¿Quién es el
traidor?
Esa pregunta
suele ser frecuente desde que existe la organización humana. La respuesta es
muy simple: El que no hace lo que de él se espera que lo haga; y lo hace a
escondidas, esconde su verdadera intención.
El caso
ejemplar es la traición de Judás Iscariote, el falso apostol, que traicionó a
su maestro, hasta entonces venerado por él. ¿Dejó de ser fiel seguidor, para
ganar treinta monedas de plata? ¿Para eso, nada más? ¿Para darse algun gustito?
¿Para regalárselas a los pobres, omnipresentes en esta ciudad llena de miseria
humana, Jerusalén, capital de gracias y desgracias? ¿Para llenar la bolsa peregrina
permanente vacía de este grupo iluminado y predicante, ambulante sin rumbo por
Tierra Santa? Se supone que era él, quien manejaba el dinero y sabía que falta hacía,
aunque su maestro no le diese valor ninguno.
También sabía
que en el fondo su Señor era intocable; poseía mayor poder que fariseos y
romanos juntos, una sola palabra suya bastaría para derrotarlos. Judás era
creyente y le seguía con fiel veneración esperando todo y más del Mesías.
Viéndolo desde
este punto de vista, el asunto no era tan grave y los fariseos saldrían
burlados.
Lo que a
primera vista parece fácil, no lo es. Toda traición encierra un secreto, es un
caso para labor de detective.
¿No había más
detrás de esa traición, paradigma de todas las traiciones?
¿Había la
intención para provocar el momento de la verdad, cuando el Mesías se revelaría
en todo esplendor y gloria para liberar el pueblo de Israel?
Y Judás podría
atribuirse la autoría de esta operación singular, unir el mensaje espiritual del maestro con la
política del día, apoyar la causa de la liberación de este santo lugar,
limpiarlo de la ofensiva presencia de infieles
romanos ocupantes y de falsas autoridades
judías?
Porque los
verdaderos traidores eran ellos, escribas y fariseos, vergüenza de un pueblo
caido en el anonimato olvidando su misión secular.
Todo eso quedó
en la duda. El traidor se ahorcó, símbolo de maldad o de inteligencia
manipuladora, vicios humanos archiconocidos. Los teólogos dicen que esa
traición formó parte del plan salvador de Dios con el hombre. Entonces, ¿dónde
queda nuestra libertad, garantizada en el acto de la creación? Por ser humanos
podemos ser traidores o no serlo.
Margaret
Boveri, autora de un famoso ensayo sobre la traición en el siglo XX, atribuye
al traidor un alto grado de inteligencia. La traición acompaña las situaciones
tensas en un momento de conflicto o lucha
vitales. Sucede durante años de bisagra entre épocas. Traidores abundan cuando
se vislumbra un nuevo día; ellos anticipan lo que ha de venir. Sus actos delictivos
anuncian algo nuevo, un cambio fundamantal paradigmático.
El renacentista
Maquiavelo, mente lúcida y moderna, ya había recomendado la traición a su
“Príncipe”, al político hábil, listo como el zorro y valiente como el león. Los
principios morales no sirven para nada, si no les acompaña el éxito. Este debe
ser el resultado de todo acto político de valor, su ley de gravedad como la
física natural. La etiqueta será moralista, pero el resultado ha de ser el
triunfo final de quien ha sabido usar las circunstancias. Los inocentes –dice -
siempre acaban siendo vencidos, pero el “Príncipe” se llevará la corona de la
victoria; y la merece, porque ha sabido hacer bien las cosas; y entre los
instrumentos que ha usado se encuentran la traición y el engaño.
Uno de estos
“Principes” ha sido el noble político francés Charles- Maurice de Tayllerand – Périgord, cojo y de baja
estatura parecía de poca importancia. Los revolucionarios casi no lo veían, parecía
un amigo que se había equivocado de apellido. Pero el “Telrán” como se
presentaba con voz bajita, tocaba todos los instrumentos, cantaba la
Marseillesa con los revolucionarios, tocaba sobre tambores napoleónicos y
brillaba con el clarinete borbónico. Talleyrand era invencible. ¿Por qué?
Porque sabía mentir. Amaba la traición como a las mujeres. Era un traidor que
sabía anticipar los eventos futuros, y su traición hacía que estos llegaran más
pronto, haciéndose así con la ventaja del que lo ha visto primero. Todo parecía
que lo supiera antes. Él era quien vió el triunfo de la gran Revolución, el ascenso
del pequeño artillero Napoleón Bonaparte y su caida mucho antes que otros. Y
cuando todo parecía derrumbarse alrededor de él, el cojo Talrán se quedó de pie
y magistralmente sirvió a Francia en el Congreso de Viena. Pero servir era
secundario, primero YO, triunfante. El Congreso era el escenario de su inmensa
capacidad de mentir, transformando la derrota de su país en victoria y él, el
aristócrata - señor de Taillerand – Périgord - había multiplicado su fortuna
privada.
Henry Killinger
le ha dedicado un largo estudio, y quién desea conocer a Kissinger lea lo que
dice sobre Talleyrand.
Sin embargo, al
traidor sin inteligencia le faltará la fortuna que Maquiavelo había reclamado
para su “Príncipe”. El Mariscal Pétain traicionó la alianza contra Hitler y
buscó la convivencia con él, su régimen colaboró con el nazi que por un corto
tiempo era dueño de Europa. Pétain no comprendió que el nazismo tenía que caer;
sus cortos años de vida estaban medidos. Su traición para salvar lo que se
pueda, hizo que lo perdiera todo, el honor y la vida. Francia recuerda a
Talleyrand con orgullo, ¿y a Pétain?
El político en
la Nueva Europa lo tiene cada vez más difícil. Es peligroso mentir y la
traición casi no está disponible como instrumento de acción. El público ama las
mentes sencillas. Las decisiones a tomar son cada vez más coordinadas,
transparentes por la omnipresencia de los medios. Feliz momento, cuando un
micrófono abierto nos revela algo de lo que en realidad no debieramos saber. La
traición se ha refugiado a pocas islas reservadas para los ideólogos del día,
los islamistas. Allí han nacido triunfantes, grandes genios de la mentira y del
engaño, pero qué pronto se los tragó el abismo y reciben el fulminante castigo:
el olvido.
“¡Yo preferería
ver vicios!”, escribió Heinrich Heine desde su exilio en Paris – parecía
hablar a los europeos - ”¡y no esta virtuosa mediocridad y esta moral a la
venta!”
Palabras de
ayer, dichas para hoy.
friedrichmanfredpeter
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