“Germania” de
Philipp Veit (1848)
Enfrentar
errores históricos siempre es un reto; admitir fallas es fácil en asuntos
personales, al colectivo de una sociedad le cuesta mucho esfuerzo hacerlo.
Eso sucedió a
los alemanes durante más de setenta años. Theodor Heuss, el primer presidente
federal alemán, después de la época nazi admitió públicamente que siendo
diputado del minúsculo grupo de parlamentarios del entonces partido liberal
DDP, en la tristemente famosa sesión del Reichstag del 24 de Marzo de 1933,
había votado por la ley que entregaba al gobierno de Hitler el poder absoluto
sobre la nación. Ha sido muy alabada esta franqueza, ya que la mayoría de los
alemanes ocupándose a realizar el milagro económico alemán, no hicieron otra
cosa que tratar de olvidar todo.
Pero eso fue
inútil, la historia nazi no murió y mantiene su importancia crecida desde 1945
y a pesar de su breve duración de 12 escasos años, hoy - setenta años después -
es más presente que en el año cuando desapareció aquel régimen.
Memoria
individual ya casi no hay; sin embargo persiste la intensa y obsesiva ocupación
colectiva con los años de la desgracia y está en auge dentro y fuera de
Alemania. Parece que única historia alemana que se conoce fuera de Alemania es
la de nazismo. Las publicaciones al respecto llenan bibliotecas enteras y en
los países anglosajones diariamente se puede ver una película televisada
repleta de escenas escalofriantes protagonizadas por hombres atléticos rubios,
con la gorra militar con la calavera puesta, y que con sus frías miradas azules
parecen capaces de fundir acero. Por eso la primera pregunta que el visitante
extranjero suele hacer cuando pisa Alemania es:
“¿Y qué hay de
Hitler?“
Un periodista
español confesó recientemente que durante su estancia en Alemania había buscado
en vano el apellido Hitler en todas las guías telefónicas que encontraba y su
frustración era grande porque no lo encontró. Que viaje a Austria le recomendaría
yo. Pero eso ya no es políticamente correcto decirlo.
La minuciosa
documentación de crímenes monstruosos alimenta un proceso largo y se ha creado
un término alemán que me parece que no tiene correspondencia en ningún otro
idioma : “Bewältigung". Está derribado del verbo “bewältigen“ que se
podría traducir por “superar o sobrellevar, sobrepasar". El alemán es más
expresivo, porque contiene alusión al término “Gewalt“ que significa
“violencia“. Así que es una superación especial porque el que supera el nazismo
en este sentido, se libera de un peso o de una amenaza que le acosa y es todo
lo contrario del olvido de una experiencia colectiva, se trata de un trauma
nacional.
¿Caducará una
vez? ¿Podrá la sociedad liberarse de el?
Por esa razón
nació ese quehacer diario como una obligación moral permanente. Todo habitante
es heredero de ese “Deutsches Reich y
tiene la obligación de enfrentarse a su siniestro pasado. Excusas no se
aceptan, hay que mirarlo de frente pero con la cabeza humildemente agachada. Así
es, como se realiza la “Bewältigung“- la superación. Sólo por eso se explica el
número casi infinito de actos o monumentos de conmemoración, centros históricos
de documentación y de permanente publicación: el más llamativo, el monumento
del Holocausto en el centro de Berlín, al lado del Reichstag. Los alemanes
parecen estar satisfechos con su derrota histórica.
Todo eso tiene
implicaciones morales e ideológicas fuertes: El buen alemán debe sentir horror
ante todos los uniformados que llevan armas. Durante decenas de años los
policías vestían uniformes de colores verde y café con leche, “Jäger auf
Urlaub“- cazadores paseando – se los llamaba la voz irónica popular. El
juramento de los reclutas se desarrolla
en la clandestinidad de los cuarteles. Naturalmente los ONGs alemanes están
omnipresentes en cualquier zona del mundo donde hay víctimas por desastres.
Parece que el público está deseoso de información sobre tales desastres; la
gente dona miles de millones anualmente para aliviar las penas ajenas. Después
de terremotos o tsunamis los ayudantes alemanes se hallan siempre en primera
fila.
Y eso tiene su
lado teatral y a veces hipócrita. Declarándose así moralmente “bueno“ de por
vida, el individuo se transforma en juez ideológico quien predica, observa con ojos críticos a los
demás y los juzga sin piedad cuando no le place lo que hagan o digan. Se enfada
cuando le contradicen y prefiere la acción al argumento. Durante una tertulia
televisada, uno de los participantes se había atrevido a manifestar que consideraba
necesarios a veces un pequeño pellizco o tirón de oreja para corregir un mal
comportamiento de un hijo. Su adversario en la tertulia, después de la emisión
se fue directamente a la comisaría cercana y denunció al que no opinaba como él
por incitar al auditorio a cometer un delito. Quien predica tolerancia no suele
estar dispuesto a concederla a su adversario. Sin embargo y desde luego, cuando intereses personales
van en contra - este juez improvisado incumple sus principios con frecuencia y
hace lo que le place…“¡porque es libre!“
Debido a esta “prehistoria“
no es extraño entender lo que sucedió durante estos últimos meses: más de un
millón de refugiados, víctimas de las guerras en el Oriente Medio, fueron
recibidos en Alemania; en un principio se multiplicaron los gestos de bondad,
de benevolencia colectiva. La mayoría social se mostraba dispuesta a socorrer a
los necesitados; hubo signos de una entrega de parte de voluntarios que dieron
más de lo esperado. El mundo se conmovió.
Sin embargo,
durante los últimos meses del año 2015 se observaron signos de cansancio;
aumentaron eventos de hostilidad contra inmigrantes, sobre todo en el este del
país. Se constituyó un nuevo partido
político abiertamente xenófobo y pareció que los viejos fantasmas del pasado
pronazi en algunos sectores de la
población hayan despertados.
Veremos hacia
dónde nos lleva esta evolución del alma colectivo alemán. Nuestra historia está
llena de sorpresas. La nota positiva en estos sucesos puede ser el aumento de
sentido realista en medio de la exaltación romántica de la nación. Ningún
alemán se escapa de la sombra del romanticismo. Heinrich Heine formuló este
deseo considerándolo esencia del ser alemán:
Al final de los
tiempos nos reuniremos los representantes de los pueblos para cantar nuestras
más bellas canciones, los pajaritos serán los jueces y los alemanes los mejores
cantores ganarán.
Hasta que esto
suceda muchas historia han de pasar, y no está segura que el buen alemán
finalmente ganará.
fm peter
enero 2016
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