jueves, 21 de junio de 2012

Peonadas

El encuentro con la vida laboral  - en mi caso – comenzó temprano. Parte de vacaciones y de horas disponibles en las tardes después del colegio me sirvieron para trabajar ofreciendo lo que sabía hacer: labores de peón.
Lo primero que hice fue ayudar a la subsistencia familiar: Poseíamos algunos terrenos y otros alquilados para mantener ese minifundio agrícola que nos alimentaba.

Pudimos hacer casi todo solos, sin ayuda externa. Pero había necesidad de transporte y de máquinas que no poseíamos. Y de eso resultó nuestra dependencia de campesinos locales. Ellos tenían carretas tiradas por caballos, ellos disponían de máquinas para trillar el trigo o centeno que nosotros habíamos recogido de la manera más arcáica, usando guadañas y apilándolo todo en haces. Lo malo fue, que nosotros necesitábamos estos servicios cuando ellos estuvieron colmados de labores.
Resultado: tuvimos que ofrecer nuestro trabajo a cambio de los favores que nos prestaron de mala gana, siempre a lo último, en fases de mal tiempo.
Quien posee medios, tiene poder y lo ejerce para su propio bien. Desde muy pequeño tenía yo presente esta ley vital.
Y esta significó que tuvimos que trabajar, mi abuelo o yo en labores de campo ajenos, siempre cuando nos llamaron, principalmente en la fase de cosecha y siega. Conocí labores de trillar junto a esa máquina movida por transmisión de un arcáico tractor. El polvo y el ruido bajo cubierta en el pajar de la finca eran infernales. Y cuando al final de octubre lo nuestro se encontró en casa, yo había pasado horas de aplastante trabajo, llenas de sudor, lágrimas y rabia. Al campesino M le gustaba demostrar poder y superioridad. Yo era el  <Estudiante> del pueblo, quien se había atrevido a alejarse de lo que ellos consideraban normalidad, y a M le gustó encargarme trabajos duros y humillantes para ver si podía o si me atrevía con ellos. Cargar con paquetes de paja que despedía la máquina a una altura de hasta cinco metros no era fácil. A veces el abuelo me libraba de eso, pero no estuvo siempre presente.
Yo empecé a despreciar este medio, lo odiaba, pero apreté los dientes y a las ofensivas insinuaciones de M no las contesté, escupí al suelo cuando se acercaba.
Como todo tiene un punto final, esta experiencia también terminó. Pero nunca la olvidé. Comprendí lo que significaba ser siervo de la gleba en tiempos históricos. Tampoco olvido encuentros posteriores, con M como alcalde y con su mujer como ladrona de fruta en nuestro jardín.
–Buenos tiempos aquellos – me dijo él y no esperaba respuesta.
Peonadas también me sirvieron para ganar dinero. La Wetterau está rebosante de fuentes de agua mineral, sólo hay que embotellarla para su uso comercial. Quien no quería gastar dinero, podía recoger agua de la fuente gratuitamente. Brota a la superficie, contiene gas y sabe ligeramente a azufre. Se le atribuyen efectos medicinales curativos para numerosas enfermedades.  Varias pequeñas fábricas se habían establecido en la zona y aprovecharon esa riqueza natural.
Y en una de ellas,  durante el verano – la época de más venta - siempre buscaban gente, peones; y uno de ellos fui yo. Mis vacaciones, si no era la leña, fue el agua mineral que se las tragó. El salario me sirvió para disponer de dinero. Todos de mi edad ya trabajaron y yo fui el único quien aun dependía de su familia para todo. Eso me molestaba y acordé que no aceptaría más dinero fuera del mantenimiento. Todo lo demás que necesitaba, lo tenía que ganar yo mismo. Por eso me han visto cargar y descargar camiones a repartir agua Selzer por la región. El que también me vio, era el hijo del propietario de la fábrica. Iba a Friedberg también, a otra escuela y no al Gymnasium. Pero frecuentemente habíamos ido juntos en el tren. Desde que me había visto como peón de su padre, ya no me acompañó más. ¿Qué otra cosa podía hacer ante la ley de la segregación social, vigente en todos los tiempos?
Siendo así mi situación, durante los últimos años de colegio y en años de estudios universitarios ejecuté varias ocupaciones:  vendí jabón y productos cosméticos, fui mensajero en la fábrica metalúrgica VDM, cargué y descargué paquetes en la estación de trenes en Frankfurt – un trabajo nocturno, limpié las ollas grandes de la cocina en el Café am Opernplatz en Frankfurt con vista a la ruina de la Ópera, una grandiosa experiencia cultural. Y naturalmente me aburrí dando clases de apoyo de latín o inglés a pobres chavales necesitados de mejores notas. Todo eso me dio el grado de independencia que yo buscaba, me financió viajes que hice por Francia y luego España. Había topado con gente de toda clase, desde la escoria humana a personas admirables. Y, lejos de considerarme un peón asalariado y socialmente marginado, me llenó de orgullo y de confianza en mi capacidad para ser quien soy:

friedrichmanfredpeter

21/06/2012 

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