<El siglo XIX era el siglo de los imperios y culminó en una
guerra mundial. Cada uno de los
combatientes movilizó ayudas periféricas que tuviera a disposición. Al imperio
alemán le faltaron tales reservas, porque no pudo acceder más a sus
colonias después de1914 y por eso tuvo
necesidad de abrirse acceso a sectores cuasi – coloniales. Después de la guerra
algunos imperios fueron disueltos, no los más importantes de ellos. Alemania perdió
sus pequeñas colonias, poco relevantes. Los vencedores dominantes se las
repartieron. El Imperio Habsburgo, un compósito centroeuropeo y multiétnico, se
disolvió en fragmentos. Del Imperio Otomano sólo quedó Turquía y los cuasi
colonias orientales bajo mandato británico o francés. Rusia perdió Polonia, las
regiones del Báltico, pero bajo el nuevo gobierno soviético mantuvo una unión
imperial sobre la mayoría de los pueblos no – rusos, igual que el imperio del
zar.
Es por eso que tampoco quedaron resueltos los conflictos entre ellos.
La guerra de 1914 a 1918 nada resolvió, el mundo amaneció, retuvo el aliento
como diciendo: ¿Y ahora qué pasa?
Antes de contestar a eso debemos preguntarnos, ¿cuáles habían sido las
causas a llevar al mundo y especialmente
Europa a esta situación? De los
imperios entregados a este conflicto no salió el esperado nuevo orden mundial,
sino una continuación de la rivalidad entre los cinco grandes, la pentarquía mundial del siglo XX: los imperios británico, francés y americano –
vencedores por un lado – ; el ruso soviético y lo que quedó del alemán – el duo
de los vencidos, resentidos y preparados a la revancha – por el otro.
De esta constelación, veinte años después, surgiría una nueva orgía de
destrucción que elevó el número de los
muertos a más de cincuenta millones. Ocho millones se había tragado la
anterior. La mecha que había incendiado el mundo en1914 aun estaba ardiendo.
¿Qué causas hubo para que tal pudiera suceder?
En el transcurso del siglo XIX los imperios lograron crear un nuevo
orden mundial. El imperio marítimo inglés, el terrestre como el ruso, o uno
mixto como el americano, diseñaron su “frontera“ de expansión eficazmente,
dejando a los demás en un segundo plano; y estos -en escala menor- hicieron lo
propio en cuanto pudieron.
La extensión del poder
"blanco" en África, la extensión del poder "civilizado" en
el Brasil fueron idénticos. La expansión fue profunda y el precio de ello fue
la eliminación de poderes ancestrales, rivales o autonómicos; ello contando con
la eliminación física de millones de vidas humanas de las etnias opuestas. Así,
las poblaciones indígenas de América del Norte y de Australia practicamente
fueron extinguidas, las de la India reducidas drásticamente. Una especie de
„manifest destiny“ ordenó en estas operaciones. No fueron planeadas
sistemáticamente como el posterior holocausto nazi, pero friamente ejecutados
con las miradas puestas en un horizonte imperial. El colono -interno o
emigrante europeo- se hizo dueño de la
acción. Todo lo que le convenía lo hizo pasar a ley; se decía que tal era natural
y sin alternativa. Un cambio fundamental. El mundo entero, sus reservas naturales
y humanas fueron sacrificads a este nuevo
orden político, económico, cultural y filosófico.
¿A quién extraña la aparición de la teoría racista y el dogma de la
superioridad del hombre blanco sobre los demás, hasta el extremo de negarles
calidad de seres humanos? Más fácil fue relizar su eliminación
masiva.
Fue un proceder novedoso, una revolución ética y moral con beneficios
inagotables, no comparable con las conquistas realizadas siglos antes por
poderes imperiales como el español, el portugués o el chino. Estos quedaron
rezagados, obras de museo de la historia, o reducidos a estatistas como el otomano. En el arsenal de medidas
agresivas se dejó preparada toda la munición para explotar posteriormente, otra y otra vez.
Pero al final del siglo, estas fronteras a conquistar y a extender
toparon con límites naturales. No quedaron más territorios "libres"
para conquistar, ocupar, repoblar, explotar. Los que habían llegado tarde
quedaron cortos o excluidos; los que poseían herencias antiguas fueron
expropiados y quedaron excluidos en el
juego de mesa de los grandes.
