viernes, 11 de mayo de 2012

Traición

¿Quién es el traidor?
Esa pregunta suele ser frecuente desde que existe la organización humana. La respuesta es muy simple: El que no hace lo que de él se espera que lo haga; y lo hace a escondidas, esconde su verdadera intención.
El caso ejemplar es la traición de Judás Iscariote, el falso apostol, que traicionó a su maestro, hasta entonces venerado por él. ¿Dejó de ser fiel seguidor, para ganar treinta monedas de plata? ¿Para eso, nada más? ¿Para darse algun gustito? ¿Para regalárselas a los pobres, omnipresentes en esta ciudad llena de miseria humana, Jerusalén, capital de gracias y desgracias? ¿Para llenar la bolsa peregrina permanente vacía de este grupo iluminado y predicante, ambulante sin rumbo por Tierra Santa? Se supone que era él, quien manejaba el dinero y sabía que falta hacía, aunque su maestro no le diese valor ninguno.
También sabía que en el fondo su Señor era intocable; poseía mayor poder que fariseos y romanos juntos, una sola palabra suya bastaría para derrotarlos. Judás era creyente y le seguía con fiel veneración esperando todo y más del Mesías.
Viéndolo desde este punto de vista, el asunto no era tan grave y los fariseos saldrían burlados.


Lo que a primera vista parece fácil, no lo es. Toda traición encierra un secreto, es un caso para labor de detective.
¿No había más detrás de esa traición, paradigma de todas las traiciones?
¿Había la intención para provocar el momento de la verdad, cuando el Mesías se revelaría en todo esplendor y gloria para liberar el pueblo de Israel?  
Y Judás podría atribuirse la autoría de esta operación singular,  unir el mensaje espiritual del maestro con la política del día, apoyar la causa de la liberación de este santo lugar, limpiarlo  de la ofensiva presencia de infieles romanos ocupantes  y de falsas autoridades judías?
Porque los verdaderos traidores eran ellos, escribas y fariseos, vergüenza de un pueblo caido en el anonimato olvidando su misión secular.
Todo eso quedó en la duda. El traidor se ahorcó, símbolo de maldad o de inteligencia manipuladora, vicios humanos archiconocidos. Los teólogos dicen que esa traición formó parte del plan salvador de Dios con el hombre. Entonces, ¿dónde queda nuestra libertad, garantizada en el acto de la creación? Por ser humanos podemos ser traidores o no serlo.

Margaret Boveri, autora de un famoso ensayo sobre la traición en el siglo XX, atribuye al traidor un alto grado de inteligencia. La traición acompaña las situaciones tensas  en un momento de conflicto o lucha vitales. Sucede durante años de bisagra entre épocas. Traidores abundan cuando se vislumbra un nuevo día; ellos anticipan lo que ha de venir. Sus actos delictivos anuncian algo nuevo, un cambio fundamantal paradigmático.

El renacentista Maquiavelo, mente lúcida y moderna, ya había recomendado la traición a su “Príncipe”, al político hábil, listo como el zorro y valiente como el león. Los principios morales no sirven para nada, si no les acompaña el éxito. Este debe ser el resultado de todo acto político de valor, su ley de gravedad como la física natural. La etiqueta será moralista, pero el resultado ha de ser el triunfo final de quien ha sabido usar las circunstancias. Los inocentes –dice - siempre acaban siendo vencidos, pero el “Príncipe” se llevará la corona de la victoria; y la merece, porque ha sabido hacer bien las cosas; y entre los instrumentos que ha usado se encuentran la traición y el engaño.
Uno de estos “Principes” ha sido el noble político francés Charles- Maurice de Tayllerand – Périgord, cojo y de baja estatura parecía de poca importancia. Los revolucionarios casi no lo veían, parecía un amigo que se había equivocado de apellido. Pero el “Telrán” como se presentaba con voz bajita, tocaba todos los instrumentos, cantaba la Marseillesa con los revolucionarios, tocaba sobre tambores napoleónicos y brillaba con el clarinete borbónico. Talleyrand era invencible. ¿Por qué? Porque sabía mentir. Amaba la traición como a las mujeres. Era un traidor que sabía anticipar los eventos futuros, y su traición hacía que estos llegaran más pronto, haciéndose así con la ventaja del que lo ha visto primero. Todo parecía que lo supiera antes. Él era quien vió el triunfo de la gran Revolución, el ascenso del pequeño artillero Napoleón Bonaparte y su caida mucho antes que otros. Y cuando todo parecía derrumbarse alrededor de él, el cojo Talrán se quedó de pie y magistralmente sirvió a Francia en el Congreso de Viena. Pero servir era secundario, primero YO, triunfante. El Congreso era el escenario de su inmensa capacidad de mentir, transformando la derrota de su país en victoria y él, el aristócrata - señor de Taillerand – Périgord - había multiplicado su fortuna privada.
Henry Killinger le ha dedicado un largo estudio, y quién desea conocer a Kissinger lea lo que dice sobre Talleyrand.

Sin embargo, al traidor sin inteligencia le faltará la fortuna que Maquiavelo había reclamado para su “Príncipe”. El Mariscal Pétain traicionó la alianza contra Hitler y buscó la convivencia con él, su régimen colaboró con el nazi que por un corto tiempo era dueño de Europa. Pétain no comprendió que el nazismo tenía que caer; sus cortos años de vida estaban medidos. Su traición para salvar lo que se pueda, hizo que lo perdiera todo, el honor y la vida. Francia recuerda a Talleyrand con orgullo, ¿y a Pétain?

El político en la Nueva Europa lo tiene cada vez más difícil. Es peligroso mentir y la traición casi no está disponible como instrumento de acción. El público ama las mentes sencillas. Las decisiones a tomar son cada vez más coordinadas, transparentes por la omnipresencia de los medios. Feliz momento, cuando un micrófono abierto nos revela algo de lo que en realidad no debieramos saber. La traición se ha refugiado a pocas islas reservadas para los ideólogos del día, los islamistas. Allí han nacido triunfantes, grandes genios de la mentira y del engaño, pero qué pronto se los tragó el abismo y reciben el fulminante castigo: el olvido.
“¡Yo preferería ver vicios!”, escribió Heinrich Heine desde su exilio en Paris – parecía hablar a los europeos - ”¡y no esta virtuosa mediocridad y esta moral a la venta!”
Palabras de ayer, dichas para hoy.


friedrichmanfredpeter  

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