miércoles, 15 de junio de 2011

¡ Indignez–vous –- Empört euch!

Un fantasma recorre toda Europa, el fantasma de la indignación, presente está en miles de eventos. Y los gobiernos elegidos responden sonrientes con torpes gestos de comprensión.
¿Huele eso a revolución?

Del nuclearazo que han  dado los alemanes y el enfado colectivo de los franceses contra el cambio en “la retraite”, hasta el pepinazo y la acampada de precarios en la vía pública española, se hace presente este fenómeno, no completamente nuevo, pero sorprendente por su intensidad. Y no hablo de las berlusconadas de italianos enfadados con su erotísimo presidente, ni de Grecia, donde los muy enfadados helenos exhiben con gusto banderas alemanas con la cruz gamada y pintadas de la canciller vestida de uniforme nazi. ¿Extraño? NO, porque los alemanes tienen la culpa, más o menos de todo.
¡Enfadados de toda Europa, uníos! Ocurre, lo que falta hacía, unión de base, el pueblo enfadado en marcha. En la lengua alemana apareció un nuevo término. “der Wutbürger” que se podría traducir así como  - el ciudadano en cólera -.
¿Y contra qué el noble ciudadano dirige su cólera? Pues contra todo lo que no le gusta; y eso no nos sorprende porque el número de imperfecciones en ese mundo es innumerable. Pero hay un hecho curioso: ¿Dónde está el clásico obrero, el de la bandera roja, o rossa o rouge y rot? Parece que no está enfadado. ¿Y por qué no? Porque está trabajando y cuando falta trabajo cobra subvención. El proletariado, aquel histórico motor de la revolución, ausente está, su cólera histórica ya pasó.
Pero presenciamos la aurora de una nueva vía utópica en Europa, el ciudadano enfadado, creador de un nuevo orden democrático, el de la vía directa; porque sus representantes elegidos ya no le representan, dice él.
¿Pero, quién representará a los que no quieren ser representados? Ya hemos oido una u otra voz de  manifestantes sonantes a triunfo y liderazgo y la experiencia nos dice: toda rebelión crea pronto su rebelde en jefe, como perro pastor que guía el rebaño de ovejas.
Ante todo ese enfado, mayormente pacífico, el observador se pregunta: ¿De dónde viene todo eso?  
Ya hace tiempo observamos un cambio profundo mental en el campo de la educación, los que tratamos a jóvenes adultos; y eso es el rigorismo moral para valorar eventos del presente y del pasado. Ha nacido una auténtica “cultura de la denunciación”, llamada así por el profesor Bernhard Schlink[1] quien observa que sus estudiantes de derecho suelen medir como único y exclusivo criterio el carácter moral en los proyectos que desarrollan. Todo tiene que pasar por el medidor de bueno, entonces elogiable, o malo, entonces despreciable. Y eso vale tanto para temas del pasado como del presente. Las circunstancias especiales, limitaciones naturales que imponen realidad y vida, no interesan. Presente está la imagen de un mundo real de gran simpleza que nada tiene que ver con la compleja realidad. Ha nacido un rigorismo moral que como unas gafas se antepone a toda observación. El autor a su vez denuncia eso como el resultado de un mediocre enseñar para creer y menos para saber desde la infancia. Los jóvenes rebeldes son así, porque así los hemos formado, con buenas, con buenísimas intenciones.

Manfred Peter
15 de junio de 2011



[1] Bernhard Schlink, Die Kultur des Denunziatorischen, Merkur 745, p.473.

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