domingo, 22 de septiembre de 2019

AMERICA

“America, that´s the world”

“Allí, bajo nosotros se extendía Strasburgo, la ciudad maravillosa; ahí mismo, el Munster, la imagen petrificada del arte alemán y de su grandeza; se encontraba cortado en piedra el nombre de Goethe; mientras, aquí a mi lado terminaba su discurso un editor en jefe que vino desde el otro lado del océano. Para concluir su perorata declaró con tranquilidad y total seguridad: “América, that´s the world.”
Así nos despedimos. Yo no tuve valor de contradecirle.”[1]




La cita es de Theodor Fontane, escritor alemán de familia francesa hugonote. Es el año de 1871en meses posteriores a la guerra entre Prusia y Francia que acabó con la victoria prusiana y la anexión de Alsacia al recién fundado Reich alemán. Theodor Fontane visita y rinde homenaje a aquel símbolo en piedra que es la torre gótica, el Munster de Strasburgo, visitado y cantado por tantos, entre estos J.W.Goethe durante la época de sus estudios en Strasburgo. En ese sitio emblemático Fontane se encuentra con un visitante de la misma profesión, un americano editor.
El encuentro es casual, pero muy significativo: Sólo pocos años después de la Guerra Civil Americana ganada por el Norte contra el Sur, esa nueva América resurgiendo entre batallas sangrantes anuncia su presencia con un autoestima extrema: “América, that´s the world.”

Lieb´ Vaterland



Llegando a Alemania una sensación controvertida sorprende a quien fuera un emigrante obligado. Sucede que hoy después de 14 años pude volver por vez primera al país de mi amor, de mi sufrir, de mis años juveniles. Y al país de mi lengua, el idioma alemán. Y estos imbéciles en la frontera quisieron negarme esa pertenencia.
No quiero lamentarme de nada. ¿Pero qué puede uno sentir después de todo lo que pasó?
No soy un enemigo resentido – por cierto que no lo soy -, soy un compañero profundamente emocionado.
Conmocionado pero también desconfiado. (Tengo que descubrir la verdad, verificarla y observarlo todo, y comunicarlo.)
Entonces: desconfiado, pero suavemente…..No: mejor dicho: más suavemente que desconfiado ….Y a pesar de todo – más bien desconfiado.
Esa es mi situación.
Finalmente me gana ese término muy alemán y romántico “Deutschland”. No es posible eliminarlo, tanto que me he reído de ello, tanto como lo he querido.
Y encima de todo, está amaneciendo la esperanza querida hacia este país, actualmente tan infeliz.”


(Alfred Kerr (Alfred Kempner), nació en 1867 en Breslau y murió en el año 1948 en Hamburgo; Kerr fue el crítico de teatro más importante de Berlín. Durante la era nazi tuvo que salir del país; él logró escapar.)

                         

domingo, 15 de septiembre de 2019

¿Feliz Inglaterra?



“¡Feliz Inglaterra,
cuantos niños sanos tienes! Cuando sean mayores te prestarán sus brazos, te transportarán por infinitos mares. Y abrirán las flores en semilla de sus mentes, para ti. ¡Cuánta luz invadirá al mundo entero gracias a estos hijos tuyos! Y durante siglos recibirás la veneración de los pueblos de la tierra.
Pero…¡ohh!... pido perdón. La experiencia real se impone y delante de mí se presenta un niño de aproximadamente diez años. Sus mejillas lucen rojas y sanas. Parece sano y fuerte, aún sabe cantar y sonreír – algo raro en Inglaterra -. Mañana, sin embargo, irá por primera vez a la ‘Mill’y durante doce horas el matraqueo de cientos de ruedas de las máquinas invadirá estos pobres oídos y durante doce horas largas tendrá que obedecer el ritmo monótono de estas. Nunca verá otra cosa, nunca escucha otro sonido; un año después cantará su última canción, otra año más y el color rojo de sus mejillas habrá desaparecido, y otro año más ya se emborrachará habitualmente y se habrá vuelto mudo, terriblemente callado. Su cara comienza a deformarse, camina como deslizándose, ya se parece más a una máquina que a un ser humano. 
Bello, hermoso lo había entregado su madre; pálido y triste se devolverá. Desde sus años mozos no habrá entrado alegría alguna en su corazón. Ningún maestro le ha puesto la mano sobre el hombro para despertar en él las fuerzas del saber. 
Casi dos terceras partes de la población inglesa en las zonas industriales comparten ese destino: no saben leer ni escribir, ni hablan ni piensan. En su cabeza reina la ignorancia, ahí hace tiempo se ha puesto el sol. consecuencia de la jornada de doce horas de trabajo impuesta a los niños desde la temprana edad.”
(Georg Weerth, Die Fabrikarbeiter, reclam 8965-67, p. 24)

                           
  

“El primer escritor del proletariado alemán”dijo Friedrich Engels de su amigo Georg Weerth,quien entre 1843 y 1845 vivió en Inglaterra donde conoció de cerca esas impresiones que resumiría en el texto citado. Para el año 1856 moriría en La Habana, Cuba, un hombre de apenas 34 años.

APRECIADO SEÑOR



Apreciado señor:
Se cree usted muy listo… ¿verdad? Nosotrosno lo somos. Pero usted nos lo toma a mal. Hace tiempo que a nosotrossus lectores, nos disgusta ese escribir suyo tan pretensioso, creyendo saberlo todo. Ese, su decir siempre “yo”en todo. ¿Quién será ese “yo”? ¿Qué nos importa a nosotrosese “yo”suyo? La persona respetable diría “nosotros”,incluso por cortesía. Pero usted se cree más listo que nadie para impresionar a los posibles lectores. Sin embargo, no queremos faltarle respeto; tal vez sea útil decirle nuestro sentir abiertamente. ¡Entonces, si usted volviera a escribir, no presumiría de haberse tragado la sabiduría por cucharadas y no mostraría aquí el hombre resentido o enfadado! Eso pensamos “nosotros”.”
       
