lunes, 10 de septiembre de 2007

Una muerte en la familia Sánchez

Una mirada atrás por F. Manfred Peter

No sé cómo murió ni de qué. Era la madre de uno de los trabajadores que en colegio cortaban la hierba y las ramas secas de los árboles cuando era necesario. Siempre provisto del instrumento de su trabajo, el machete.
–Es por un entierro, me dijo cuando me pidió horas libres.
Pregunté más y me dijo que su madre había muerto. Decidí acompañarle.
El cementerio Calancala es el sitio más desolado y triste de Barranquilla. Allí se entierra a los más pobres y a los muertos anónimos y abandonados.

En la casita de barro con tejado de hojas de palmera del barrio apartado estaban reunidos los que iban a acompañar a la muerta metida en un ataud de tablas crudas. Se ofrecían tragos de ron Tres Esquinas, ron barrato peleón. El cuarto no tenía ventana y en la penumbra se distinguía una mujer negra gorda y fea que presidía la ceremonia. Sobre la caja aun no estaba puesta la tapa y una corona de velas puestas en el borde del ataud iluminaba la cara pálida del cadáver. La negra rezaba moviendo el rosario entre las manos. Pero no se entendían las palabras porque al mismo tiempo fumaba. Fumaba un puro grueso y llevaba la candela dentro de la boca. En los mercados de aldea había visto eso antes. No se queman ni lengua ni los labios y se chupan la ceniza.
Nos pusimos en marcha. Los hijos, entre ellos S., cargaban la caja. Marchamos en medio de calor y ruido en el centro de la vía. Los carros, buses, camiones y taxis nos rodeaban como a una culebra que se mueve en la mitad de un arroyo. El camino era largo y durante todo el tiempo la botella de ron se pasó de uno a otro. Cuando llegamos a la entrada del cementerio, un celador pidió dinero y entregó dos o tres palas prestadas para hacer el hoyo.
Nos indicó más o menos el sector, donde podíamos escarbar. Durante todo ese tiempo la negra delante del ataud seguía rezando, fumando y moviendo el rosario con largos gestos de un lado para el otro como si fuera incienso. Era la enterradora profesional.
Se decidió coger un lugar donde recientemente no había sido enterrado nadie y los hombres excavaron un hoyo bastante profundo para meter la caja dentro y cubrirla de una gruesa capa de tierra. Rápidamente se terminó y no se hizo más nada. La negra dejó de emitir sonidos guturales y comenzó a beber ron. Cuando estaba aplanada la tumba, S. me preguntaba si podía escribir el nombre de su madre muerta sobre una tablita pequeña de madera que había traido.
Yo sólo tenía un bolígrafo para escribir y así hice y él colocó la tablita sobre el montón de tierra fresca y nos fuimos todos. No se hizo más nada.
Ahora todo era calor y silencio. Nunca antes me había sentido tan triste y sentí náuseas de vivir.
En el camino a casa, caminé a pesar de la calor casi insoportable porque la brisa se había ido, recité el fragmento de aquel poema de Brecht:

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–Ihr sterbt mit allen Tieren und da kommt nichts danach.
(Moriréis cual animales y no habrá nada después.)
Durante mucho tiempo me persiguió de una forma casi obsesiva este verso, porque no quería ni quiero que sea verdad.
-Unos cadáveres a la venta-
( Unos años después la prensa publicó bajo este título el siguiente caso escalofriante)
El edificio donde compran cadáveres no es grande. La fachada se presenta como cualquier otra del barrio al norte de la ciudad: ladrillos rojos, de mediana altura, pocas ventanas hacia la calle, pero con un portón alto y ancho. No es una casa de vecinos, es la entrada de la Universidad Libre, universidad privada. ¿Quién financia existencia y actividades? - Una fundación de la que bien poco se sabe.
Fundaciones se fundan sobre el dinero de sus fundadores y esos tendrán sus motivos para invertir su dinero para mantener actividades académicas que abundan en Barranquilla, hay dos universidades privadas más. ¿Serán mecenas altruistas, benefactores de sus tierra natal o comerciantes, fríos calculadores de lo que hacen cuando se deciden a invertir en actividades de dudosa rentabilidad?
La prensa local elogia la generosidad patriótica de los que así actúan, pero muy pocos barranqilleros piensan que así será.
En la U-Libre se estudian carreras de ciencias, de medicina muy especialmente. Los estudiantes necesitan material para prácticas de anatomía. No es dificil conseguirlo, porque el cementerio de Calancala no sólo es proveedor de material para sectas que celebran misas satánicas, donde se exhiben, como saben los instruidos, calaveras u otros utensilios poco usuales en la vida diaria.
Los sepultureros del Calancala también venden, más o menos fresquecitos, estos cadáveres que se necesitan y se desgastan en cursos de anatomía. ¿Cómo los consiguen?
Pues desenterrando los recien enterrados, sacándolos de sus ataudes y enterrando el ataud vacío nuevamente, aprovechando así una mercancía que de otro modo sería inútil y no servería para más nada. ¿Lástima verdad?
En el Trópico, como todo el mundo sabe, se aprovecha todo, y los gallinazos - así se llaman los buitres omnipresentes- mueven sus cabezas para indicar que así es. Flora, fauna y sociedad humana comparten las mismas costumbres.
¿Es natural, o no?
El intermediario de la compra de cadáveres era el celador de la U- Libre. Claro que nadie, pero absolutamente nadie más que él, sabia nada, pero absolutamente nada de nada, de donde provenía la mercancia tan pedagógicamente aprovechada.
Así se entiende que profesores y estudiantes reclamaban cada vez con mayor insistencia que el material debía de estar más fresquecito y no tan poco apetitoso - en el sentido médico - se entiende.
Pronto esos reclamos fueron oidos y obedecidos. Llegaba material muy fresco y
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apetitoso, en el sentido médico de la palabra. Parece que nadie se interesaba de dónde provenía.
Era secreto del celedor, como la policía comunicaba posteriormente cuando el escándalo ya no se podía mantener más en discreción como lo hubiesen querido la junta directiva y los padres fundadores de la U-Libre.
Entonces se enteraba el público en general que la misteriosa desaparición de indigentes en las zonas residenciales del elegante norte de la ciudad tenía una explicación. El celador solía invitar a su víctima a tomar un tinto ( café colombiano) o a comer un resto de comida, lo envenenaba y ya estaba resuelto el problema. Se ganaba su sueldecito extra para echar a sus hijos- que eran muchos- pa`lante. Eso es lo que se espera de un buen padre.
Casandra, personaje que conocerá el lector de otra “mirada“ anterior, cuando pasaron esos sucesos, ya se encontraba viejo y cansado. Numerosos incidentes le habían recordado que era mortal. Así decidió hacer otro gesto más que en la historia de la vida de este hombre extarordinario y excepcional no debe extrañar tanto. Escribió su testamento y ordenó, que cuando muriera, su cadáver fuera entregado a la Anatomía de la U- Libre.
Y allí está ahora, me lo confirmaba su viuda.
“Metido en formol, no lo han tocado todavía.“


FMP 2007 

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