“¡Feliz Inglaterra,
cuantos niños sanos tienes! Cuando sean mayores te prestarán sus brazos, te transportarán por infinitos mares. Y abrirán las flores en semilla de sus mentes, para ti. ¡Cuánta luz invadirá al mundo entero gracias a estos hijos tuyos! Y durante siglos recibirás la veneración de los pueblos de la tierra.
Pero…¡ohh!... pido perdón. La experiencia real se impone y delante de mí se presenta un niño de aproximadamente diez años. Sus mejillas lucen rojas y sanas. Parece sano y fuerte, aún sabe cantar y sonreír – algo raro en Inglaterra -. Mañana, sin embargo, irá por primera vez a la ‘Mill’y durante doce horas el matraqueo de cientos de ruedas de las máquinas invadirá estos pobres oídos y durante doce horas largas tendrá que obedecer el ritmo monótono de estas. Nunca verá otra cosa, nunca escucha otro sonido; un año después cantará su última canción, otra año más y el color rojo de sus mejillas habrá desaparecido, y otro año más ya se emborrachará habitualmente y se habrá vuelto mudo, terriblemente callado. Su cara comienza a deformarse, camina como deslizándose, ya se parece más a una máquina que a un ser humano.
Bello, hermoso lo había entregado su madre; pálido y triste se devolverá. Desde sus años mozos no habrá entrado alegría alguna en su corazón. Ningún maestro le ha puesto la mano sobre el hombro para despertar en él las fuerzas del saber.
Casi dos terceras partes de la población inglesa en las zonas industriales comparten ese destino: no saben leer ni escribir, ni hablan ni piensan. En su cabeza reina la ignorancia, ahí hace tiempo se ha puesto el sol. consecuencia de la jornada de doce horas de trabajo impuesta a los niños desde la temprana edad.”
(Georg Weerth, Die Fabrikarbeiter, reclam 8965-67, p. 24)
“El primer escritor del proletariado alemán”dijo Friedrich Engels de su amigo Georg Weerth,quien entre 1843 y 1845 vivió en Inglaterra donde conoció de cerca esas impresiones que resumiría en el texto citado. Para el año 1856 moriría en La Habana, Cuba, un hombre de apenas 34 años.
Para conocer la nueva clase social, el proletariado, muchos intelectuales del centro de Europa fueron a Inglaterra: Entre ellos, Georg Weerth, Heinrich Heine, Friedrich Engels y Carlos Marx. Inglaterra presentó la imagen de la sociedad del futuro y fue la MILL– la fábrica – la que constituyó el polo atractivo. La ‘Revolución Industrial’ grabó su diseño por primera vez en Inglaterra y millones de ruedas movidas por la energía del carbón, fueron constituidas como ‘El Progreso’.
Desde entonces, sin embargo, todo cambió. La ‘máquina’ movida por el vapor que da el calor del carbón, asistida por millones de brazos humanos, ya pertenece al museo, las minas de carbón están cerradas y las aguas de los ríos devueltas a las truchas.
¿Dónde están las mujeres, los niños y los hombres? ¿Qué hicieron con ellos?
Hoy sabemos que el diseño industrial de la ‘MILL’no constituyó el futuro. Pronto caducó su reino. Y si temporalmente ayudó a mantener un ‘Imperio’, pronto se conocieron sus efectos negativos, su devastación social imborrable. Ciegos fueron aquellos que favorecían el uso de los brazos a cambio de la negligencia en la formación de la mente y la razón. En el futuro, se vería claramente, que eran las mentes despiertas, la imaginación y la creatividad lo que se requería.
Además, a largo plazo, la mecanización de la producción al construir esa primera revolución industrial, destruiría la posibilidad de un futuro humanizado.
No es de extrañar que esa Inglaterra tan admirada estuviera cavando su propia fosa. El relevo ya estaba a la vista de frente a los rivales políticos, Napoleón desde Francia y la Alemania de Bismarck.
Hoy por hoy son innumerables las fuentes de energía y están repartidas por todas las culturas en el mundo. El término de la ‘globalización’ se presenta como ‘antídoto’ a la estrechez, la limitación bajo cualquier signo ideológico.
Con Carlos Marx sabemos que las medidas para crear el futuro no se pueden escoger libremente.
Corregir la evolución por el interés de un grupo social u otras cuestiones parecidas, arrastra tras de sí el fracaso casi siempre.
Y así ha sido: del fracaso venimos. La única opción que queda es el realismo de cada día.
Hacer todo para que el joven no pierda la sonrisa y el color sano de la cara, es ir a la vía del “progreso” humanista.
Además, ¿Donde está escrita esa ley que precisa un progreso?
Entre sesenta y ochenta años de vida (es decir, una generación de individuos), debe caber más que el avance técnico – industrial.
friedrichmanfred y anavictoria sept. 2019
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