Un fantasma recorre toda Europa, el fantasma de la indignación,
presente está en miles de eventos. Y los gobiernos elegidos responden
sonrientes con torpes gestos de comprensión.
Del nuclearazo que han dado los
alemanes y el enfado colectivo de los franceses contra el cambio en “la retraite”,
hasta el pepinazo y la acampada de precarios en la vía pública española, se
hace presente este fenómeno, no completamente nuevo, pero sorprendente por su
intensidad. Y no hablo de las berlusconadas de italianos enfadados con su
erotísimo presidente, ni de Grecia, donde los muy enfadados helenos exhiben con
gusto banderas alemanas con la cruz gamada y pintadas de la canciller vestida
de uniforme nazi. ¿Extraño? NO, porque los alemanes tienen la culpa, más o
menos de todo.
¡Enfadados de toda Europa, uníos! Ocurre, lo que falta hacía, unión de
base, el pueblo enfadado en marcha. En la lengua alemana apareció un nuevo
término. “der Wutbürger” que se podría traducir así como - el ciudadano en cólera -.
¿Y contra qué el noble ciudadano dirige su cólera? Pues contra todo lo
que no le gusta; y eso no nos sorprende porque el número de imperfecciones en
ese mundo es innumerable. Pero hay un hecho curioso: ¿Dónde está el clásico
obrero, el de la bandera roja, o rossa o rouge y rot? Parece que no está
enfadado. ¿Y por qué no? Porque está trabajando y cuando falta trabajo
cobra subvención. El proletariado, aquel histórico motor de la revolución,
ausente está, su cólera histórica ya pasó.
Pero presenciamos la aurora de una nueva vía utópica en Europa, el
ciudadano enfadado, creador de un nuevo orden democrático, el de la vía
directa; porque sus representantes elegidos ya no le representan, dice él.
¿Pero, quién representará a los que no quieren ser representados? Ya
hemos oido una u otra voz de
manifestantes sonantes a triunfo y liderazgo y la experiencia nos dice:
toda rebelión crea pronto su rebelde en jefe, como perro pastor que guía el
rebaño de ovejas.
Ante todo ese enfado, mayormente pacífico, el observador se
pregunta: ¿De dónde viene todo eso?
Ya hace tiempo observamos un cambio profundo mental en el campo de la
educación, los que tratamos a jóvenes adultos; y eso es el rigorismo moral para
valorar eventos del presente y del pasado. Ha nacido una auténtica “cultura de
la denunciación”, llamada así por el profesor Bernhard Schlink[1]
quien observa que sus estudiantes de derecho suelen medir como único y
exclusivo criterio el carácter moral en los proyectos que desarrollan. Todo
tiene que pasar por el medidor de bueno, entonces elogiable, o malo, entonces
despreciable. Y eso vale tanto para temas del pasado como del presente. Las
circunstancias especiales, limitaciones naturales que imponen realidad y vida,
no interesan. Presente está la imagen de un mundo real de gran simpleza que
nada tiene que ver con la compleja realidad. Ha nacido un rigorismo moral que
como unas gafas se antepone a toda observación. El autor a su vez denuncia eso
como el resultado de un mediocre enseñar para creer y menos para saber desde la
infancia. Los jóvenes rebeldes son así, porque así los hemos formado, con
buenas, con buenísimas intenciones.
Manfred Peter
15 de junio de 2011
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