domingo, 12 de junio de 2011

Prejuicios, clichés, tópicos – (de norte a sur – de sur a norte)

Narra Heinrich Böll, escritor y premio Nobel, una anécdota: un viajero del norte encuentra a un pescador en el lejano sur de Europa. En vez de pescar, lo que había esperado el viajero, lo halla tirado bajo un árbol y dedicado a cómoda siesta.
–¿Por qué no pesca? pregunta,
–Porque ya he pescado, contesta aquel hombre tranquilo.
–Pero podía pescar más, insiste el viajero.
–¿Y para qué? responde este, algo molesto.
–Pues, para ganar más, dice aquel.
–¿Y para qué? --- ¡Cómprate cosas, disfruta más la vida!
–Ya compré lo que necesitaba, estoy disfrutando.
La anécdota reflexiona el cliché de un norte que trabaja y de un sur que disfruta de la vida. Hay algo de admiración en este cliché que insinua que el norte es laborioso y vive para trabajar, mientras el sur sólo trabaja para vivir. En esta admiración también se mezcla un poco de envidia y un cierto complejo de inferioridad.


–Venimos acá para disfrutar, suele admitir el turista que viene del norte, – porque en casa no lo sabemos hacer.
Desde hace ya siglos se conoce el cliché del “locus amoenus”, el lugar de placer y de ocio que anhela el viajero errante. El escritor Goethe hace cantar a la joven Mignon: “Kennst du das Land, wo die Zitronen blüh´n? --- Dahin, dahin, lass mich mit dir, du mein Geliebter ziehn!”  (¿Conoces tú el país donde florecen los limoneros? --- ¡Allá, allá, quisiera ir contigo, tu mi querido amigo!)
“Sehnsucht, Fernweh” son las palabras poéticas que están presentes en la poesía romántica alemana. Se trata de un deseo, una nostalgia de la lejanía como un lamento de ausencias y de privación  en busca de un complemento para un alma insatisfecha.
De modo inconsciente eso es el motor que mueve la industria turística. Pero como pasa con todos los deseos irracionales, detrás  se encuentra la decepción. Generalmente sólo hay un leve eco de aquel sueño en la realidad, y más de uno que había buscado la otra vida vuelve con sensación de desengaño y comienza a forrarse en la superioridad del que cree saber hacer las cosas mejor hablando con desprecio de “da unten” – allá abajo.
Narran  literatos del sur, Julio Gamba por ejemplo, encuentros excéntricos con la cultura del norte: auténticas valquirias se asoman de las ventanas de sus pintorescas mansiones exhibiendo mucha carne y poca gracia, mientras en el restaurante cercano se sirven los codillos de cerdo acompañados de la indigerible colcruta – “Sauerkraut”. Y todo eso se aguanta, porque regada con cerveza, la alemana, el consuelo está servido. Y no faltan las voces actualmente, en plena crisis del pepino, que dicen “¡admirable país, pero la comida llévatela mejor de tu casa!”. Así hace un profesor del Instituto Cervantes, se lleva el cochinillo desde Segovia a Berlín porque “aquí se come muy mal”, dice.  Y una sevillana opina que  a “los alemanes” mucho les gustan “nuestros” pepinos. Hasta los niños se los llevan al colegio, “para picar”. Sin embargo,  el gobierno ya no los deja seguir esta sana costumbre. Y ¿qué extraña conspìración habrá detrás de eso porque están eqiuivocados cuando ellos no suelen equivocarse, estos alemanes?
En mi vida profesional como profesor en Alemania nunca he visto a un niño con un pepino en la mano. Pero sé, que real es lo que se ha visto o lo que uno cree haber visto y siempre solemos ver lo que queremos ver. Comprendo el desengaño que sufre aquel que encuentra lo imperfecto cuando ha esperado la perfección. La admiración, sentimiento irracional, fácilmente se trasnforma en su contrario, el rechazo y el menosprecio.
¿Qué remedio hay contra la proliferación del prejuicio en esa Europa que se declara “Unión Europea”? No lo sé, me temo que hay que vivir con ello y no tomarlo demasiado en serio porque sabemos que el hombre no es un ser racional y se deja llevar por sus emociones.

Manfred Peter  - 12 de junio de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario