“Ahí sentados están. El ministro Goebbels ha
invitado a la solemne sesión de la asamblea de la Academia Alemana de Artes y
Ciencias. Importantes directores de orchesta, profesores ordinarios de
filosofía y de física, honorables senadores de otros tiempos mejores,
condecorados del Pour Le Mérite civil, presidentes de tribunales supremos,
excelencias del imperio, editores, novelistas
(los oficiales y recomendos), investigadores de la obra de Goethe, patrocinadores
de monumentos, famosos actores y directores de teatro, honorables comerciantes
y empresarios.
Todos ellos escuchan atentamente y aguantan la
charla banal y antisemita del Ministro. Mueven sus brazos e inclinan sus
cabezas.
La facultad de filosofía de la universidad de Bonn
acaba de quitarle el doctor honoris causa a Thomas Mann y la de ciencias envió
a un investigador al “campo” porque se había opuesto al idiota teutonismo
oficial.
Todos aquí presentes saben que un destacado pastor
evangélico, antiguo comandante de submarino y condecorado, es torturado porque
opina que Dios es más que Adolf Hitler.
Y todos aquí presentes saben que sobre cualquier
ascenso profesional decide el confidente nazi de turno.
Todos ellos han visto, cómo niños judíos fueron
sacados de las casas, montados sobre camiones y deportados, para desaparecer
para siempre.
Y todo eso es obra de este Ministro.
Y ellos ahora mueven sus brazos y aplauden a este
Goebbels. Ninguno de ellos se levanta, escupe sobre las plantas decorativas, da
una patada a la palmerita cercana.
Nadie se mueve:
Los grandes directores de orquesta, los portadores del Pour le Mérite
civil, los investigadores con fama mundial, el honorable empresario ----
Todos aplauden.”
Gottfried Benn,
1943
El autor de
este texto, escritor y médico vivía en Berlín donde murió en 1956. Sus notas
críticas escritas durante la era nazi han sido publicados posteriormente, en
1959.[1]
Es un texto que
merece ser recordado. Su mensaje no se agota con el fin de la dictadura nazi
que hoy todos despreciamos. Desgraciadamente seguimos corrumpibles hombres y mujeres
mientras más elevada está la posición en la jerarquía social, más dóciles nos
volvemos ante la tentación que nos ofrece el poder. Sería un error, creer que
la democracia es libre del defecto que denuncia G.Benn. La sociología nos
explica que la conformidad es una fuerza poderosa. Ser conformes con la
voluntad expresa del que manda trae ventajas. Son pocas personas que se atreven
a actuar de modo disidente cuando la mayoría aparenta estar o está de acuerdo
con lo que impone la ideología reinante, y más, cuando aquella se justifica con
demostraciones y medias verdades para probar sus actos.
¿Quién pone en
duda lo que todos aceptan con dócil obediencia? Más, cuando lo apoyan personajes
con autoridad, el poder reinante crece; y permanecer callado ante el error o el
delito sin duda es otra forma de apoyo.
El elemento
nazi en la sociedad alemana era efímero hasta que autoridades con peso en
ciencias y cultura aplaudieran a figuras como Goebbels, Himmler y Hitler. Y
ahora el régimen podía comenzar a perseguir a disidentes aunque fueran héroes
de guerra. El texto cita el caso del pastor
Martin Niemöller, comandante de submarino. El apoyo intelectual hacía
crecer el poder real, que aumentó o justificó la represión.
Así, y a pesar
de la indiferencia de la masa popular ante la ideología reinante, el aplauso
dado por el gremio presente en la Academia Alemana del Arte y de las Ciencias,
hizo que la oposición se cortara y perdiera vigencia social, porque oponerse
cuando personajes tan importantes aplauden, es un acto heróico.
Sin embargo,
quedaron gente sencilla con la visión no perturbada por la corrupción mental,
quienes se mantenían reservados y no se dejaban engañar por las mentiras del
régimen. El gesto de Sophie Scholl del grupo de disidentes de la “Weisze Rose”
lo demuestra.
El texto de
G.Benn dice que todo poder político real suele ser sostenido por la autoridad
de sus élites. Los métodos para conseguir eso son viejos e inalterables: amenazas
sirven para atemorizar; éxito político y triunfalismo sirven para impresionar;
dinero, títulos y elogios sirven para comprar.
¿Qué remedios
hay?
El principal es
el arte de desconfiar. ¡A mí no me vengan con “compañeros”! advierte un
asistente en una asamblea electoral moderna, porque sabe que el primer paso a
la sumisión comienza con el uso de esa palabra malgastada. Las ideologías
dominantes del pasado todos hicieron uso ilimitado del término “compañero”, sea
de raza o de clase para gobernar la voluntad ajena.
¡Desconfiemos!
Para no acabar siendo sometidos y finalmente corrompidos.
manfredpeter
4 de noviembre
de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario