“Pereza y cobardía son las causas
que mantienen dependiente una parte tan grande de la humanidad, aunque la
naturaleza hace tiempo los liberó de toda dirección ajena. Así es tan fácil
para otros usurpar la dirección sobre ellos. Es tan cómodo ser dependiente.
Teniendo un libro que posee inteligencia en mi lugar, un sacerdote que
administra mi conciencia, un médico que juzga mi dieta, entonces no necesito
hacer esfuerzos. No me hace falta pensar, ya que tengo con qué pagar. Otros se
encargarán a tiempo de este asunto tan molesto.”
Esto ha escrito Manuel Kant, ciudadano prusiano en la lejana
Königsberg, en el siglo XVIII. Su intención era, despertar a sus conciudadanos,
hacerlos conscientes de sus propias vidas y de los problemas vigentes. Kant
ataca el vegetativo sentirse bien a gusto, el acomodamiento fácil. Debemos
tomar decisiones conscientemente; para ser libres, hay que querer serlo. El
espíritu combativo y enérgico de este Siglo de las Luces ha sido resumido en el
término de la Ilustración y en el concepto del Racionalismo Crítico.
Pocos ideales filosóficos han sido tan claros y pocos han sido más
combatidos como estos. Hoy nos parecen ideales del pasado. ¿No somos libres
todos en la economía del mercado donde se ha hecho realidad el racionalismo, lo
que había sido solo proyecto en aquel Siglo de la Luz? Los hijos más fieles del
racionalismo son: las ciencias, la
técnica y el progreso social. ¿Han logrado realizar esta meta ilustrada para
dar felicidad a los hombres?
Paradójicamente el hombre moderno tiene motivo para sentirse amenazado
por esta misma ciencia y la secuencia, la técnica y el progreso imponentes en
una parte importante del mundo –rico-, mientras en el otro –pobre-, todos los
problemas provienen de la falta del más elemental progreso técnico y social.
¿Qué diría don Manuel si resucitara? Los principios de independencia,
racionalidad y planificación no provocaron felicidad ni eliminaron el
sufrimiento de gran parte de la humanidad. La productividad del trabajo aumentó,
pero: ¿ aumentó también el grado de autonomía de las personas? ¡Sapere aude! había pedido Kant, ¡atrévete a
usar tu propia razón! ¿Lo comprenderán aquellos que no saben usar de ella -
porque son usados? Racional sería, vivir en un sistema materialmente
equilibrado, pero ¿dónde está ese equlibrio, quién lo establece? La actividad
que pudientes individuos, grupos y naciones producen, poseen y consumen es desmesurada,
reduce a los otros a una vida infrahumana y amenaza el equlibrio de la
naturaleza, porque destruye recursos y reservas para satisfacer una sola razón, la del ciclo producción – consumo.
Otras razones son excluidas o quedan marginales.
En ninguna otra parte, este racionalismo es más patente, poderoso y
dominante que en los Estados Unidos de América. Y no es de extrañar que,
después de Albert Einstein, Wernher von Braun y otros más, también Manuel Kant
decidiera viajar allá, cumpliendo así la saga de la fuga de cerebros desde
Europa decadente al hemisferio del progreso, donde la razón se hizo instrumento
técnico, económico, social y político. Donde el progreso sin parar crea nuevo
progreso y la bomba nuevas bombas, hambre de cosas nuevas nunca satisfecha.
Pero eso, Manuel Kant no lo sabía cuando se embarcó en el avión y se
alejó por primera vez de Königsberg para aterrizar horas después en la
metrópoli de Nueva York. Y ahí va el brujo en busca de su obra, dirá el lector.
