martes, 23 de febrero de 2016

Si les dicen que me perdí, que me busquen en La Habana

Eso escribió el poeta García Lorca acerca de su estadía en La Habana después de ¨perderse¨ y salir de la triste y monótona Nueva York. También Ernest Hemingway llegó para quedarse, cerca del Malecón..






Hay lugares de embrujo que encantan e invitan a permanecer. En la Colombia que conozco abundan. Por eso comprendo tales declaraciones y las comparto, aunque no tengo aprecio ni por Lorca ni por Hemingway. Es que… no me fio de sus emociones. Y con Borges repito que ambos han hecho de la emoción una profesión. Lorca, el andaluz profesional, con sus lunas llenas y yeguas en ristre, cuando la muerte le contempla. Hemingway entre güisqui y ginebra esperando morir, matando. Ambos vivieron muriéndose y lograron el final dramático pronosticado por ellos.
Y por haber nombrado a la isla más famosa del SXX, anoto ‘al margen’ que  me fío aún menos de las ideologías. De todas. Me recuerdan a Orwell que las llamó argumentos falaces y torcidos, el double-think, que consiste en actuar exactamente  contrario de lo que se dice: armas para la paz, odio para amar a la patria, etc. Mentiras para ganar poder e influencia. Yo no conozco Cuba, pero doy la razón a Cabrera Infante que sí es cubano, cuando dice que todos los tiranos son el mismo tirano, aunque se disfracen de “Circe con uniforme” la que convierte en cerdos a sus amantes. Yo, como él, soy un reaccionario de izquierdas.
Aún vivimos a la sombra del siglo XX que ha sido mortífero con el universo humano cuando iniciado el nuevo siglo, ya se anuncia el acto siguiente con las banderas nuevas de fanatismos exhibiéndose: “Aquí estamos, los estúpidos de siempre”…. ¿Nunca nos libraremos de ellos?
Quisiera ser más optimista para creer en el poder formativo de lugares con encanto como La Habana y tantos otros más. Pero NOTO que no se me presenta este lugar ideal para vivir. ¿Lo encontraré?
Los lugares suelen casi siempre estar relacionados con personas y es la gente la que hace vivible un lugar. Tal sitio para muchos suele ser el mismo donde nacieron y donde permanecen hasta que la muerte se los lleva. En el caso mío no es así, me separé de Okarben donde nací, pero no de Alemania; me separé de Morón donde viví, pero no de España; he vuelto a Barranquilla donde también viví, pero aún no he encontrado Colombia.
Tal vez es exagerada e ilusoria la opción de hallar el lugar ideal, que corresponde a esta magia de un “parentesco por adopción o elección” (un tema acerca de relaciones humanas desarrollado magistralmente por Wolfgang Goethe cuya fortuna fue reunirse con gente y ambiente idóneos para fundir en un ser nuevo).Weimar, en efecto, le hizo renacer. Esta pequeña ciudad en el centro de Alemania lo esperaba y aún no hemos descubierto porqué en este círculo tan pequeño se haya fraguado lo que llamamos el espíritu vivo y creativo alemán. Goethe llamaría a esta ciudad “mi patria”; nunca fue Frankfurt donde nació ni Leipzig, Strassburg o Wetzlar donde iniciara su vida de escritor. Weimar fue el sitio que le abrió la puerta al universo. Dos veces huyó de allí a Italia, se liberó del pesado peso que representa familia, oficio y amistades. Pero desde esta nueva “patria” suya inspiró varias generaciones de alemanes a buscar renovarse.
El más destacado entre ellos fue ,sin duda alguna, Alexander von Humboldt quien hizo real el ideal del maestro al descubrir el corazón del mundo al otro lado del océano y  - hecho curioso – lo descubrió precisamente en lugares donde yo actualmente me encuentro. Nadie me mandó aquí a Colombia, nadie me despidió, fui atraído. ¿Existe una magia entre personas y lugares? ¿Se forman así nuevas patrias? Es prematuro para mí responder a estas preguntas. Alexander von Humboldt murió en Berlín, lejos de los lugares donde había dejado su alma, pero  plasmó estos sitios de América en más de treinta obras suyas, casi una enciclopedia. En sus diarios dejó las impresiones más vivas del viajero descubridor.
Bolívar opinaba que Humboldt  había descubierto América nuevamente. Por mi parte, creo que América lo encadenaba con vínculos irrompibles, nunca se separó de auroras doradas y del misterioso hablar de los pájaros. Encontró lo que su alma buscaba. El resto son coincidencias que acaban en la muerte.
Me disculpo por estas aparentes divagaciones acerca de mis maestros. Son ellas las que me han llevado a concluir que, contrario a Humbold, a mí me ha sonreído la suerte doblemente: hallé el parentesco que Goethe llama “wahlverwandt”. Además, antes de que se me acabe la vida soy de un nuevo habitante de este país ¿podrá ser “patria” una vez?

friedrichmanfredpeter

febrero de 2016

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