miércoles, 13 de junio de 2012

Maestros/as

Nos acompañan desde que nacimos, nos enseñan, nos aprecian, nos reprochan y critican, nos castigan, nos guian y nos fastidian; son ellos/as los jefes temporales de nuestras vidas. Cuando llegamos al colegio por primera vez ya los hemos probado, los autores del  - ¡deja eso! - ¡pon atención! – etc. En los colegios son oficiales, funcionarios del buen comportamiento, buscadores de tu propio bien; son la sombra de nuestras vidas, omnipresentes. No hizo falta llamarlos, ahí están, tan grandes, con voces tan profundas y fuertes y encima alemanes: auctoritas en latín, lo dice todo.

No recuerdo, cómo aprendí a leer; me parecía que lo sabía desde siempre y que había nacido con el alfabeto. El primer maestro que se me grabó en la memoria era un nazi convicto. Esa palabra ya la conocía por mis abuelos. Se llamó Herr J. y nos hacía cantar, levantarnos y gritar –Heil Hitler – cuando entró en clase. Era un hombre ya mayor, corto de vista y bastante feo de cara.  Solía contar chistes que no entendíamos. Recuerdo que cada vez más frecuentemente, después del saludo y comenzada la clase, sonó penetrante la sirena de alarma instalada sobre el tejado de la escuela. Este aullido penetrante aterrorizador acompañaría mis sueños durante muchos años.
–¡Alarm! - ¡Al sótano! gritó; y todos nos fuimos bajando  por la estrecha escalera donde entre el carbón apilado tuvimos que esperar apretados hasta que sonara nuevamente la sirena que significó –Entwarnung – se suspende el alarma - y nos mandó a casa con las manos y caras negras, porque nos habíamos tirado carbón para distraernos en nuestra guarida, mientras nuestro Führer se encontraba en la suya en la lejana Prusia perdiendo la guerra contra el resto del mundo. Pues nosotros, gracias a nuestro fiel maestro creyente, debíamos pensar que ya estaba ganada, aunque nosotros tuvieramos que huir al  sótano de la escuela.
¡Rara contradicción entre lo dicho y hecho! Creo que algo importante aprendí de eso para toda la vida.
A este maestro se lo llevaron los americanos. Fue fácil atraparle – otros, los más importantes habían escapado – y murió en uno de estos campos improvisados a cielo abierto durante los meses dramáticos de 1945. Más tarde comprendíamos por qué sucedió esa cruel represalia. Los crímenes nazi poco a poco se revelaron; y la reacción inmediata de los vencedores era esa, hacerselos pagar con la misma moneda. Pero Herr J. , el vociferante idiota, no había matado a nadie.
Mientras tanto, nosotros salvajes, después de casi un año sin clases, nos preguntamos. ¿Que será de nosotros? –
¡Será lo que será!-- otra lección que aprendí; y fue la maestra Frau N., decisiva para mí, pero eso aun no lo sabía. Frau N. había huido de Silesia, nos trató a los vagabundos que fuimos, con maestría y a mí me mandó al Gymnasium y allí nuevos maestros me pusieron su auctoritas encima.

Quiero recordar algunos, y otros mejor no:
Frau L. nos enseñó alemán, a escribirlo correctamente, lo cual es un reto como todos sabemos.  La Leona, como la llamábamos, nos hizo inventar textos, escritos en clase o en casa para después en clase declamarlos y comentarlos. Una práctica que me gustó mucho.
Sin embargo, recuerdo un incidente que me dio otra lección inolvidable. El tema que nos dio fue <El Invierno> y seguramente esperaba que escribieramos sobre los placeres de la estación blanca del año.¿Qué otra cosa puede hacer un niño? Pues, cuando me tocó leer lo que había escrito yo, hubo un gran silencio y la Leona con cara entre sorpresa y enfado dijo:
–¡Eso no lo has hecho tú! -- ¿de dónde lo copiaste?
Me había dedicado a describir los sufrimientos de animales y hombres durante esa perversa estación del año, lo que yo había vivido y visto y también recordé lo que me contó mi tío Fritz de la guerra en Rusia. Cubrí las frases con aquel viento polar que helaba hasta el corazón de los hombres. Aun no conocí – Die Winterreise – de Schubert, pero algo así pasó por mi mente. Negué esa acusación tirando mi cuaderno al suelo y eso me causó mayor daño por ser considerado como mentiroso renitente.  Pero aprendí otra lección:¡No intentes convencer a un maestro si no quieres salir perjudicado!

