Paseando “Bajo los Tilos” y en presencia de la estatua
ecuestre de Federico II de Prusia me puse la pregunta:
¿Qué piensan estos visitantes,
estos forasteros de los “prusianos” actuales? Y me pareció ecuchar un susurro:
–Este es un país de cobardes y de
literatura aburrida.
¿Es realmente así, son los
alemanes actuales un pueblo de neuróticos egoistas?:
–¡Sí, así es!
Contesta de forma afirmativa el
escritor suizo Martín Bieler en „Die Zeit“, 4/2000:
–Un día - dice él - de pronto, se instaló el miedo en el centro de su vida política: miedo por el uso de la energía nuclear, miedo de un nuevo Chernóbil, miedo por el medio ambiente y por el calentamiento de los mares, por el ozono en el aire y por la gripe aviar. Los Verdes se adueñaron de ese miedo, y el sentir y pensar “verde“ se transformó en la corriente general del país.
–Un día - dice él - de pronto, se instaló el miedo en el centro de su vida política: miedo por el uso de la energía nuclear, miedo de un nuevo Chernóbil, miedo por el medio ambiente y por el calentamiento de los mares, por el ozono en el aire y por la gripe aviar. Los Verdes se adueñaron de ese miedo, y el sentir y pensar “verde“ se transformó en la corriente general del país.
Ese miedo provocó el movimiento
pacifista que se apoderó de la calle. El miedo ante las amenazas de guerra hizo
que los alemanes reclamaran el derecho a la paz como se reclama el derecho a
unas vacaciones tanquilas.
Siempre era la preocupación por
su bienestar de cuerpo y alma que transformó a los alemanes actuales en
políticos histéricos:
Cuando en el Kosovo se presentó
la guerra de nuevo con toda su lógica irracional, toda la nación temblaba por
tres pilotos”nuestros“ ocupados con su oficio de informática militar y lejos del escenario de
las bombas..... Una vieja tribu de soldados ya no tenía ganas de exponerse al
peligro,”que lo hagan otros“. En el fondo no tiene ni buenas ni malas
convicciones. No tiene ningunas. No conoce enemistad ni moral porque sólo se
trata de sentirse bien, relajados y en buena forma. Ganar buen dinero, tener
buen sexo, hojear revistas de colores, sentirse a gusto, nadie debería aspirar
a más que a eso. Paz.----
¿Entonces, a quién extraña la
ausencia de temperamento, la monotonía de nuestra vida intelectual y artística?
El letargo dura ya más de
veinticinco años y nos hunde en dolorosa insignificancia, indigna de una vieja
nación culturalmente importante. La descripción sociológica del fenómeno es
este:
Todos conformes con pensamientos
que otros piensan y con las melodías que otros cantan.---Nos creemos autónomos
y libres, cuando en realidad nos recreamos dentro de notoria dependencia y nos
conviene hallarnos a gusto.
Sin embargo, cuando alguien
saca el tema nazi, la agitación nerviosa
se apodera de los escenarios. Cuando se trata de la culpa histórica, del pecado
original de la nación, cuando las voces
“pro y contra del siniestro pasado“ se enfrentan, entonces comienza el
discurso en forma de pelea entre sordos con gritos y pataleo. Así pasa siempre,
porque es el único tema de exclusividad para aquellos alemanes que necesitan
sentirse bien y libres de responsabilidad del pasado. Necesitan colocarse al
lado de los buenos. La pelea alrededor de culpa y responsabilidad es una lucha
teatral porque la realidad actual es
otra:
Neonazis juveniles sin nociones
de historia ni aspiraciones en el presente se han tomado las calles en
provincias lejanas controlando la vida diaria de la gente y deciden quién tiene
derecho a vivir allí y quién debe irse. Nada saben de tiempos pasados, viven el
presente con litrona de cerveza en la mano y reclaman el deber del estado que
los sostenga.
¿Y qué hace el buen alemán de
turno?
Mirar a otro lado, naturalmente.
Porque, estando en buena forma,
gracias a Mallorca y las Islas Canarias, nada de eso le impide el buen sueño y
despertado dice: ¿qué importa?
¡Así, buen Friedrich, quédate en
el pedestal de tu monumento, la Ilustración aun tardará en llegar!
Manfred
8/2008
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