Una mirada atrás
-- otra vez, la violencia, por F. Manfred
Peter
Junto a la
Clínica Marly en Bogotá hay una farmacia y el farmaceútico me contaba lo
siguiente:
Un hombre con un maletín de ejecutivo en la mano era
perseguido por otro que llevaba un cuchillo o puñal. El hombre trataba de
refugiarse en la farmacia y tiró la maleta a la calle para que el atracador le
dejara. Pero aquel no echó cuenta del maletín sino le persiguió hasta dentro de la farmacia y allí, delante
de numerosos clientes, cosió a su víctima a
puñaladas. Después salió a la calle, recogió la maleta y se iba.
La víctima
sobrevivió la agresión gracias a la asistencia inmediata que le prestaba la Clínica Marly.
–Aquí no les
basta atracar y robar, tienen que matar, antes de ser ladrones, son asesinos.
Así explicaba el
farmaceútico las razones que podía tener el agresor para actuar así.
¿Existía la
violencia inexplicablemente innata en
aquel hombre y en muchos otros?
Casi todo
habitante de Bogotá puede contar un suceso parecido a ese. Muertes violentas al
subir y al bajar del taxi, en la parada del bus y en medio de numerosos
testigos o en la soledad del paseo en compañía de tu perro por la tarde, de
noche o en la madrugada. A cualquier hora
y en cualquier lugar te está esperando lo que todos temen. La muerte
tiene cara de hombrecito bajito y delgado con abundante pelo negro
peinado hacia atrás y rebosando de brillantina. Lleva un suéter de color
indefinido que le está grande y huele a
colonia barata. Antes de apuñalarte sonreirá y mostrará una boca sin dientes.
Gabriel García
Márquez describe, como un amigo le salvó la vida porque justo a tiempo le abrió
la puerta de su casa, cuando el individuo que le perseguía lo había
alcanzado para asestarle una puñalada.
Eso sucedió en el céntrico barrio de la Candelaria.
¿Qué causa tienen
esos actos de violencia que llenan la
estadística de las muertes por violencia para alcanzar el triste récord
mundial?
Medellín aun dobla
con creces la cifra siniestra de Bogotá cuando la costa del Caribe en
comparación parece un paraiso de seguridad y paz.
¿Han nacido
violentos los que cometen estos actos de barbarie?
U na teoría
racista así lo confirma y se olvida de los numerosos factores históricos,
económicos, sociales y culturales que hay que tener en cuenta.
Es demasiado
patente mencionar aspectos de la historia conflictiva del país, desde la misma
conquista a la guerra de la independencia y las sucesivas guerras civiles que
acompañaron la evolución de la nación colombiana. Hay que destacar el carácter
autodestructivo de esta herencia.
Siempre se dirige
contra miembros de la propia nación, contra el vecino mismo que habita al lado.
Sin embargo, los
viajeros del siglo XVIII durante la colonia destacan la casi absoluta seguridad
que reinaba en estas tierras. Alexander von Humboldt no tenía que temer a
atracadores y otros maleantes cuando recorría el vasto territorio de la Nueva
Granada. Así se llamaba Colombia en aquel tiempo.
Y aún después del
proceso violento de la independencia con un sinfin de muertos civiles por la
guerra a muerte declarada por los insurgentes y practicada por ambos bandos,
numerosos viajeros relatan sus viajes sin mencionar la presencia de peligros
especialmente temibles. El clima hostil y las alimañas de la selva, además de
los precipicios y cataratas eran las verdaderas causas de los temores. Por eso
me parece que más vale no buscar demasiado en las lejanías y en la profundidad
de la historia causas, orígenes y responsabilidades de los sucesos actuales.
Pero, ¿cómo
definiremos la actualidad? Todos los observadores están convencidos que no se
puede comprender la situación de Colombia sin hacer referencia a la ola de
guerras civiles que comenzó en el año 1930 y tenía dos fases de máxima
virulencia entre los años 1949 hasta 1957.
Esta época caracterizada por el terror que invadió casi
todo el territorio nacional con su epicentro en los departamentos del interior:
Quindío, Tolima, Cauca, Risaralda, Antioquia, etc.
Allí se “tostaba, tumbaba, plomeaba, palomiaba,
pasaba al papayo,paveaba,hacía un trabajito, y se guatiñaba“ al enemigo
político o al rival social o al vecino antipático, al hijueputa. Y para hacer
eso, todo lo que estaba al alcanza en un medio campesino era utilizado: “el tintin que echa píldoras, los tiples,
fusiles y palos, el guacharaco, la cuncia y la carabina, el revólver con sus
cocas“; pero también todo lo que corta y hiere: “el machete, la rula y la peinilla que se lleva mancado para pajarear
y mocharles la mocha cuando se llega madrugándoles“, pillar inadvertido a
los enemigos.
Las leyendas y
lemas eran siempre las mismas, pronunciadas para justificar los actos
vandálicos:
“¡Venceremos¡,¡pájaros bandidos!, ¡muera el estado
gendarme!,¡mueran los chulos! ¡Por la libertad, siempre adelante! ¡Vencer o
morir!“
El lector
fácilmente detectará que poco hay nuevo bajo el sol de Colombia y el presente
parece prefabricado por los conflictos anteriores. Hasta el lenguaje se parece
o incluso está idéntico. Lo que cambió,
son las ideologías que se esconden detrás y que en el fondo nunca han tenido
mucha importancia para los actores del teatro de la violencia.
El sociólogo
americano Robert Redfield describe esta situación :
“Esta sociedad es aislada, iletrada y homogénea, con
un fuerte sentido de solidaridad. El modo de vida está convencionalizado dentro
de un sistema coherente subcultural. La conducta es tradicional, espontánea, no
crítica, personal. No hay legislación, ni reflexión para fines intelectuales.
El parentesco y el grupo familiar es la unidad de la acción. Lo sagrado
prevalece sobre lo secular.“[1]
A través de la
violencia se constituía un grupo social distinto al tradicional. La autoridad
tradicional de los ancianos pasó a los líderes, a los comandantes. El
comandante se parecía a un cacique indio. Era el hombre a quién todo el mundo
buscaba para que resolviera sus problemas. Era el hombre que se destacaba y
sólo utilizaba la rigidez cuando era inevitable. El carácter destacado de la
“guapeza“
lo hacía indispensable
a los miembros del grupo. La violencia brotó directamente del individualismo
campesino, de su tremenda insularidad. La violencia practicada durante largos
años les enseñó a los hombres que la vida de un hombre no vale nada. El sicario
podía matar a cualquier persona y siempre quedaba impune. No existía autoridad
que estuviera fuera de su alcance.
La violencia como
fenómeno social no respetó ni raza ni economía y se ensaño tanto en el área del
minifundio como de latifundio. Existió en lugares de gran prosperidad y en
lugares de miseria. En términos geográficos existió en los desiertos, en los
valles fértiles como en los páramos andinos.
La consecuencia
de estos largos años de violencia era la desaparición de la autoridad del
estado y el establecimiento de un sistema anárquico generalizado. Si el estado
nunca había sido representado a través de una administración eficaz y fiable,
la violencia eliminó todo recuerdo de orden y organización. Los partidos
políticos tradicionales, liberales y conservadores mudaron en puras muestras
sin valor, en burdas montoneras. El estado mismo y sus instituciones perdieron
toda autoridad y credibilidad ante la población . La violencia había acelerado
este proceso. Así sucedió que en 1968 apenas con 29% de los electores inscritos
salió elegido el presidente liberal Lleras mientras 71% no atribuyó nada.
Bajo el efecto de
los años de la violencia comenzó una emigración interna, el traslado masivo del
campesinado a las ciudades.
“En los pueblos no se puede vivir ya
Y en los campos no se puede trabajar
Siete hijos que quedaron de mi esposa
Con el tiempo de hambre morirán.
El sectarismo dondequiera existirá
La violencia terminó con mi familia
Quemaron a mi rancho y destruyeron a mi hogar.“
(tango de Ismael
Diaz)
Ese proceso
histórico, la desgracia del país, no está concluido y actualmente alcanzó un nuevo punto récord: Así lo
demuestra la realidad que vive el pueblo colombiano actualmente, y muy
especialmente la población del interior del país.
Las ciudades
colombianas absorben un número cada vez mayor de la población total.
Eso sucede sólo
en parte por el crecimiento importante de la población. La causa principal es
el abandono de las zonas rurales por sus naturales pobladores,
provocados los campesinos.
un proceso que
hoy aun se complica más debido a los efectos de la globalización:
La pérdida de la
competitividad y de la productividad en el campo colombiano es básica y a eso
se agrega la falta de servicios elementales, el fracaso de las diferentes
reformas agrarias y la extrema dependencia de los mercados externos para los
productos del campo colombiano: arroz, azúcar, café, carne.
