lunes, 10 de septiembre de 2007

Lo que el viento se llevó

Una mirada atrás por F. Manfred Peter

Barranquilla impresiona por
–lo que el viento se lleva,
–lo que los aguaceros se tragan,
–lo que el comején se come,
–lo que el río Magdalena arrastra;
y por lo que su gente es capaz de aguantar.


Recién llegado a Barranquilla, impresiona “la brisa“. La brisa - se llama el viento fuerte incesante que sopla durante gran parte del año.
La brisa - eso son los Vientos Alisios que acompañan la línea ecuatorial a través del Océano Atlántico empujando las aguas del mar del Este al Oeste y todo lo que en el mar se mueve.
Un pañuelo tirado al mar en las Islas Canarias llegará a América. Colón no lo ha tenido difícil para alcanzar el Caribe; lo difícil era regresar.
La brisa en Barranquilla aulla y canta, hace vibrar los cristales, dobla las palmeras y se lleva lo que no está amarrado; levanta un oleaje impresionante sobre las playas de arena casi negra cubierta de ramas, troncos de árboles, vigas y tablas de madera vieja como de toda clase de objetos que el río transporta cruzando el país de sur a norte para vertirlo todo al mar. La brisa se junta con el mar para limar las duras rocas de la orilla, levanta arenilla fina que hiere los ojos y pica sobre la piel desnuda. La brisa tiene sabor a sal marina y está cargada de humedad porque atraviesa el mar.
Los ventanales del ColegioAlemán ( mi lugar principal de trabajo como profesor y director) retumbaban bajo la fuerza eólica y sonaban como un órgano compuesto por tubos de cristal.
Una de estas ventanas aparatosamente se había caido encima de los pupitres cuando estos por suerte se encontraban vacíos porque los alumnos estaban en el recreo. La brisa se filtra en todos los huecos y se cuela por todas las grietas corroyendo todo lo que está hecho de hierro y de cualquier material oxidable. Ni las rejas de hierro, ni las carrocerías de los coches resisten la fuerza destructiva de la brisa que es más fuerte que todos los cuidados humanos. Sin embargo, los dermatólogos y cosméticos no paran de elogiar el aire de Barranquilla. Según ellos, ese aire elimina 
las arrugas de la vejez y cuida el cutis femenino. Por cierto, Barranquilla es famosa por la belleza de sus mujeres. Y eso algo tiene que ver con la brisa, que en unión de la intensa luz solar envejece cualquier objeto expuesto dándole el color de arena y de madera gastada por los tiempos. “La Arenosa“, así dicen los barranquilleros hablando poéticamente de su ciudad, tiñe de gris y ocre las cosas para hacer de ellas elementos del entorno natural. Y eso sucede con asombrosa velocidad. Los pueblos de pescadores, las chozas, lanchas, canoas, las redes tendidas sobre andamios de madera torcida han adquirido ese color ceniza. Y parece que están ahí desde siempre.
Durante la temporada de la brisa todo adopta ese color ceniza, tanto los objetos creados por el hombre como la misma nauraleza. La hierba se seca, los arbustos pierden las hojas verdes y levantan sus ramas torcidas sacudidas por el viento
Sin embargo,¡cómo cambia todo cuando se anuncian los aguaceros! y se inicia la temporada de las lluvias, lo que suele presentarse dos veces al año. Se inicia una especie de primavera. Aún no han caido las aguas, cuando árboles y arbustos se cubren de flores y el campo es invadido por millones de mariposas blancas y amarillas. La brisa respeta eso y se hace más suave hasta - de pronto - desaparece y abre el horizonte a nubarrones negros que - de pronto - decargan inmensas candidades de agua retenidas invisiblemente en la atmósfera.. Siempre es un espectáculo lleno de dramatismo porque interrumpe la vida social, transforma la ciudad y ofrece escenarios de caos y desorden impresionantes. Pero en el campo árido respiran las plantas y se llenan los charcos, “los jagüeyes“, para que el ganado beba. Ganado, eso son vacas de la raza criolla o cebu, adaptadas al clima fuerte de la región. Aguantan sed y hambre y, sobre todo, no sufren tanto de la intensa calor. Los toros y vacas de la raza cebu originales de la India con su majestuosa silueta marcan la dehesa. Son blancas como las numerosas garzas que les siguen y rodean montándose encima de ellas como jinetes. Desde lo alto observan el pasto donde se mueven las orugas, su botín preferido, que se mudan en la millonada de mariposas que invaden el paisaje entero al comienzo de la época lluviosa dando la impresión de una tormenta de nieve. Durante la época de las brisas al faltarles el pasto, las vacas se ponen famélicas; se les puede contar los huesos. En las zonas apartadas muchas mueren de hambre y de sed y se presentan los buitres, zopilotes o “gallinazos“ en el lenguaje costeño, pájaros negros carroñeros que no desprecian nada y se disputan los restos de la basura en el centro mismo de la ciudad.
