¡Qué sorpresa me ha causado la noticia que actualmente entre 80 a 90
por cientos de los estudiantes alemanes vienen acompañados de sus padres cuando inician
estudios universitarios! Son sus padres que les buscan la residencia y arreglan
todo lo que se presenta al iniciar la nueva etapa de la vida como
universitarios. La universidad de
Frankfurt organiza reuniones con los
padres de familia, donde se presentan profesores que explican planes de
estudios etc. La entrevista con una mamá preocupada por el bien de su hija
informa que la familia fue al comedor de los estudiantes, a la “Mensa”, para
probar la comida que allí sirven y hacer reclamos por si fuera necesario. Y lo
más curioso es, que todos, los padres,
sus hijos y la autoridad universitaria toman eso como algo completamente normal. Parece que los
términos de intromisión innecesaria y
sobreprotección se descartan y todos,
hasta los mismos gremios docentes así lo
practican. Una tutela en exageración casi insuperable.
La universidad que bajo la sombra de Wilhelm von Humboldt destinada a ser lugar de autonomía, responsabilidad y del libre pensar, lentamente ahora es continuidad de lo que comenzó en el Kindergarten, en la infancia de los estudiantes, quienes cada vez son más jóvenes después de la eliminación de los servicios social o militar obligatorios y de la mayor brevedad de carreras concentradas y especializadas. Así la universidad cada vez más se parece a la escuela que quedó atrás. ¿ Y por qué vamos a extrañarnos? Durante decenios las reformas pedagógicas en la educación secundaria han marchado en esta misma dirección, quitarles responsabilidad y riesgo a los estudiantes para favorecer una mentalidad de iguales con cómodos derechos para todos. Restar importancia al rendimiento académico, evitar el fracaso escolar, eso era el principio de las reformas, no así admitido sino envuelto en términos de sabia pedagogía. Ya está hecho realidad social lo que decenios antes fue un proyecto sicopedagógico. También los sociólogos nos aclaran algo cuando dicen que la distancia entre las generaciones en la actualidad están desapareciendo y padres e hijos ahora se consideran compañeros que marchan juntos sobre el mismo camino. Además, cada vez más se parecen mamás a sus hijas, unidas bajo el mito moderno de la juventud y vestidas de la misma moda. Así, los niños y las niñas no se sienten gobernados y reducidos, hasta alienados de su propio destino, sino consienten con gran alivio lo que se les sugiere y prepara como plato listo, sólo para consumir. Padres e hijos, hermanados bajo un proyecto vital común.
La universidad que bajo la sombra de Wilhelm von Humboldt destinada a ser lugar de autonomía, responsabilidad y del libre pensar, lentamente ahora es continuidad de lo que comenzó en el Kindergarten, en la infancia de los estudiantes, quienes cada vez son más jóvenes después de la eliminación de los servicios social o militar obligatorios y de la mayor brevedad de carreras concentradas y especializadas. Así la universidad cada vez más se parece a la escuela que quedó atrás. ¿ Y por qué vamos a extrañarnos? Durante decenios las reformas pedagógicas en la educación secundaria han marchado en esta misma dirección, quitarles responsabilidad y riesgo a los estudiantes para favorecer una mentalidad de iguales con cómodos derechos para todos. Restar importancia al rendimiento académico, evitar el fracaso escolar, eso era el principio de las reformas, no así admitido sino envuelto en términos de sabia pedagogía. Ya está hecho realidad social lo que decenios antes fue un proyecto sicopedagógico. También los sociólogos nos aclaran algo cuando dicen que la distancia entre las generaciones en la actualidad están desapareciendo y padres e hijos ahora se consideran compañeros que marchan juntos sobre el mismo camino. Además, cada vez más se parecen mamás a sus hijas, unidas bajo el mito moderno de la juventud y vestidas de la misma moda. Así, los niños y las niñas no se sienten gobernados y reducidos, hasta alienados de su propio destino, sino consienten con gran alivio lo que se les sugiere y prepara como plato listo, sólo para consumir. Padres e hijos, hermanados bajo un proyecto vital común.
¿Quién hubiera creido más de medio siglo antes ( cuando yo estiudié)
que así sería la evolución del estudio superior? Inverosímil, otro mundo ajeno
al nuestro, habría sido la respuesta de todos los que entonces repartíamos tiempo de estudios y tiempos de ganar dinero
en un frágil balance, con prontas e imprevisibles caidas. Eso era la aventura
de nuestra vida y el plato de sopa espesa de la “Ein–Topf-Mensa” nos dio compañía.
¡Pero después, lo encontrábais todo arreglado!, dirán los que hoy se
enfrentan a un mercado laboral obstruido por la abundante demanda y la falta de
oportunidades.
Sí, es cierto, los que habíamos sobrepasado la carrera de obstáculos,
encontrábamos trabajo. No sabíamos tanto, no fuimos mejores ni más listos, habíamos
aprendido a resistir. Y fuimos pocos, la mayoría había abandonado. No lo
predico como modelo a imitar. Eran malos tiempos ¿Pero por qué no continuaron
con lo que en ello era auténtico, verdad y sigue siendo virtud?
Y queda una última duda: ¿ Quién asistirá a - llamémosla Lisa - cuando
después de estudios con óptimas perspectivas prometedoras se dedique al reto de
encontrar empleo? Realidad es que entonces está sola y la protección habituada
ya no le vale. Llega lo inesperado que en muchos casos es como la catástrofe
retrasada. Y entonces, el único refugio posible parece ser la indignación y el unirse al coro de los
indignados.
Manfred Peter
23 de junio de 2011
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