El factor
inseguridad por la presencia de bandos armados
sólo es el punto culminante de la crisis. Y naturalmente como resultado
de todo eso, la dedicación al cultivo del producto alternativo que sí encuentra
rentabilidad: la coca. Gran parte del campo vive y actúa constantemente fuera
de la ley.
Es esta población
desplazada del campo que hace crecer los cinturones de la miseria urbanos.
Las ciudades no
están capacitadas a ofrecer trabajo,
educación, salud, etc. a los nuevos habitantes que se unen a la masa de
desposeidos urbanos. Es esta población que sufre una descalificación social
dramática, perdiendo autoestima y relaciones familiares y sociales.
Es este cultivo
de descontento económico - social que, en su grado de desesperación, produce la
violencia, la criminal y la política.
¿Pero, por qué se
produce la violencia tan sobredimensionada en el interior del país y es de menor importancia en la costa norte? Los
procesos económico - sociales son similares.
Volvamos al
ejemplo del atracador del comienzo: Con gran seguridad ha comenzado su carrera
criminal como gamín de la calle. Gamines son los niños y niñas de la calle,
vagabundos infantiles, reunidos en camadas, dirigidas generalmente por un
muchacho mayor que hace de jefe.
La primera oleada
de niños perdidos había llegado a las ciudades del interior como efecto directo
de la violencia. Eran huérfanos que habían perdido sus familias en las luchas
violentas de las fracciones
sociales. Pero el fenómeno de los gamines es
más complejo. En los centros urbanos del interior predomina el carácter andino
de la familia. Esa organización familiar tiene un lejano orígen indio.
La pareja se une
durante un tiempo, procrea hijos y se disuelve nuevamente. Generalmente es el
hombre que abandona el hogar familiar cuando el peso de alimentar los
niños comienza a fastidiarle.
En ese caso, la
madre se encuentra ante una situación económica desesperada y decide mandar
algunos niños a la calle para buscar una ayuda económica. Si encuentra un nuevo
compañero, ese hombre suele expulsar a los niños que no son suyos. Así lo exige
el talante machista.
Por eso las
calles de Bogotá se llenan de niños gamines que en su gran mayoría no son huérfanos, sino huérfanos sociales,
abandonados como perros o gatos callejeros.
Una situación de
difícil solución, porque generalmente estos niños mantienen lazos todavía
con “su vieja“ como dicen. La figura de
la madre, falsa o real, adquiere así casi el rango de una virgen santa.
Muchos harían
todo, cometerían cualquier crimen, para llevar un regalo a “su vieja“.
Cuando llegan a
edad de catorce o quince años o antes ( la pubertad y madurez llegan pronto en
este medio) tratan de armarse, hacerse con “un fierro“ - una pistola o un
revolver . Eso les da autoridad y aumenta la autoestima. Dentro del ambiente
del narcotráfico estos jóvenes adultos se vuelven criminales profesionales,
“sicarios“ a sueldo o simplemente matones a gusto y por placer. A la mayoría de
las niñas no les queda otra alternativa que la prostitución. En casos
excepcionales comparten la vida criminal activa en compañía de su camada. Así,
en Medellín, se ha formado una auténtica subcultura de los sicarios juveniles caracterizada
por reglas y hábitos sociales especiales.
Es un mundo
aislado que pretende ver en la muerte violenta
algo normal y corriente, con ausencia de toda conciencia y moral. El
código perverso incluye la oración y la ofrenda a la Virgen para que ayude a
cumplir “el trabajito“ con éxito.
Muchas
instituciones han tratado de romper el círculo vicioso de la permanente
procreación de una criminalidad altamente peligrosa por mecanismos sociales vigentes preventivos.
Hay logros y éxitos impresionantes como la organización “Bemposta“, los
poblados de los niños. Pero las dimensiones del problema son impresionantes y
la desintegración social siempre produce nuevas víctimas. Es una cadena sin
fin.
En la zona de la
costa caribeña, el problema económico es similar. Sin embargo, la organización
familiar es distinta. Aquí predomina la tradición africana. Aunque la pareja se
separe, los niños permanecen bajo la cobertura familiar. La inestabilidad de
las relaciones es similar al interior del país. Sin embargo, las consecuencias
sociales no son las mismas. Así se explica que la gran mayoría de niños gamines
que se hallan en Barranquilla llegaron del interior del país. Había hasta
deportación masiva de ellos a la zona del Caribe para deshacerse de los
problemas que ellos causan.
Conclusión: a
medio plazo el problema de la violencia, tanto la criminal como la política
parece no tener solución.
FMP 2007
[1] Germán Guzmán, La violencia en Colombia, Cali sin año, p. 277.
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