Sin embargo, creciendo y defendiéndome, llegué  a mirar esta escuela, die Augustinerschule, como mi segunda casa. No solamente porque allí también fuimos alimentados, e igual a perros vgabundos comenzamos a lamiar la mano de los que nos daban comida. Todas las mañanas llegó el camión con la estrella blanca desde el cercano cuartel para llenar nuestras latas de conserva que nos servían de platos de la sopa boba del día. Tengo presente la cara sonriente del soldado americano de turno. Se vio que no odiaba a los pequeños nazis.
Y me encontré con el maestro Paul R. , llamado Boris. Herr R. había sobrevivido la guerra como soldado en el este, gracias a la ayuda de un soldado soviético, quién lo había encontrado gravemente herido en la nieve. En vez de clavarle la bayoneta, lo montó sobre un trineo improvisado y  tirando de el durante varias horas lo entregó a un hospital militar de campaña. Herr R. sobrevivió, y no supo nunca si el soldado ruso que le salvó también sobreviviría. Pero logró preguntarle cómo se llamaba: y su nombre era Boris.
Pues Boris enseñaba historia, la historia de Alemania, vista desde una mente lúcida y humana. No entendí nunca el reproche de la generación del 68, que durante los años de postguerra no existiera una visión crítica sobre la época del nazismo. Es obvio que ellos querían atribuirse el mérito de haber empezado a acabar con la sombra de Hitler. Debido a Boris yo leí el libro de Kogon, Der SS Staat. Todavía lo tengo y lo aprecio como auténtico testimonio de la víctima – Kogon era periodista y preso en el campo de concentración de Dachau.
La nueva Almania fue fundada como antiproyecto del nazismo, nunca fue continuación camuflada, a pesar de numerosos defectos en su equipaje moral. Gracias a Boris mi sentir crítico se transformó en una pensar crítico. Gané madurez, ¡gracias Boris!

Herr F. era el profe de literatura en <Unter- und Oberprima>, los cursos finales. Aprendí mucho sobre la época clásica de la literatura alemana. De Lessing a Schiller, Kleist y Goethe prácticamente lo conocimos todo. Pero fue este un aprender en constante confrontación de opiniones contrarias.
–¿Qué dice la oposición? preguntó F., llamado Boss, mirando en dirección del rincón donde estuvimos sentados Hellmuth y yo. Y era cierto, siempre buscábamos una oportunidad para oponernos a sus ideas.
¿Por qué habíamos desarrollado esa aversión que era mútua?
Pues F. era una persona con trayectoria nacionalista y militarista y admitió que su vocación, como la de su familia oriunda de la provincia sajona de Prusia, era el servicio militar como oficial. Por eso había sido coronel en el ejército desaparecido, la Wehrmacht.
¡Que quede claro! no era nazi, ni justificaba la política agresiva y racista de Hitler. Pero tomó el ejercicio de la profesión de profesor de Gymnasium como una segunda opción, malquerida, porque le estaba impedida la primera, la de oficial con probable ascenso a la generalidad; los había en su familia. Y tenía capacidad para ello, todos lo vimos así, mereció nuestro respeto.
Nuestro conflicto no era personal, era inevitable, porque Boss representaba una manera de ser y ver las cosas que desde nuestra propia experiencia tuvimos que rechazar.
Recuerdo que el conflicto estalló con franqueza durante la lectura e interpretación del drama Wallenstein de Schiller.
F. vio la opción de los oficiales mercenarios contra el intento de traición de su  jefe como reacción justificada por el juramento prestado: ¡Lealtad ante todo! Y sin querer nos encontramos en una querella por la justificación del atentado contra Hitler. Yo resumí mis argumentos en el examen escrito sobre el tema y F. lo corrigió con nota insuficiente. Justificó esa nota con el argumento que me había alejado del tema y para gozar su triunfo comenzó a leer mi escrito delante de todos. Pero ocurrió lo inesperado, estalló aplauso.
F. se creía admirado, pero no comprendió que tenía delante una nueva generación, dispuesta a pensar por si sola, sin obedecer a las reglas de tradición y rangos superiores.
Yo no dije nada cuando F. se acercó y me dijo que había rectificado la nota debido a aspectos positivos que no había tenido en cuenta.
Recuerdo muy bien el día de la despedida. Compañeros del curso habían redactado una especie de revista, donde me dibujaron de Fausto con dos almas en el pecho, una que se rebela y otra que se doblega ante la realidad.
Y con esas dos almas abandoné a mis maestros para adentrarme a la universidad y para acabar siendo uno de ellos.

friedrichmanfredpeter

13/06/2012

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