domingo, 18 de septiembre de 2011

¡Alemania fastidia!

Es el secreto suspiro de muchos europeos durante ese crítico septiembre de 2011. Leyendo atentamente el noticiero de días como hoy, llego a la conclusión que han vuelto viejos temores de una Alemania dominante y poderosa ante unos vecinos temiendo naufragios de sus economías. Y no faltan reproches, que todo ello fuese resultado de manipulaciones desde un lejano centro de relieve industrial predominante, el alemán. ¿Y por qué les va bien a estos alemanes, cuando la mitad de la zona Eura está pendiente del infarto? – muchos piensan eso.

No me voy a referir al milenario conflicto entre centro y periferías de Europa. Conflicto ya presente durante el declive de Roma Imperial. “Cuántas veces ha sido ya derrotada Germania?” pregunta el escritor Tacitus romano. Tantas veces, que ha perdido la cuenta. Sin embargo, sigue ahí, fastidiando.
Casi idénticas palabras de la Primera Ministra Margaret Thatcher en víspera de la reunifación alemana en 1989: “Los hemos derrotado un par de veces, y ahí están otra vez, fastidiando”.
Y a pesar de eso, y conociendo bien a sus vecinos, Alemania de la posguerra y después de despertar del delirio hitleriano, quiso hacer precisamente eso, dejar de fastidiar de una vez para siempre. Renunciando al derecho de la autodeterminación, aguantando decenios de división, de ocupación militar extranjera, de limitada soberanía nacional; renunciando también al secuestro de un tercio de su territorio nacional y aceptando todas las consencuencias surgidas de una guerra causada por ella misma. Entre ellas la  expulsión de millones de alemanes de sus hogares como represalia justificada por los crímenes nazi.
Más que ningún otro país europeo, Alemania ha querido ser europea hasta el tuétano. Recordemos que la única vez que hubo un gobierno alemán con mayoría absoluta en la historia reciente de la República Federal fue en 1957 cuando  el partido de la CDU bajo Konrad Adenauer ganó la contienda electoral contra los principios del socialdemócrata Schumacher[1] con el lema “Europa primero, antes que Alemania”.  Y eso significaba pertenecer a UE y OTAN. Schumacher proclamaba una Alemania neutral entre los bloques, la opción histórica del centro entre dos alas adversas. Y ese había sido su lugar de siempre. Bajo el gobierno de mayoría absoluta de la CDU, Alemania comenzó a ser una nación más del Occidente Europeo. Eso no lo había sido ni querido ser nunca.
La integración política de las naciones europeas, primero entre las occidentales, era prioritario a todo lo demás. No era una cuestión de economías diversas, de bancos e divisas. La razón de actuar era la motivación política, poner fin a una milenaria discordia, a una rivalidad de poderes sin fin, al sacrificio de una generación tras otra en guerras “civiles” paneuropeas.
Hoy todos sabemos que de este fin está quedando cada vez menos vigente. El último defensor a capa y espada fue Helmut Kohl acompañado en menor grado por el presidente francés Mitterand. En lugar de la unión política llegó la unión monetaria. Y Zona Euro dentro de Unión Europea se llama el paciente cuyo amputación de uno o varios miembros es inminente. Muchos economistas opinan que este será el desenlace definitivo. El paciente ya no es curable de otra manera.
No sólo las naciones periféricas levantan puños contra la Europa del Euro, representada por la burocracia anónima de Bruselas. En Alemania está cambiando el viento ambiental totalmente. ¿Se trata de un retorno a los tiempos anteriores al mercado común, anteriores al proyecto de una Europa unida?, ¿de  una vuelta de 180 grados a todo lo que se construyó desde 1956? El anciano Helmut Kohl pronunció este temor en una conferencia de prensa hace poco y delante de la canciller actual Merkel, quien no tardaba en desmentir tales sospechas. Buenas son palabras, pero lo que cuenta son hechos.
¿Cuáles son? La economía alemana orientada principalmente a la exportación de productos tecnológicos ha ganado con la Unión y con el Euro. Más que nunca. Y la nación no ha sentido la crisis universal. Pero eso tiene un precio que hay que pagar. Llámese solidaridad o apoyo injusto a la deuda ajena acumulada por políticas ineptas  o hasta corruptas de socios de la misma compañía. Alternativa no hay. El precio político sería la recaida en confrontaciones del pasado. Alemania se perjudicaría más de lo que pudiera ganar ahorrando subvenciones para miembros insolventes.
Sin embargo, todo indica que el ambiente en la nueva Alemania cambia de dirección. La gran experiencia de mi generación ha sido la caida de la frontera con Francia. Viejos sueños se hicieron realidad, nacimos francófilos. Vivir de una vez fuera del cliché histórico de una enemistad más imaginada que real, nos parecía una panacea. La gran experiencia en la vida de Angela Merkel y de su generación ha sido la desaparición de la frontera interalemana. Eso era más que el regreso a la normalidad. Sin darnos de cuenta, el mundo alrededor había cambiado. Y nuestros vecinos comenzaron de nuevo a contemplar a Alemania con admiración y sospecha. Palabras como del “Cuarto Reich” dieron la vuelta como la bola en la ruleta. Y a eso le corresponde un giro lento pero sensible de la nueva generación alemana desde el lema “¡Europa primero!” hacia un signo lleno de autoconfianza y con aires de triunfo: “¡primero nosotros!”,“¿por qué apoyar ineptitud y pícara viveza de otros?”
No sé, cómo podrán conciliarse estas tendencias presentes en la política interior alemana. Es obvio que el gobierno de Merkel no tendrá perspectiva de continuación, agotó sus reservas y también la paciencia de los que le apoyan. ¿Qué vendrá después? El tiempo nos lo dirá. Pero, seguro estoy, seguiremos fastidiando.

Un europeo, friedrichmanfredpeter
18 de septiembre de 2011



[1] Schumacher en este fase electoral ya no vivía. Los sufrimientos en campos de concentración nazi habían aruinado su salud. Pero su influencia fue definitiva en la SPD.

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