Aproximadamente quince siglos atrás, el orden político, técnico –
económico, social y cultural que había sido creado por el Imperio Romano
estrepitosamente se quebró. Sólo algunos decenios bastaron para acabar con la
civilización más avanzada de la Antigüedad, que será reemplazada por un sistema
de vida real, en sus manifestaciones primitivas sólo comparable con la
prehistoria. La zona del Mediterráneo Occidental sufrió una transformación
nunca vista anterior- ni posteriormente: sin dinero, sin tejas en los tejados,
sin platos para el uso doméstico, sin transporte ni carreteras transitables,
sin agua corriente, sin ná de ná. Y eso significaba para la provincia romana
Bética el hundimiento y la lenta transformación durante siglos en una nueva
existencia completamente distinta: Andalucía.
¿Qué había sucedido?
¡No se sorprenda! – El Imperio Romano era “moderno“; la dimensión del
Imperio Romano Occidental ocupaba en gran parte lo que hoy es la Comunidad
Europea. Su economía era “globalizada“, la producción de los artículos de alta
calidad era especializada, técnicamente
refinada y concentrada en centros de alta productividad. Millones de
ánforas producidas milimétricamente idénticas en industria alfarera llevaban
aceite de la Bética a todo el Imperio, de cientos a miles de km de distancia por vía marítima y
carreteras seguras. El destino de otros productos no se conoce porque sus
materiales no son tan duraderas como la cerámica; de esta aun subsisten
billones de fragmentos en el subsuelo europeo. Toda esa producción, no sólo a
beneficio de unos pocos patricios ricos, sino para el consumo general, hasta el
último rincón periférico; la arqueología moderna no se equivoca. Una moneda
común simplificaba el intercambio de los productos; la recaudación de los
impuestos era casi idéntica a la actual,y todo eso estaba protegido por una
administración eficaz y un ejército profesional cuyo coste era enorme y
consumía la esencia misma del bienestar general. Con eso, existe una notable
diferencia con los tiempos actuales: Roma sólo podía gastar lo que recaudaba o
el botín de sus guerras. La vida a base de préstamos, eso es un avance moderno.
Sin embargo, durante cientos de años, “Roma“ había sido garantía de paz y
prosperidad, a pesar de amenazas externas y guerras civiles que con frecuencia
rozaban el límite de catástrofes. Su atractividad era insuperable; tanto así,
que el deseo de cientos de miles de llamados “bárbaros“ tenía un sólo objetivo:
hacerse romano como fuera, por vías de contratación – como mercenarios; o menos
pacíficamente, como invasores que en vano habían tocado a las puertas de
entrada pidiendo permiso.
La controversia sobre si estos invasores, los bárbaros, como los
llamaban los que eran romanos fieros y orgullosos, fueron los causantes de tal
crisis o apocalipsis, dura hasta hoy.
Se pueden citar numerosos
factores externos e internos,
inmateriales y materiales como causantes del descenso imparable. Importante ha
sido el elemento humano: la notoria insensibilidad del “romano medio“ ante el
dolor ajeno.[1] El
pensamiento transcendente del joven cristianismo, ahora mayoritario, pero
abstencionista e inmaduro. Su mensaje social y político era buscar la
alternativa total, la visión apocalíptica, más allá de la realidad misma; pero
poco edificante para evitar el descalabro social.
Hoy existe el común acuerdo entre historiadores, que la civilización
romana a través de ella misma pudo hacerse frágil, como un castillo de naipes
muy sofisticadamente levantado, que bajo
el soplo de una brisa se cae. La capacidad de producir productos valiosos para
sostener una vida cómoda y agradable hizo que aquella sociedad se parecía cada
vez más a la nuestra: Calefacción y agua corriente era común en la mayoría de
las casas investigadas por la arqueología. Productos del mar, ostras y
mariscos, refrigerados llegaron a los cuarteles del Rín para el rancho de
oficiales romanos.
El observador moderno, sin embargo, prefiere contemplar los rasgos
exóticos de aquella sociedad, visión deformada debido al cine americano. Seguro,
existía un alto grado de autocontemplación y de desprecio inhumano hacia el
forastero y el esclavo bárbaro. Numerosos documentos así lo testifican; y
cuando esta mano de obra faltó porque se asociaron los esclavos con los
invasores germánicos, la simple reproducción de los bienes de consumo diario se
hizo imposible: Solamente pocos aun sabían labrar la tierra y parece que nadie sabía reparar un tejado de
tejas o levantar un muro de piedra y ladrillos. Así, después de la retirada del
gobierno de Roma, durante siglos en toda Inglaterra no se construía ni una sola
casa de piedra cubierta de tejas cerámicas. No era necesaria la violencia
externa, aquella edificación soberbia por si sola se había caido.
Tal vez sea incómoda la idea que una sociedad de consumo por si sola es
capaz de derrumbarse cuando un conflicto externo inesperado se presenta; genera
los elementos propios para la autodestrucción. Toda la producción de bienes a
nivel local comienza a hacerse rara o inexistente. Y el destino de Roma nos sugiere
esa conclusión, detrás de una aparente riqueza temporal y pasadiza no había
“Nada“, o metafóricamente dicho: ¿Qué hay destrás del supermercado? -- un
parqueadero vacío, nada más, el vacío a veces ambulante.
Todos esperamos que los horrores sufridos por la población del imperio
tardío romano no los tengamos que pasar: toda una civilizacián sofisticada fue
lanzada hacia tiempos prehistóricos, circunstancias jamás vistas y esperadas.
Pero tengamos por cierto, los romanos estaban tan seguros que nada de eso les
podía ocurrir; igual a nosotros hoy, que
pensamos que nuestras crisis serán pasadizas
y ningún mal pueda durar cien años. Los romanos se equivocaron.
¿Y nosotros, qué garantía hay
que no estemos viviendo una fractura histórica espectacular? Lo romano no nos
es ajeno, Roma, eso somos nosotros.
¿Y cuál será la dimensión definitiva de nuestra crisis? ¿apocalíptica?
¿Será posible un cambio de paradigma, del consumo hacia el saber, saber
el bien hacer, el saber creativo y responsable?
friedrichmanfredpeter
23 de Feb. De 2012
[1] Ward – Perkins cita el ejemplo de la reacción de empresario y público
en un lugar de provincia ante un hecho escalofriante: Veinte prisioneros
Sajones iban a ser sacrificados en Juegos especiales en el circo local. Los
prisioneros, en la noche anterior del espectáculo, decidieron estrangularse
entre ellos para privar a sus enemigos del placer de verlos morir. Se conoce la
reacción del público: burla, risa, total incomprensión.(Vea: W.P., Der
Untergang des Römischen Reichs, WBG- Darmstadt, 2007) Por ser bárbaros no
merecían respeto humano, su actuación fue considerada no admirable, sino
bárbaro.
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