Los que resignadamente ocuparon segundos puestos, buscaron elevar su
posición a costo de vecinos, comenzando una conquista interna de recursos, de
movilizar reservas, de autocolonizarse cuando pudieron. El último caso es el
típico de Rusia. Desde los zares y continuada por los bolcheviques. Y todos
defendieron sus intereses con garras y uñas.
El gran triunfante, el imperio británico gobernando los mares exhibió
su bandera en los cinco continentes ; el imperio alemán que llegara tarde al
reparto del mundo desarrolló una nueva e inesperada ofensiva industrial y
militar; no quiso conformarse con las migajas que sobraron y como nuevo poder
industrial en auge, buscó presencia más allá de sus fronteras ccntroeuropeas.
Y el eje de las relaciones entre los imperios rivales comenzó a girar,
poniendo cada vez más Berlín en el centro de las atenciones, síntoma de que el
equilibrio entre las potencias estaba alterado.
Sin embargo, el común de la gente en estos imperios no se dio por
enterado de los peligros vigentes. El mundo parecía vivir una era de paz
dorada. Una economía globalizada aportó bienestar y riqueza a una minoría
creciente y suavizó los sufrimientos de
los pobres. Los imperios se modernizaron.
Aun se hablaba en términos territoriales, pero en realidad había
comenzado ya la era de los centros urbanos. Durante siglos las ciudades más
grandes se encontraron en Asia. La ciudad de Manila en las Filipinas españolas
era mayor que Viena. Esto cambió: Paris, Londres, Nueva York, Berlín, San
Petersburgo ahora marcaron el territorio político de la nueva realidad.
Después este "Reich", la nueva Alemania, chocó fuertemente
con los intereses de los demás; no le quedó más aliado que el moribundo imperio
austriaco de al lado. Impresionante bloque territorial pero escaso de reservas
y amenazado por un proceso de disolución
interna. El peligro mortal de estos dos imperios europeos era el naciente nacionalismo. Lenta e invisiblemente las
sociedades imperiales empezaron a cambiar. Lo que durante siglos no había sido
más que entidad étnica y cultural comenzó a pronunciarse como nación para
exigir vida política propia. La evolución hacia el modelo del estado – nación
empezó a corroer estos imperios desde adentro, obligando a políticas de
conservación y de compromisos, no de empuje con los nuevos rivales del poder,
los enemigos internos. Los gritos de guerra que de ahí salieron no eran más que
formas de pedir auxilio. No eran manifestaciones de poder sino de debilidad.
El estado imperial entró en crisis al sufrir su transformación en
estado nación. Problema fundamental para toda Centroeuropa.
¿Quién soy? Se hizo más importante que ¿a quién sirvo?
Soy checo, búlgaro, rumano, húngaro, serbio, etc. se decía y ¿dónde
está mi nación?
La Revolución Francesa había contestado a esta pregunta asi: francés es
quien quiere serlo. Pero esta opción quedó cerrada a las tradiciones
autocráticas de los demás europeos. Se refugiaron en la etnicidad de un sentir
y un modo arcaicos.
Quedó asi Francia el único imperio con identidad moderna de estado
nación seguida por el nuevo imperio americano.
Ante circunstancias así, estuvo servido este menu de la discordia que
encontró su desahogo finalmente en los sucesos de 1914 a 1918.
Muchas voces manifiestan que esta catástrofe política, social y humana
fue buscada por poderes interesados. Yo no comparto esa idea. Habría sido
posible evitarla porque todo lo que
hacemos los hombres, es controlable y evitable. Pero habría sido necesario un
esfuerzo rozando la genialidad. Y no apareció ningún genio en el panorama.
Por eso todos perdieron, también los que celebraron su victoria.
¿Qué hacer con Alemania? Esto fue el reto después de derrotada.
¿Reducirla a sus fronteras naturales? ¿Pero, cuáles eran? ¿Y qué es
natural?
La gran historia en el centro de Europa había diseñado multiples
variantes. Era imposible encontrar una solución satisfactoria entre los
contrincantes. Los que tenían oidos finos oyeron caer las bombas de
revanchas por venir... y vinieron.
friedrichmanfredpeter febrero
2014
[1] Jürgen Osterhammel, Die Verwandlung der Welt, München 2009, p. 670
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