sábado, 19 de noviembre de 2011

Heinrich von Kleist: ¿Actualidad del aristócrata prusiano, romántico e idealista?

Era un triste día de Noviembre en 1.811 cuando Heinrich von Kleist puso fin a su vida a orillas de un insignificante lago de la Mark Brandenburg, región céntrica de Prusia, Alemania.
Hasta este instante poco había sido publicado de sus escritos y más había destruido él en autodefés de desesperada resignación.
Para suicidarse había buscado otra vez la forma de romper la soledad que le acompañaba desde niño hasta soldado, filósofo, poeta.

Arastró a esta oscura muerte a una triste compañera, conocida fugazmente.
La muerte así había sido anticipada en sus novelas y dramas.
Muchos años más tarde, un curioso investigador encontrará entre papeles y fragmentos literarios un cuaderno del joven Heinrich von Kleist, un niño aun, un  cuaderno, donde aquel describió minuciosamente las diferentes formas de suicidio. El mismo cuaderno decía que el suicidio era la única decisión válida del hombre por no ser revocable. Mucho ha sido discutido desde entonces si esta extraña personalidad nació suicida o si se hizo, movida por las circunstancias de una vida  –demasiado difícil para poder vivirla–.
Su obra literaria repleta de idealismo y de violencia prevee sólo esporádicos episodios de felicidad. Así no es extraño que Kleist dijera: –Soy la desdicha de los que me rodean –.  Y después de haber aruinado económicamente a su familia, ¿qué más queda que el eclipse mortal?

El plano de la vida

Nada de pesimismo en el joven Heinrich que nació apenas cuatro años antes de la publicación de la obra más importante de la ilustración alemana: Manuel Kant, Crítica de la Razón Pura. Ambos pertenecían a diferentes generaciones, eran prusianos y vivieron con gran atención los eventos de la Revolución Francesa. Su procedencia social era totalmente distinta. Kleist era aristócrata, Kant de procedencia casi proletaria. Sin embargo, ambos servían a su manera  a un mismo señor, al rey de Prusia. Este rey había sido caracterizado magistralmente por Kant:
–Conozco a un solo señor que dice: Crean y piensen lo que quieran. Pero paguen sus impuestos!
La carrera militar prevista para todos los Kleist fue soportada como algo inevitable. Pero la estrecha limitación de la vida militar le impidió cada vez más realizar que para él tenía más valor que todo: adquirir una formación universal, conocer, observar, aprender. El siglo de las luces había iluminado a uno de los Kleist que deseaba – ser uno de lo grandes personajes de las Letras o nada–.
Extraño deseo este del teniente von Kleist, despreciando el cuartel, el uniforme –el vestido del rey–, el noble destino familiar y la gracia de su Majestad, ya que los Kleist no eran ricos.
Pero Heinrich iluminado: –He decidido cambiar el destino de vida, cueste lo que sea.
Sólo la novia y la hermana no muestran sorpresa ante tal decisión. Renuncian al matrimonio, a su herencia, para que el teniente von Kleist pueda colgar el vestido del rey y regresar a la vida privada sin perspectiva profesional, naturalmente. Y Heinrich se mete en un caos de propósitos, planos y proyetos de estudios.
Todo le atrae, desde la filosofía hasta las ciencias y la medicina, todo lo que sea  grande y extraordinario.
¿Le importa algo la derrota demoledora del ejército prusiano –el suyo – ante las tropas de Napoleón? Parece que no; no lo menciona para nada. Es más, ofrece sus servicios a Francia: Quiere  viajar y no tiene con qué pagarlo. Ante el inmenso  mar de ideas y propósitos que le invaden, el mundo real casi no tiene importancia. Un joven idealista excéntrico vive de espaldas a la realidad.

La desilusión radical

Existe un documento de cómo las extremas intenciones del que había sido el teniente von Kleist sufrieron una derrota. Y esto en su consecuencia produjo el auténtico y genial esritor von Kleist.
–Estoy estudiando a Kant, anuncia a la novia. Y poco después:
–He recibido la peor desilusión que jamás puede suceder a un hombre: Ahora se que no podemos conocer ni saber nada definitivamente. Vivimos encerrados en nosotros mismos. Todo lo que vemos no refleja sino nuestros propios deseos y creencias. Permanecemos ciegos de por vida.
Podemos dudar de la competencia del joven e inexperto filósofo Kleist para entender adecuadamente el complejo sistema de la Crítica de la Razón Pura de Kant. Una obra tantas veces comentada como pocas veces leída.
Pero la reacción de Kleist tiene otra raíz: Se trata de una vivencia real y existencial. La incertidumbre acerca del verdadero sentido del mundo en el cual vivimos, no la elimina ninguna teoría. Es una experiencia vital, relatada en la vida de santos, científicos y criminales, que borra toda tranquilidad, es radical e indiscutible, repetida en millones de otros casos.
Posteriormente, la psicología no tardará en ponerle nombre y a buscarle remedios: frustración, angustia, crisis de personalidad, sicosis, síndrome sicopatológico, etc, etc.
La crisis de Kleist es un verdadero motor para el literato y se traduce en uno de sus textos más hermosos: Sobre el Teatro de las Marionetas.
La marioneta, según Kleist, es expresión del verdadero ser original. Una perfecta gracia caracteriza sus movimientos. Así es también el gesto humano: Cuanto más inconsciente, tanto más perfecto.
¿Por qué? pregunta Kleist. Porque no es afectada por el dominio de la razón y de los escrúpulos de la conciencia. La gracia de la marioneta es bella por naturaleza, es perfecta. ¿Podemos, o debemos, imitar esta perfección? ¡Vivamos la vida a raíz del subconsciente, inconscientemente!
¡No! Porque este regreso sería innatural, artificioso. Aumentarían nuestras desgracias. La felicidad reside detrás de puertas cerradas definitivamente. ¿Qué hacer entonces?
Puede ser que el mundo sea una inmensa parábola. Después de haber perdido nuestro paraiso original, la perfección y belleza del principio, queda la única esperanza, que a través de la tragedia causada por nuestros errores, encontremos en la lejanía del futuro una puerta abierta. Y esta trágica esperanza es, a pesar de todo, un proyecto de felicidad futura, escondido detrás de los desastres de la vida. Es la única segura inseguridad que nos queda, la esperanza del desesperado. Ahí tenemos el mensaje del escritor Kleist: Rescatar el hombre por encima y a través de sus desgracias.

