sábado, 18 de junio de 2011

"El pueblo es bueno – pero las instituciones son pervertidas.”

(Maximilien de Robespierre)

¿Sonaba detrás de esta proclama el ruido seco del hacha de la guillotina cuando corta las cabezas de los perversos? Todas las revoluciones primero buscan la frase o la palabra clave que será la chispa para explotar pólvora acumulada. El jacobino revolucionario denuncia el mal que hace sufrir un pueblo bueno, pero desheredado y discriminado, luego señala los supuestos responsables de ese mal; y después --- ¡zas, a cortar cabezas! ¿Fue la guillotina el proyecto desde el principio? Seguramente no; pero fue la real consecuencia.

Claro, el jacobinismo moderno no monta la guillotina en la plaza pública, pero pide a gritos que se deshagan aquellas instuciones perversas causantes del mal social; y ante su gesto denunciatorio no se salva nada ni nadie. El indignado se siente autorizado a hacer sus reclamos en nombre de la moral, de la preocupación por el bien común. Su misión ha traido problemas al centro de la sociedad que durante los años de prosperidad eran periféricos. Y la opinión pública los considera serios y auténticos; hay que buscar soluciones. Nadie puede negarlo.
Pero ahí está  la otra cara: se cuestiona la vía democrática. La democracia representativa nació en muchas naciones europeas tras superar regímenes totalitarios o autoritarios. Llamar “el sistema” lo que trajo libertad al continente y cuestionar su fundamento en el nombre de una ideología compuesta de simples recetas doctrinarias, además, actuar en abierta confrontación a las reglas de la constitución democrática, debe poner en alerta a los defensores de la democracia. La democracia imperfecta, pero real, debe anteponerse al reto de las quimeras.
“Wehret den Anfängen!” ( ¡Defendéos desde los comienzos!) ha sido la lección que Alemania sacó de su experiencia histórica terrible. La república parlamentaria de Weimar no se defendió a tiempo contra los que la sabotearon y se impuso el recetario nazi ante la crisis, económica, social y política. Existe una extraña coincidencia en el vocabulario actual de las acusaciones contra la democracia parlamentaria. Recordemos que la exaltada propaganda nazi ganó porque no paraba de hablar de “traición, de corrupción, del sistema de las mentiras, del gobierno criminal, de la sana voluntad del pueblo, de la república de judíos” Ya sabemos cómo finalmente acabó toda esa exaltación y agresividad verbal.
Los actuales problemas en Francia nos dan otro ejemplo de la gravedad de la situación: Una breve selección del noticiero nos habla de incendiar, violar, asesinar y saquear; de agresiones a maestros y a profesores, a policías, damas viejas y pensionistas; de muertes por mujeres, por gestos, por nada. Muertos jóvenes, asesinos jóvenes y cadáveres regados por todo el país. La periodista Nidra Poller[1] habla de la “Intifada Francesa”. Sin embargo, las pruebas que aclaran las causas de esa situación sistemáticamente se esconden: no es correcto mencionar el odio demencial de los jóvenes islámicos contra judíos, su desprecio total de los valores de la república, su rabia y enfado permanente contra las instituciones de la nación que los acogió. Bajo el grito de “fuck la France” ellos dominan numerosos barrios, la “banlieu” está bajo su control. ¿Cómo pasó que estos jóvenes “franceses” se volvieron salvajes? ¿Es la banlieu francesa el “Gaza de la Seine”? se atreve a preguntar la periodista y sabe que ese atrevimiento pronto será castigado con el reproche de ser nacionalista o racista y de defender la opción política de la extrema derecha. Pero una vida civilizada en un orden democrático no es posible sin defender los reales valores que la constituyen.
El bienpensar no solamente en Francia actualmente consiste en disculpar todos los desmanes y abusos cometidos por minorías, en ese caso de islámicos. Los agresores violentos son considerados víctimas de injusticia social, falta de tolerancia y ausencia de ayuda estatal. La culpa no la tienen ellos, sino el estado que los abandonó. Tanto así, que la guerra civil declarada de un numeroso grupo social contra la democracia indirectamente es justificada. Por eso, otro detalle estatístico es mantenido en gran secreto: probablemente el número de inmigrantes islámicos pronto superará los diez millones. Faltan medidas de integración, dicen unos, Francia se islamizará dicen otros.
Las naciones europeas se encuuentran ante un gran reto: ¿Cómo conservar su vida cívica y sus instituciones democráticas para entregarlas a las generaciones venideras?

Manfred Peter,  18 de junio de 2011



[1] Nidra Poller, Intifada in Frankreich, Merkur 745, p. 505.

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