¿Es correcta esta
afirmación?
Entre los años 1945
y 1946 se celebraron en Nuremberg los juicios contra los criminales nazis, y
durante estos años fue consumida la mayor –limpieza étnica– conocida de la
historia.
Aproximadamente un
tercio del territorio poblado por alemanes fue –limpiado– de alemanes. Otro
tanto sucedió a polacos y húngaros, poblaciones enteras de ciudades y
provincias fueron obligadas a mudarse a otros lugares, y nadie preguntó si esa
era su voluntad. Un proceder, que dejó
millones de muertos, heridos y violados en el camino.
Y guste o no oirlo, fueron gobiernos democráticos que iniciaron o autorizaron eso.
Y guste o no oirlo, fueron gobiernos democráticos que iniciaron o autorizaron eso.
Ningún derecho les
asistió, ninguna necesidad premió, no fue necesario para establecer la paz.
Alemania estaba derrotada, y de los nazis responsables, unos en prisión, otros
huidos, todos diciéndose inocentes.
Soy alemán y sé, que
no hay motivo de queja, soy consciente que el viento lo inició el gobierno de
Alemania nazi, y la tormenta cayó sobre todos nosotros. Por eso no es queja
ante la historia, sino mirada sobre el mundo actual que me sugiere la siguente
reflexión:
¿Qué o quién es
responsable?
–la rivalidad en el
ejercicio del poder,
–el aprovechamiento
de la oportunidad par realizar un deseo histórico,
–el odio y la
intolerancia, estimulados por el deseo de venganza, el ojo por ojo, diente por
diente.
–el simple deseo de
robo y pillaje.
Hablamos de la
inmediata posguerra, aun no había estallado la paz; y se trata de medidas aplaudidas
o toleradas por el mundo libre democrático, y hasta hoy ignoradas por la
mayoría de los europeos.
La democracia
garantiza los derechos humanos. Y en
consecuencia, la vida en democracia debe cambiar tradiciones del comportamiento
social, porque demócratas respetan la vida y los derechos de minorías, aunque
estas lleven el estigma de extrañas, indeseables o culpables. Las garantías
siempre son individuales, no colectivas. La vida en democracia cambia a las
personas – se dice – las hace nobles, generosos y tolerantes, dejando el viejo
instinto bárbaro atrás.
Eso en teoría.
Hasta que llega la
prueba del fuego donde se quema el respeto a los demás, cuando la guerra domina las mentes, el rechazo al vencido se hace vocación para el
buen demócrata, quien se vuelve triunfante justiciero, y – en el caso de
Francia – sintió placer en perseguir a miles de mujeres y sus hijos,
tratándoles como animales, por el simple hecho
de ser novias o hijos de alemanes, luciéndose así Francia como cuna de
la democracia.
Y sucedió, cuando la
democracia americana, haciendo uso de su inmenso poder militar, inició una
cadena de guerras, en contra del terrorismo y en pro de los derechos humanos.
Pero lo que consiguió fue acelerar y multiplicar los conflictos étnico –
religiosos y aumentó el número de
víctimas inocentes a una escala
monumental.
Israelis, palestinos,
turcos y curdos, iraníes y afganos, musulmanes de distinta pinta, unos contra
otros y todos contra unos, se destierran, se desprecian, se asesinan bajo el signo
de – limpieza– purificando así un espacio vital, excluir y expulsar al
enemigo.
Todos comienzan como defensores, para acabar
siendo perseguidores del vecino al lado, todos reclamándo su misión como justa,
denunciando al vecino como agresor.
Y de eso surge un
mito nuevo, el de la nación etnicamente homogénea.
¡Todos moros o todos
cristianos! bramea el viejo refrán,
y hoy se lee en proclamas y pancartas
<Catalonia is not Spain>, sin aclarar a quien se dirije este mensaje, porque
a nadie le debe interesar, fuera de sus
autores.
Es la voz de
demócratas al perseguir a los que no son como ellos. Y el mensaje dirigida
contra España en boca de la masa fanatizada se transforma en: <¡España
fuera, españoles váyanse!>
Es el mismo proceso,
vivido mil veces en otros lugares, comienza con una declaración de ser víctima,
inofensiva, se pasa al uso de violencia verbal contra un supuesto victimario, y
acaba buscando una sociedad homogénea
incluyendo a unos y excluyendo a otros. Y para eso se necesita al enemigo, a quien acusar, combatir y expulsar, primero
de funciones públicas, finalmente eliminando su presencia física.
–Aquí no te queremos
ver, ¡vete de donde has venido!
Debemos aceptar que
se trata de procesos que forman parte de la democracia y no es marca de
dictaduras.
Y sucede que la violencia étnica y las guerras civiles se
están extendiendo porque acompañan los
cambios políticos que presenciamos.
Democratización va unida al proceso de persecusión étnica o religiosa.
El genocidio en
Ruanda en 1994 es un macabro ejemplo de ello; las fuerzas occidentales decidieron no
intervenir, dejando hacer lo que pareció no tener remedio.
Este lado oscuro de
la democracia no es propio de africanos, los europeos y los españoles en
particular lo tenemos en la propia casa. Las
festivas Diadas, más que un desahogo sentimental de irracionalidad, en
el fondo es una amenaza, una amenaza a la libertad de las personas ante el
griterío de libertad de un colectivo intolerante.
He dicho.
friedrichmanfredpeter 13.09.2013
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