El Príncipe de Homburg

Es uno de los dramas más conocidos de Kleist. El príncipe heredero de Brandenburgo – Prusia se llama así y este príncipe heredero es acusado por su propio padre, el Príncipe Elector, por insubordinación y desobediencia ante el enemigo en una batalla decisiva, la de Fehrbellin, que da orígen a la subida de Prusia como potencia. El mítico fundamento del estado. Y Kleist se hace eco de esta historia de su país al inventar el siguiente drama:
La tropas prusianas vencen gracias al heroico comportamiento del joven Príncipe de Homburg. Sin embargo, el príncipe como jefe militar no cumplió la orden y el plan de batalla diseñado por el padre. Este lo hace detener y un tribunal militar le condena a muerte. En soledad y enfrentado al fusilamiento, el príncipe aprende la lección, la misma la que Heinrich von Kleist asimila con dolorosa resignación: Felicidad y justicia no se realizan en la vida social y pública, son reservadas a la conciencia íntima de la persona. Kleist  no acusa el estado despótico responsable, su héroe espera encontrar la liberación definitiva más allá de la realidad en un mundo distinto.
Aquí Kleist tiende la mano a su contemporáneo, el filósofo Hegel, quien opina que el hombre sólo tiene existencia en la realidad de determinada fase histórica. Es la historia que marca, hiere y destruye, pero avanza.
Esta ley ha sido cumplida realmente en uno de los últimos de la dinastía de los von Kleist: Ewald von Kleist ha sido sacrificado en el año 1945 por conspirar contra el régimen de Hitler. Era este prusiano en misión diplomática quien buscaba contacto con el gobierno británico, pidió ayuda para la oposición alemana contra los nazi. En vano, fue denegada, y Ewald von Kleist murió ahorcado.
Su pariente lejano Heinrich von Kleist trata como escritor la experiencia de violencia, dolor y destrucción. Sufre el desprecio de los genios de su tiempo y es rechazado por el público lector. Hoy nos parece como un visionario. Cuando Kleist anuncia histerismo colectivo, racismo y tortura, pero también amor que se vuelca en odio, anuncia experiencias que doscientos años después son vigentes.

La esencia poética de la historia

Kleist descubrió muchos años antes de Freud el subconsciente como factor decisivo. Su mitológica amazona Penthesilea es una poética lección de sicoanálisis freudiano. Eros y violencia forman una  contradictoria unión. Bajo la ley de la violencia el impulso erótico se vuelve aberrante.  Teatro ninguno se ha atrevido a presentar la escena de Penthesilea después de bañarse en la sangre de su amante. El amor tortura y hiere. No se porque el cineasta Passolini no se ha hecho eco de la visión de Kleist.
Estas son sus figuras: Personajes mitológicos, rebeldes y conquistadores, pero también sencillos representantes del pueblo como el juez Adán en la comedia El Cántaro Roto y la negra Teresa en la novela El Noviazgo en Santo Domingo.
Todas son figuras derrotadas por la incompatibilidad de sus proyectos y una adversa realidad. Luchan por causas perdidas. No es un ciego batallar. Es lo único vigente por encima de la derrota inevitable. Kleist salva a sus personajes, les devuelve el honor.
Ahí está Robert Guiscard, conquistador normando. Ante la imposibilidad de vencer las murallas de Constantinopla y enfermo de la peste, rechaza toda oferta de auxilio e intento de salvación. Y Kleist capta en él simbólicamente un momento de felicidad como la luz de una lejana estrella. Igual así, cuando la negra Teresa se sacrifica por su enemigo blanco, o el rebelde Kohlhaas pone la cabeza voluntariamente bajo el hacha del verdugo.
Los finales de Kleist son dramática manifestación de valiente belleza y poesía y es de los escritores que siempre causarán confusión y fascinarán.
¿Cómo catalogarlo? ¿Romántico? ¿Idealista? Doscientos años después del trágico suicidio, Heinrich von Kleist sigue vivo entre nosotros.

manfredpeter, 19. November 2011

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