Sí, el Rey me habló desde lo alto de su
caballo de bronce cuando pasé por su lado cruzando la Avenida Unter den Linden.
No le había saludado porque soy republicano. Sin embargo se acordó de mí por el
interés que yo había puesto en Prusia en
los capítulos pasados:
-No seas tan pesimista, me dijo, ya casi
estás ganándome a mí. Prusia ya no existe pero por aquí pasan gente que yo
enseguida admitiría en mi reino.
-¿Les nouveaux réfugiés? Le contesté, porque sabía que le gustaba más el francés que el alemán.
-¿Les nouveaux réfugiés? Le contesté, porque sabía que le gustaba más el francés que el alemán.
-Como nuevos ciudadanos, me replicó luciendo
un inesperado tono nuevo. Aun como estatua de bronce le habían cambiado los
tiempos modernos, y se notaba que hablaba sin ironía.
-Usted es realeza, yo soy realista, le contesté.
-Y eso me obliga a decir las cosas como son.
-¡No son tan malas, reconstruyen mis
palacios, me enterraron junto a mis perros, pero no se ve un solo soldado por
toda Berlín.
-Sí, los que más se parecían a sus granaderos
regresaron a Rusia y a los del Ejército Popular alemán les quitaron los
uniformes y ahora venden esas prendas en los mercados de pulga.
-Pues, no está mal, si todo eso funciona bien
sin granaderos, mejor. El militarista no fui yo, eso era mi padre. Lo que
necesitais no son reclutas altos sino grandes talentos y los veo pasar por
aquí. Y algunos me saludan.
-¿Quién?
Salif, por ejemplo, un muchacho despierto,
inmigró hace años desde Gambia en África y ahora estudia bachillerato, habla
alemán, mandinka e inglés. Le gustan las matemáticas y quiere estudiar
medicina.
-¿Y el dinero? Le pregunto
-Recibe la beca “Start”, una iniciativa
privada digna de mi reino, porque son la gente que forman la esencia de los
estados.
No era poca mi sorpresa cuando oí comentarios
tan modernos de una cabeza cubierta de un sombrero de tres picos de bronce.
-Y dice este muchacho Salif que quiere que
cuando tenga hijos que ellos ya no necesiten más beca ninguna. Es valiente, y
me impresiona. Fritz pareció emocionado.
-¿Y las mujeres, no le hablan. Usted tiene
fama de misógino?
- El otro día era Angélica, quien me saludó,
vino de Kasajstán con su familia y estudia con la misma beca Start. Es descendiente de aquellos alemanes que mi
enemiga Catalina llevó a Rusia y que ahora vuelven como rusos a Alemania. Pero
si es cierto, me fijo más en los hombres que pasan. Un tal Volkahn me
impresionó. Vino de Hamburgo, es kurdo. Pero me dijo que le interesa más la
política de aquí. Dice que se siente alemán. Se dirigió a mí porque sabía que a
mí no me interesaba el orígen de la gente. Que sirvan para su oficio. Esto es
necesario.
-¿Y no se han presentado aquí esta gente que
quieren expulsar a todos los que no son alemanes?
-Los veo y los ignoro. No me parecen dignos
de contemplación. Además. Todavía en Prusia existe la justicia que yo he
fundado y por aquí pasa una joven abogada, se llama Sylvia, que me lo agradece
mucho, ha logrado intervenir en numerosos casos para evitar la expulsión de
refugiados. Me ha mencionado lo que dijo aquel desgraciado molinero en
Sanssouci “todavía hay una justicia en Prusia”. Además,¿qué significa eso de
ser alemán? Aquí estamos en Prusia.
- ¿Todavía no le ha perdonado al molinero?
- Claro que no, no me dejaba dormir por el
ruido del molino. Pero, más vale que haya justicia aunque el Rey no duerma
tranquilo.
- ¿Y ahora, aquí?
- Ya no duermo, soy de bronce.
-¿Veo que usted está a gusto aquí, o me
equivoco?
-No te equivocas, aquí estoy bien. Los tilos
crecen y empiezan a darme sombra. Si no fuera por las malditas palomas que me
cagan encima, no me quejaría.
-Pero usted lleva sombrero de bronce,
Majestad, ¿qué le puede pasar?
¿Qué más puedo decir sobre Prusia? Me siento
muy honrado con esta entrevista que me obsequió el que había sido Rey de
Prusia, a mí que soy un simple visitante forastero de nuevos tiempos, y encima
republicano.
Manfred
8/2008
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