“Es increíble cuan pronto el
pueblo se vuelve súbdito, como de forma tan súbita cae en un descuido tan
completo de su libertad que la misma difícilmente pueda ser reavivada al punto
de volverla a obtener, obedeciendo tan fácil y tan voluntariamente que uno es
llevado a afirmar, al percibir dicha situación, que este pueblo en verdad no ha
perdido su libertad sino que se ha ganado su esclavitud.”
--Étienne de la Boétie (1530 -1563)
Boétie se enfrenta al gobierno absolutista que
se estableció en su tiempo en Francia. Y si el poder del monarca era absoluto,
pregunta:¿por qué se le obedece? Considera que - lo que posteriormente
mantendrá Rousseau - que el hombre nace libre aunque en la realidad se
encuentra encadenado. Esta idea ha sido el motor de manifestaciones
revolucionarias hasta nuestro tiempo.
La
democracia clásica y liberal intenta solucionar la contradicción entre
obediencia y libertad: También en un estado democrático hay que obedecer, a las
leyes vigentes; ya no existe el caprichoso ejercicio del poder de un tirano.
Prevalecen reglas y el ejercicio del control sobre el gobierno. Solamente la
posición anarquista es radical, pretende prescindir de leyes aunque sean
democráticas porque la libertad innata en cada hombre no necesita reguladores. Por eso hay anarquistas que alaban a un autor
como de la Boétie, lo toman como un precursor de sus ideas sin tener en cuenta
el ambiente real de esta voz disidente en Francia de los reyes absolutistas.
La
democracia no es ningún sistema perfecto. El compromiso entre las dos fuerzas
vigentes, poder estatal y libertad individual,
es frágil porque todo poder estatal tiene tendencia a crecer por medio
de la administración que en el absolutismo casi no existía. Es obvio que eso
pone en jaque la libertad de los ciudadanos porque observamos que siguen el
poder administrativo como ovejas al pastor, y eso, porque les beneficia.
Renuncian en parte a la libertad - porque supone un esfuerzo vital - para ganar
seguridad, porque inseguridad es considerada el peor mal posible. Libertad implica responsabilidad y riesgo, un
concepto duro a vivir.
Claro,
que en democracia de una forma u otra se compra la obediencia y eso es
considerado un mal menor. Porque la alternativa sería el totalitarismo - nazi o
comunista - que pretenden sellar de forma absoluta la disyuntiva libertad - obediencia.
Los totalitarios prometen paraisos terrenales.
Si
todos fueran iguales de clase social o de raza, la autoridad estatal cambiaría
su carácter. La opresión desaparecería y se iniciaría el camino hacia la libre
asociación de los individuos, dicen comunistas y anarquistas con diferencia de matices.
El nazismo manifestó esa identidad a través de la teoría racial, concentrada en
el principio del caudillismo que es la mítica incorporación del principio
racial = "Der Führer".
Creo que ya no nos amenazan esas
vía utópicas. Vivimos una actualidad cuando las administraciones reforzadas por
la revolución electrónica lentamente corroen las libertades.
El enemigo, disfrazado de hermano
mayor, entra por la puerta trasera a la casa y se instala en el salón.
Aceptamos su presencia como una segunda naturaleza sin darnos cuenta que
estamos cumpliendo sus órdenes. La gran mayoría del público está contenta con
haber ganado relativo bienestar y seguridad. Consecuencia por ejemplo: un cambio
esencial del proyecto socialista: no está en duda el modo de producir
capitalista, se busca socializar sus beneficios para crear justicia social. Su
ideal es ser la mano derecha del estado benefactor y regar bondades en forma de servicios
gratuitos a cambio de un discreto obedecer endulzado por no sufrir penalidades.
Se compra la libre voluntad a cambio de “derechos”.
Eso es el reto de nuestro tiempo:
¿Cómo cuidarnos del control operativo de un poder crecido a dimensiones
inauditas?, ¿obedecemos?, ¿qué más remedio tenemos?
friedrichmanfredpeter, 7 de
noviembre de 2011
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