viernes, 13 de septiembre de 2013

¡Las democracias garantizan los derechos humanos!

¿Es correcta esta afirmación?

Entre los años 1945 y 1946 se celebraron en Nuremberg los juicios contra los criminales nazis, y durante estos años fue consumida la mayor –limpieza étnica– conocida de la historia.
Aproximadamente un tercio del territorio poblado por alemanes fue –limpiado– de alemanes. Otro tanto sucedió a polacos y húngaros, poblaciones enteras de ciudades y provincias fueron obligadas a mudarse a otros lugares, y nadie preguntó si esa era su voluntad. Un proceder, que dejó  millones de muertos, heridos y violados en el camino.

Y guste o no oirlo, fueron gobiernos democráticos que      iniciaron o autorizaron eso.
Ningún derecho les asistió, ninguna necesidad premió, no fue necesario para establecer la paz. Alemania estaba derrotada, y de los nazis responsables, unos en prisión, otros huidos, todos diciéndose inocentes.
Soy alemán y sé, que no hay motivo de queja, soy consciente que el viento lo inició el gobierno de Alemania nazi, y la tormenta cayó sobre todos nosotros. Por eso no es queja ante la historia, sino mirada sobre el mundo actual que me sugiere la siguente reflexión:

¿Qué o quién es responsable?
–la rivalidad en el ejercicio del poder,
–el aprovechamiento de la oportunidad par realizar un deseo histórico,
–el odio y la intolerancia, estimulados por el deseo de venganza, el ojo por ojo, diente por diente.
–el simple deseo de robo y pillaje.
Hablamos de la inmediata posguerra, aun no había estallado la paz; y se trata de medidas aplaudidas o toleradas por el mundo libre democrático, y hasta hoy ignoradas por la mayoría de los europeos.

La democracia garantiza los derechos humanos. Y  en consecuencia, la vida en democracia debe cambiar tradiciones del comportamiento social, porque demócratas respetan la vida y los derechos de minorías, aunque estas lleven el estigma de extrañas, indeseables o culpables. Las garantías siempre son individuales, no colectivas. La vida en democracia cambia a las personas – se dice – las hace nobles, generosos y tolerantes, dejando el viejo instinto bárbaro atrás.
Eso en teoría.
Hasta que llega la prueba del fuego donde se quema el respeto a los demás, cuando la guerra  domina las mentes,  el rechazo al vencido se hace vocación para el buen demócrata, quien se vuelve triunfante justiciero, y – en el caso de Francia – sintió placer en perseguir a miles de mujeres y sus hijos, tratándoles como animales, por el simple hecho  de ser novias o hijos de alemanes, luciéndose así Francia como cuna de la democracia.

Y sucedió, cuando la democracia americana, haciendo uso de su inmenso poder militar, inició una cadena de guerras, en contra del terrorismo y en pro de los derechos humanos. Pero lo que consiguió fue acelerar y multiplicar los conflictos étnico – religiosos   y aumentó el número de víctimas inocentes a una escala  monumental.
Israelis, palestinos, turcos y curdos, iraníes y afganos, musulmanes de distinta pinta, unos contra otros y todos contra unos, se destierran, se desprecian, se asesinan bajo el signo de  – limpieza– purificando así  un espacio vital, excluir y expulsar al enemigo.

 Todos comienzan como defensores, para acabar siendo perseguidores del vecino al lado, todos reclamándo su misión como justa, denunciando al vecino como agresor.
Y de eso surge un mito nuevo, el de la nación etnicamente homogénea.
¡Todos moros o todos cristianos! bramea el viejo refrán,
 y hoy se lee en proclamas y pancartas <Catalonia is not Spain>, sin aclarar a quien se dirije este mensaje, porque  a nadie le debe interesar, fuera de sus autores.
Es la voz de demócratas al perseguir a los que no son como ellos. Y el mensaje dirigida contra España en boca de la masa fanatizada se transforma en: <¡España fuera, españoles váyanse!>

Es el mismo proceso, vivido mil veces en otros lugares, comienza con una declaración de ser víctima, inofensiva, se pasa al uso de violencia verbal contra un supuesto victimario, y acaba  buscando una sociedad homogénea incluyendo a unos y excluyendo a otros. Y para eso se necesita al enemigo,  a quien acusar, combatir y expulsar, primero de funciones públicas, finalmente eliminando su presencia física.
–Aquí no te queremos ver, ¡vete de donde has venido!

Debemos aceptar que se trata de procesos que forman parte de la democracia y no es marca de dictaduras.
Y sucede que  la violencia étnica y las guerras civiles se están extendiendo porque acompañan  los cambios políticos  que presenciamos. Democratización va unida al proceso de persecusión étnica o religiosa.
El genocidio en Ruanda en 1994 es un macabro ejemplo de ello;  las fuerzas occidentales decidieron no intervenir, dejando hacer lo que pareció no tener remedio.

Este lado oscuro de la democracia no es propio de africanos, los europeos y los españoles en particular lo tenemos en la propia casa. Las  festivas Diadas, más que un desahogo sentimental de irracionalidad, en el fondo es una amenaza, una amenaza a la libertad de las personas ante el griterío de libertad de un colectivo intolerante.
He dicho.

friedrichmanfredpeter  13.09.2013

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