Cuando finalmente llega el agua, no cae serenamente sobre una ciudad extenuada por el sol y la brisa. Son tormentas intensas que en poco tiempo descargan una enorme cantidad de agua. Trombas de agua que producen una paralización casi completa de toda movilización por las calles, porque muchas se transforman en profundos arroyos con remolinos que arrastran con la violencia de un río de montañas todo lo que está en medio de la corriente. Van cargados de toda clase de objetos inservibles que la gente de los barrios populares tira :
– ¡Bótalo al arroyo! Y el arroyo se lo come todo para depositarlo en el río Magdalena: botellas, sillas mesas, llantas viejas de automóviles y de vez en cuanto también carros (coches) nuevos con sus ocupantes dentro, porque los hay que son imprudentes por naturaleza y se acercan con gusto a los lugares donde está suspendida la ley y el orden. Sería inútil llamar a los bomberos. No acudirían.
El primer gran aguacero después de una larga temporada de brisa deja la ciudad con un aspecto de haber sufrido un bombardeo. El agua se ha llevado mucho “para allá“, pero parece que más ha dejado atrás. Hay calles que quedan intransitables durante horas; lo impiden las ramas de árboles y toda clase de basura acumulados en plena vía. Es recomendable esperar a que otros se pinchen las ruedas antes de sacar el atomóvil a pasear entre clavos y botellas rotas.
Un aguacero así es temido cuando cae al mediodía - y suele ser así durante la época llamada invernal - y justo a la hora de cerrar clases. Surgen desorden y caos que hay que aguantar con resignación y con la sonrisa en los labios. Buses que salen sin esperar sus pasajeros, padres que llegan buscando a sus hijos perdidos. Siempre quedan algunos atrás que no saben cómo llegar a sus casas. Entonces tocaba llevarlos cuando amainaba la lluvia. ¡Agua que del cielo cae, bendita sea!
Sin embargo, pocas veces tuvimos que suspender las clases en la tarde después del aguacero.
Sólo mojado y embarrado se aprende el arte de la improvisación a fondo y el agua tenía una gran virtud: tan pronto como venía se iba. La Arenosa se la tragó toda.
El europeo está habituado a vivir entre objetos duraderos Muebles suelen durar a veces más de una generación. Papeles se archivan y guardan durante siglos. Antiguarios son una institución característica en muchas ciudades. Hay ciudades que por si solas representan un antiguario. No así Barranquilla. Las cosas envejecen tan pronto que no les queda tiempo para ser antiguas.
Ante el acoso de las fuerzas agresivas del medio ambiente todo material dura poco.
Los hongos y los insectos invaden las casas, encuentran el camino para subir a los edificios más elevados. El enemigo del amante de la literatura es el comején, la termita, esa hormiga blanca y ciega que tiene por manjar preferido las maderas blandas y el papel, pero también se atreve con el plástico de los cables eléctricos y con las tapas de madera prensada. Aprendió a no temer los elementos químicos inventados en su contra. Se ha comido las actas de procesos y nadie sabe, por qué determinado preso está encarcelado. Se ha comido libros enteros, dejando la cubierta y unos gramos de polvo blanco. También se comió el reloj del colegio que marcaba las horas de clase y timbraba cuando debía. Un día dejó de timbrar y al tocarlo el reloj se despedezaba, todo lo que era de madera había sido devorado por los insectos.
No extraña que ante esas experiencias diarias surge una mentalidad que valora el consumo rápido de las cosas, ni se aferra a ellas. Mucho antes de envejecer todas las cosas acaban, terminan su servicio, se vuelven inútiles.
A esa fugacidad no se escapa la vida de los hombres. Parece que los peligros que nos rodean no producen las mismas tragedias que en Europa, no se deben a fallos corregibles sino forman parte del drama de la vida que se repite a diario e inevitablemente. Es ley de vida y no produce alteración ni enfados contra otros. En vano sería buscar los culpables de un desastre. Así, después de las fuerzas naturales, como la brisa, el agua y las plagas, encontramos en la naturaleza del costeño ( Así llaman al habitante de la costa norte del país ), en su modo de ser específico, una de las razones para recordar siempre las personas que habitan ese escenario interesante, querido e inolvidable.


FMP 2007 

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