? Son cifras que pueden
anularse, borrarse con la misma facilidad que yo borro en este momento una
palabra mal escrita. El dinero derretido no deja huellas concretas, sino
repercusiones, crisis económica y social, excitación, perplejidad.
Por lo dicho recomiendo alejarse de
estas interpretaciones apocalípticas y trastornadas. Son humanamente
comprensibles, porque el vacío profundo exige una explicación. Pero esta
explicación es complicada. Los problemas que se sufren tienen un origen
múltiple, no una sola causa. Son discursos reducidos y reflejan incompetencia
intelectual e informativa. Es un proceder simple y como ser pensante me aburre
la simpleza.
Y el que se entrega a estos apocalismos simplistas y reductores debería
saber en compañía de quién se podría fácilmente encontrar: en la de Hitler o en la de Stalin.
friedrichmanfredpeter
febrero 2014
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