martes, 26 de enero de 2016

GERMANIA… ¿DÓNDE ESTÁS?


“Germania” de Philipp Veit (1848)


Enfrentar errores históricos siempre es un reto; admitir fallas es fácil en asuntos personales, al colectivo de una sociedad le cuesta mucho esfuerzo hacerlo.
Eso sucedió a los alemanes durante más de setenta años. Theodor Heuss, el primer presidente federal alemán, después de la época nazi admitió públicamente que siendo diputado del minúsculo grupo de parlamentarios del entonces partido liberal DDP, en la tristemente famosa sesión del Reichstag del 24 de Marzo de 1933, había votado por la ley que entregaba al gobierno de Hitler el poder absoluto sobre la nación. Ha sido muy alabada esta franqueza, ya que la mayoría de los alemanes ocupándose a realizar el milagro económico alemán, no hicieron otra cosa que tratar de olvidar todo.
Pero eso fue inútil, la historia nazi no murió y mantiene su importancia crecida desde 1945 y a pesar de su breve duración de 12 escasos años, hoy - setenta años después - es más presente que en el año cuando desapareció aquel régimen.
Memoria individual ya casi no hay; sin embargo persiste la intensa y obsesiva ocupación colectiva con los años de la desgracia y está en auge dentro y fuera de Alemania. Parece que única historia alemana que se conoce fuera de Alemania es la de nazismo. Las publicaciones al respecto llenan bibliotecas enteras y en los países anglosajones diariamente se puede ver una película televisada repleta de escenas escalofriantes protagonizadas por hombres atléticos rubios, con la gorra militar con la calavera puesta, y que con sus frías miradas azules parecen capaces de fundir acero. Por eso la primera pregunta que el visitante extranjero suele hacer cuando pisa Alemania es:
“¿Y qué hay de Hitler?“
Un periodista español confesó recientemente que durante su estancia en Alemania había buscado en vano el apellido Hitler en todas las guías telefónicas que encontraba y su frustración era grande porque no lo encontró. Que viaje a Austria le recomendaría yo. Pero eso ya no es políticamente correcto decirlo.
La minuciosa documentación de crímenes monstruosos alimenta un proceso largo y se ha creado un término alemán que me parece que no tiene correspondencia en ningún otro idioma : “Bewältigung". Está derribado del verbo “bewältigen“ que se podría traducir por “superar o sobrellevar, sobrepasar". El alemán es más expresivo, porque contiene alusión al término “Gewalt“ que significa “violencia“. Así que es una superación especial porque el que supera el nazismo en este sentido, se libera de un peso o de una amenaza que le acosa y es todo lo contrario del olvido de una experiencia colectiva, se trata de un trauma nacional.
¿Caducará una vez? ¿Podrá la sociedad liberarse de el?
Por esa razón nació ese quehacer diario como una obligación moral permanente. Todo habitante es  heredero de ese “Deutsches Reich y tiene la obligación de enfrentarse a su siniestro pasado. Excusas no se aceptan, hay que mirarlo de frente pero con la cabeza humildemente agachada. Así es, como se realiza la “Bewältigung“- la superación. Sólo por eso se explica el número casi infinito de actos o monumentos de conmemoración, centros históricos de documentación y de permanente publicación: el más llamativo, el monumento del Holocausto en el centro de Berlín, al lado del Reichstag. Los alemanes parecen estar satisfechos con su derrota histórica.
Todo eso tiene implicaciones morales e ideológicas fuertes: El buen alemán debe sentir horror ante todos los uniformados que llevan armas. Durante decenas de años los policías vestían uniformes de colores verde y café con leche, “Jäger auf Urlaub“- cazadores paseando – se los llamaba la voz irónica popular. El juramento de los reclutas  se desarrolla en la clandestinidad de los cuarteles. Naturalmente los ONGs alemanes están omnipresentes en cualquier zona del mundo donde hay víctimas por desastres. Parece que el público está deseoso de información sobre tales desastres; la gente dona miles de millones anualmente para aliviar las penas ajenas. Después de terremotos o tsunamis los ayudantes alemanes se hallan siempre en primera fila.
Y eso tiene su lado teatral y a veces hipócrita. Declarándose así moralmente “bueno“ de por vida, el individuo se transforma en juez ideológico quien  predica, observa con ojos críticos a los demás y los juzga sin piedad cuando no le place lo que hagan o digan. Se enfada cuando le contradicen y prefiere la acción al argumento. Durante una tertulia televisada, uno de los participantes se había atrevido a manifestar que consideraba necesarios a veces un pequeño pellizco o tirón de oreja para corregir un mal comportamiento de un hijo. Su adversario en la tertulia, después de la emisión se fue directamente a la comisaría cercana y denunció al que no opinaba como él por incitar al auditorio a cometer un delito. Quien predica tolerancia no suele estar dispuesto a concederla a su adversario. Sin embargo  y desde luego, cuando intereses personales van en contra - este juez improvisado incumple sus principios con frecuencia y hace lo que le place…“¡porque es libre!“
Debido a esta “prehistoria“ no es extraño entender lo que sucedió durante estos últimos meses: más de un millón de refugiados, víctimas de las guerras en el Oriente Medio, fueron recibidos en Alemania; en un principio se multiplicaron los gestos de bondad, de benevolencia colectiva. La mayoría social se mostraba dispuesta a socorrer a los necesitados; hubo signos de una entrega de parte de voluntarios que dieron más de lo esperado. El mundo se conmovió.
Sin embargo, durante los últimos meses del año 2015 se observaron signos de cansancio; aumentaron eventos de hostilidad contra inmigrantes, sobre todo en el este del país.  Se constituyó un nuevo partido político abiertamente xenófobo y pareció que los viejos fantasmas del pasado pronazi  en algunos sectores de la población hayan despertados.
Veremos hacia dónde nos lleva esta evolución del alma colectivo alemán. Nuestra historia está llena de sorpresas. La nota positiva en estos sucesos puede ser el aumento de sentido realista en medio de la exaltación romántica de la nación. Ningún alemán se escapa de la sombra del romanticismo. Heinrich Heine formuló este deseo considerándolo esencia del ser alemán:
Al final de los tiempos nos reuniremos los representantes de los pueblos para cantar nuestras más bellas canciones, los pajaritos serán los jueces y los alemanes los mejores cantores ganarán.
Hasta que esto suceda muchas historia han de pasar, y no está segura que el buen alemán finalmente ganará.

   fm peter   enero  2016 

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