    Acabo de recibir esa carta anónima. (En realidad me la imaginé porque ya hace tiempo sé que me la merezco.)
Me inspiré en la carta publicada por un redactor de “DieWeltbühne”Maximilian Harden[i], quien probablemente también la inventara para responder a lectores anónimos. Die Weltbühneera la revista cultural y política de mayor importancia durante la República de Weimar.

                              


domingo, 8 de septiembre de 2019

El Cielo bajó a la Tierra



“El Cielo nos otorgue una noche tranquila, tanto a nosotros como a las ‘bestias’ salvajes de la selva.”

Así habló un fraile franciscano, enfermo de fiebre, que vive con fe y resignación en esa zona tropical hostil, peligrosa y detestable para la mente de un europeo intruso como él. Viaja por el río Apure y es citado textualmente por quien era su compañero en ese momento de 1799, Alexander von Humboldt.

 El río Apure transcurre por Venezuela y es la primera etapa del viaje explorador de Humboldt. El ilustrado científico mostrará una infinita admiración por esa selva tropical llena de vida que durante años cautivaría su incansable misión de recopilar lo observado. Tal lo documenta en su diario en el que cautelosamente diseña impresiones y escribe reflexiones. Durante este viaje nada le afectó, ningún síntoma de gripa, ningún mosquito se acercaba al entusiasta ‘descubridor de América” como le llamara Simón Bolívar. Humboldt parecía invulnerable, parte de la selva... ninguna enfermedad tropical se atrevió con él; sólo una mala noticia: un jaguar devoró a su perro.
En ella, en la selva dejó el corazón.
En Humboldt explorador y etnógrafo se nota presente la figura de Goethe, poeta escritor; es como si una segunda persona contemplase esa naturaleza y la cantase, no como un ‘infierno verde’, -denominación corriente entre conquistadores-, sino al contrario, como un himno a la belleza, a la majestuosa magia de la naturaleza. Humboldt le dará palabras, imágenes y reflexión porque se encuentra en un templo que exige concentrada admiración: saber, conocer como un acto de fe. Una experiencia reveladora.
Más de treinta tomos llenará esa recopilación de datos que publicará después de su regreso a Europa. Gastó toda la fortuna heredada en ello. Y murió pobre.
Pero su legado es para toda la humanidad y más precisamente para América. Es único y sin igual. Humboldt no vino a saquear, vino para quedarse y los espíritus locales –eso parece - le protegieron. Vestido con la etiqueta del aristócrata prusiano era jacobino de vocación con un alma de indio curandero. Aquí encontró “el Cielo bajó a la Tierra”, de eso estaba convencido Humboldt:

       
 

miércoles, 4 de septiembre de 2019

La Estupidez



“¿Quién se atrevería a escribir sobre la estupidez?”preguntó Pierre Coubert, actor francés durante los años 30 del pasado siglo. En la comprensión de tal tema son esenciales la economía y la política; o también los caprichos de un gobernante o su vanidad, su engreimiento, los cuales son siempre hermanos de la estupidez. 

Las guerras todas son frutos de la estupidez; los altos mandos militares alemanes parecieron no entender nada de nada durante las dos guerras del pasado siglo. Estupidez –Dummheit– era su destino y millones de estúpidos les seguían. Victimas y victimarios unidos en estupidez.
Entonces, cabe la pregunta: ¿debe ser considerada la estupidez como un motor de la historia? Sí, imprescindible e irremplazable.
Al estúpido generalmente no le falta inteligencia, no suele ser tonto. Su estupidez se alimenta de otras fuentes, porque no se trata de simple ausencia de información, tampoco de un defecto genético. 
El estúpido vive muy confiado en si mismo, no le invaden dudas. Tiene razón y eso basta. Además, le asiste el enfado; el estúpido se enfada pronto, emocionalmente es inestable y está siempre dispuesto a proclamar violentos actos aunque no los cometa personalmente. El habla fuerte y alto y el grito “¡Raus!Fuera!” le suena a liberación y alivio. El estúpido en general es un resentido, se siente menospreciado en los ambientes que le toca vivir: en el trabajo o en momentos de ocio y descanso. En realidad, nunca logra descansar plenamente, a cada momento encuentra algo que le irrita. Vive creyendo que le están quitando lo que por derecho le corresponde. Por eso es precavido, prudente y vigilante. Su mirada es similar a la de un policía aficionado. Así las cosas, la ‘Seguridad’ constituye uno de sus grandes deseos y sabe que esa necesidad vital la comparte con muchos otros. Todos ellos juntos forman lo que llama “wir, unser”, “nosotros”. El estúpido huye de la soledad, está obsesionado por su “Heimat”,su patria, la de los suyos que les acoge, les protege y así deciden acomodarse bajo la sombra de este árbol común  que son incapaces de compartir con extraños. 
El estúpido también es viajero y turista; los ambientes extraños le atraen, no para aprender algo nuevo, sino para regresar triunfante diciendo “nada hay mejor que lo mío”.Y ese suyo lo llama “das Volk” el pueblo. Existe una multitud de palabras nacidas de ese término que Bert Brecht denominara una falacia. Brecht propuso frecuentemente reemplazar la peligrosa palabra por el término “Bevölkerung”– población.