<<El primer intento de fundir visiones utópicas con la realidad
fue la Revolución Francesa. La proclama de libertad, igualdad y
fraternidad no dejó claro en qué medida
sería real este solemne proyecto. Han quedado: una experiencia chocante y la duda
si el nuevo orden proyectado sería capaz de resistir la confrontación con la
realidad.
¿Será el hombre como Demiurgo, capaz de voltear su existencia y de
cambiar de ser dominado a ser dueño de su propia vida?
Tras los años del terror revolucionario queda la cuestión:
¿Podrán los hombres crear este nuevo orden, o será nuestro mundo
siempre el mismo sin remedio?
Los portavoces revolucionarios pretendían construir un nuevo mundo.
Pero, ¿no es más plausible conducir el que hay hacia nueva dirección?>> Joachim Fest[1]
En el año 2012, año de crisis económica y social de dimensiones jamás
conocida antes en la Comunidad Europea, estamos a la expectativa de la utopía
de turno que suele acompañar situaciones como esta. Es ley histórica. ¿Llegó la
hora para “otro mundo“?
El famoso libro de Hannah Arendt: Sobre la Revolución, nos dice, cómo
pobreza y desesperación nutren las revoluciones cuando estas exhiben metáforas
del pueblo en marcha por su liberación. En realidad, esa libertad suele ser
reemplazada por promesas de “pan y felicidad“, promesas que por regla general
no se cumplen, pero nutren bien a nuevos funcionarios, dueños de la retórica
oficial, pero excambiables por turnos. Revoluciones como la Francesa se tragan
a sus hijos porque sobre algún chivo hay que desviar la ira del tan venerado y
todopoderoso pueblo que sigue buscando su liberación en la lucha diaria por el
bienestar. Libertad es un asunto de los que quieren publicar sus opiniones dice
Heine, contrarias por cierto a la autoridad, y hacerlos callar es fácil
teniendo el pueblo al lado, que generalmente no posee opinión propia.
Siempre ha sido la misma “vaina“ (eso para mis amigos colombianos) y
toda América Latina conoce la hora cuando el Chivo redentor se presentará. Su
función es hacer como si arreglara lo que no tiene arreglo, y su pueblo hace
como si obedeciera sin hacerle caso. Así es „la vaina“.
Pues en Europa somos distintos, decimos con cierto orgullo. La base de
este orgullo está en las reglas establecidas y crecidas durante décadas. Tanto
así, que la legalidad ha hecho que sean supérfluas las revoluciones. No hay que
ir marchando contra el estado con voces y banderas, mensajes de utopía, en
alto. Queremos creer y nos autoconvencimos: cuando el estado nutre a todos y
nos llena de felicidad, estarán resueltos todos los problemas. Y ahora nos
damos cuenta que estamos equivocados. Pues la crisis nos desvela que hay
estados impotentes para cumplir lo que la legalidad les exige. Hacer el bien
está limitado; el saco se llenó de deudas hasta que se rompió y ahora nadie
sabe, cómo llenarlo nuevamente.
Comprender que nuestros años
vividos en el bienestar general eran una farsa
pagable a plazos, es duro, pero puede ser el primer paso para recuperar la confianza en la legalidad y el bienestar
común.
Sin embargo, en el caso de Grecia el caos ya está servido y nutre el
movimiento de la revolución. Confusas teorías de la culpa de poderosos
conspiradores ocupan el escenario. Democracia ya no tiene su sede privilegiada
en el parlamento, sino en la calle, donde todos saben a quien hay que
guillotinar para vivir contentos: a los exhiben sus caras en el diario hablado
de la televisión y proclaman austeridad y ahorro. “A por ellos“ grita el pueblo
en marcha, igual que en 1792 cuando la furia se lanzó contra los de Versailles.
“Vox populi“ decían con desprecio los senadores romanos, “vox bovi“[2].
Aun no se ha pronunciado quien diseña la utopía de turno moderna. Hay
que recurrir a modelos pasados. ¿Funcionarán en circunstancias tan distintas?
Nadie puede pronosticarlo. La historia algun día nos lo dirá. Pero de algo
estoy seguro, lo dicho por Joachim Fest y por Hannah Arendt seguirá vigente.
friedrichmanfredpeter
11 – Feb - 2012
[1] Joachim Fest, autor de numerosos libros político – históricos.
Fue redactor jefe de la FAZ, diário
liberal, su sede es Frankfurt am Main.
[2] El dicho es un juego de palabras: Vox populi – vox Jovi (la voz del
pueblo es la del dios Júpiter), trasformado en Vox populi – vox bovi (la voz
del pueblo es la de un buey)
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