>El problema es este: los campesinos pobres están
todo el tiempo al borde de lanzarse a la pelea, de armarse y de ponerse en
contra de las autoridades y todo lo que se le parezca. Cuando uno finalmente
deja sus tareas de labriego para asumir las otras se da cuenta de que lo pueden
matar y toda su familia lo sabe y también el pueblo conforme la fuerza con la
que se haya iniciado la acción.
---¿Y entonces?—
Entonces ellos le ven durante un tiempo como invisible
en el sentido que siguen alimentándolo y dándole ropa cuidados pero todo esto
lo hacen como si no existiera... de tal manera cuando los interrogan, cuando el
alzado en armas adquiere la suficiente notoriedad como para ser identificado y
buscado---- entonces se hace necesario que ambos los campesinos y los soldados
vean distinto lo que buscan.
---¡Ah!----
los que lo ven declaran que no lo ven y se convencen
que no lo han visto y los que no lo han visto sólo lo ven por el retrato de la
cédula por el número de la cédula y las huellas digitales y todo eso no existe
en la selva ni en los sitios donde permanece en el campo.<
Comentario
Este comportamiento
del campesinado está documentado en numerosos testimonios. El campesino se
siente excluido de la sociedad. Con armas en mano adquiere una nueva
personalidad, su rol social cambia. La autoridad lo toma en serio, comienza a
ser investigado, es importante lo que hace. A través de su labor diario como
campesino nutre a una sociedad que en cambio lo detesta y muestra ese
menosprecio diáriamente. Fusil en mano reemplaza el histórico arado, el machete
se transforma en espada. Para su familia y para amigos y vecinos comienza esta
nueva vida de su invisibilidad. Cuando, alguna vez, de noche regresa a su
hogar, come y se acuesta con su mujer, besa a los niños, nadie lo ha visto, nadie le saludó. La mujer no le
recuerda, sin embargo, sigue vivo, existe y todos comparten este profundo
convencimiento que fue el destino que le mandó hacer lo que hizo, escogió lo
que fue inevitable. Todos saben que pagarán las consecuencias del hecho. Cuando
lo buscan a él, vendrán por ellos también. Pero nadie lo denuncia porque nadie
lo ha visto, ninguna interrogación por más dura que fuese será capaz de
arrancarles la información deseada. Hicieron tábula rasa de su memoria reciente,
nadie vio nada, ni la mujer, ni los hijos. No se trata de un complot o tácita
conspiración, es la realidad simple: lo que no se ve no existe.
¿Por qué campesinos
de tiempos pasados y presentes optan por las armas?
¿Por qué desconocen o
desprecian el diálogo, la manifestación, la voluntad agremidada, la huelga?
¿Por qué el arma para hacerse valer?
Son conocidos
ejemplos históricos: Las cartas de dolencias del campesinado francés antes de
la gran revolución, las peticiones del campesinado alemán en el siglo XVI, los
pregones de aquel evangelio de la pobreza predicado con tambor y flauta por las
tierras feudales en Europa. Siempre y al final de la oración y después de un
largo silencio, se transformaron los instrumentos de labor en armas, los arados
en espadas y horcas en picos y lanzas.
El arma campesino no
es la palabra, la protesta manifiesta en asambleas; le invade el silencio y del
silencio surge la daga y la invisibilidad es el extremo de los silencios, el
silencio de la desesperación, la multiplicación de los silencios crea la
invisibilidad social.
Ya no soy aquel ser
dócil y sometido“ – una luz cambió su vida; todos saben y callan, no han visto
nada. No hay doctrinas ni credos políticos, quedan los gestos simbólicos:
Los campesinos alemanes
colocaron un zapato en su bandera de rebelión. La rebelión del campesino
colombiano se disuelve en el monte, se funde con la naturaleza, forma parte de la
vegetación tropical junto a los animales. Los rebeldes se transforman en seres
invisibles, nadie los ve, nadie los denunciará.
Su actuación no tiene
perspectiva, no obtendrá resultados, el campesino invisible nada cambiará. No
es un luchador de una causa concreta, no posee un manifiesto escrito,
ningún himno revolucionario le conmueve
el alma y le tuerce el brazo. Su anarquismo es vivido no copiado de manifiestos
anacrónicos.
El gesto mismo de la
insumisión le basta, es autosuficiente, es invisible. Renació.
Sin embargo, la
sociedad colombiana debe tomar conciencia de esta silenciosa invisibilidad,
porque detrás se esconden
fuerza de voluntad, valor, paciencia y creativa inteligencia.
El campesino rebelde
es un ser valioso, su decisión es autónoma y veraz, se juega la vida.
Tomar conciencia de
eso, sería una misión a cumplir para todos, para campesinos y para quienes nos
alimentamos con plátano, yuca y ñame cultivados por el silencio de los
invisibles.
Sólo entonces
comenzará el proceso de
PAZ
fm peter
febrero 2016
[1] Manuel Hernández, Ese Último Paseo, Narrativa Colombiana, Bogotá 1997,
p.238.
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