No voy a contar los sucesos rarísimos que hubo en este vuelo excepcional de un
Airbus de Lufthansa con un filósofo del siglo XVIII a bordo. Sucesos que las
azafatas no tardaron de comentar entre risas a la prensa internacional. Pues,
iba don Manuel Kant en busca del “doctor honoris causa” de la prestigiosa
universidad de Harvard, donde al viejo europeo todavía le tienen respeto,
aunque predomine la curiosidad de ¿cómo vendrá vestido, llevará peluca blanca,
sabrá hablar inglés? Las cadenas de televisión no mostraron interés, porque no
se esperaba ningún incidente o escándalo notable para animar el público. Si
hubiese venido Drácula u otro personaje de importancia, la cosa sería
diferente, porque brujos y brujas, acompañados de demonios estaban de moda.
Pero un viejo filósofo solamente podía hacer una cosa para llamar la atención:
sacar la lengua como Albert Einstein hizo. Todo eso Manuel no lo sabía cuando
bajó del avión ayudado por su fiel criado Licht, quien iba en su compañía, y a
quien don Manuel solía ofender de costumbre para que aquel no olvidara quien
era su dueño, porque aparte de ser filósofo y también físico y geógrafo, Manuel
era un hombre de su tiempo quien pegaba a su criado como el sargento fustigaba
a los soldados.
– Y esto es
América, dijo don Manuel.
– Oh, yes,
contestaron al unisono los miembros del comité de la recepción.
La ceremonia se hizo como de costumbre en presencia de numerosos
catedráticos y estudiantes y la entrega de diploma y demás requisitos era de
rutina. El presidente elogiaba la obra
de Kant como de maestro pensador que había abierto el portón hacia la
modernidad, lo que había que agradecerle
hasta doscientos años después. Kant escuchó todo, porque sabía inglés,
pues había tenido doscientos años para aprenderlo; y cuando llegó su turno y el
criado Licht le entregó la carpeta, encendió una vela, la colocó encima del
pupitre y Kant comenzó:
–Pereza y cobardía son las causas
que mantienen dependiente una parte tan grande de la humanidad....
Una inquietud empezó a invadir el auditorio: ¿Qué era eso, no iba
hablar de la ciencia? ¿Para qué sirve esta moralina? Los predicadores aquí en
este país no nos faltan.
–Teniendo un libro que posee
inteligencia en mi lugar ..... un médico que juzga mi dieta ....
La inquietud aumentó: ¿Cómo podía este nuevo doctor criticar la ciencia
y la investigación en este sagrado lugar? El producto de la investigación
era precisamente lo que interesaba al
público mecenas. Gracias a la investigación dirigida al uso tecnológico
funcionaba todo eso. Aprovechar la ciencia como un recurso es nuestra misión y
gracias a eso hemos podido traer a ese viejo muerto hasta aquí.
Y Manuel levantó la voz más:
–la Ilustración es la salida
del hombre de la dependencia.
Soltaba otras frases provocativas más a un auditorio cada vez más
descontento e incrédulo porque habían esperado otra cosa. Resultó que Kant no
vino tan mal preparado y supo actualizar su tema: que la ciencia no
automáticamente liberaba a las personas de las cadenas históricas, sino era
capaz de imponer nuevas, hasta ahora desconocidas. Y su público comprendió que
Ilustración significaba más que un programa para racionalizar la vida en todos
sus aspectos; ciencia como fuente de innovación reposa sobre la autoridad de la
razón, un poder invisible pero muy real. Cortesmente le dejaban terminar y
Manuel acabó cuando la vela estaba consumida– así era costumbre en
Königsberg– con esa sentencia final:
–¿Cuál es el lugar para el hombre en este concepto, dónde están su
libertad y su autonomía? Y lo repitió en alemán: –Mündigkeit.
No conocemos las discusiones internas en Harvard que con eso desató el
filósofo muerto. Pero sabido es que al menos uno se fue cabizbajo a casa.
Manuel regresó a Königsberg, a Kaliningrad – ciudad botín de guerra y
ahora de habla ruso– Y ahí seguirá Manuel Kant, quien ya una vez en vida había
jurado lealdad a una soberana rusa: Catalina, porque para el filósofo no
existen fronteras; ahora dijo a su criado que no saldría más, ni por honoris
causa.
Manfred Peter
noviembre de 2010 y febrero de 2016
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