miércoles, 22 de junio de 2011

22 de junio

22 de junio, a las 4 de la madrugada, setenta años atrás, la Wehrmacht invade la Unión Soviética; participan más de tres millones de soldados alemanes con un inmenso potencial bélico, el mayor ejército de la época y el mejor armado.

Setenta años después, en la lejana Rusia, a las 4 de la madrugada, tocan todas las campanas, y millones de personas se reunen en las calles con velas en las manos para conmemorar a sus muertos – veintisiete millones de militares y civiles – que ha causado rechazar la invasión y triunfar sobre los invasores. Todos conocemos lo que pasó, sobre todo el final, la toma de Berlín, la bandera roja sobre la cúpula del Reichstag, la muerte del Führer en su guarida y el final del Tercer Reich entre la  sangre y los escombros: Ende, Aus, punto final, ¡no habrá futuro para Alemania! Eso pensábamos, muchos alemanes sobrevivientes, hasta los niños. Uno de ellos fui yo. Siento escalofrío cuando pienso en eso y sé que con rusos estaremos unidos para siempre, millones de vidas extinguidas pesan sobre nuestra nación. No es la única carga que llevamos encima, pero es la más sangrienta. Formamos “Blutsbruderschaft”[1] con ellos, unión por sangre vertida. Stalin había ahogado a Hitler en la sangre de su propio pueblo, dice  Katja P. Y es cierto, la alianza contra Hitler era desigual, unos – los aliados del oeste – pusieron las bombas , otros – los soviéticos – dieron su sangre.
No recuerdo una fecha fija cuando desperté de mi inocente infancia. Los primeros recuerdos son musicales: las cornetas wagnerianas, compañeras del parte militar en la radio y la sonora voz del interlocutor hablando de victorias y triunfos: “Das Oberkommendo der Wehrmacht gibt bekannt.” Melodías de óperas u operetas repetidas con frecuencia y dedicadas como saludos a soldados en la lejana Rusia; y naturalmente la inevitable canción de Lilimarleen, melodía sentimental con un texto banal, pero popular en todos los frentes. Me pegué a la radio, y Radio Beromünster y el Soldatensender Calais me eran familiares. Mi madre me leía cartas – Feldpostbriefe – que mi padre escribió desde Italia; era soldado de infantería. Pero después, cuando comenzaron los bombardeos sobre Frankfurt y se supo que algo terrible había sucedido en el este – la pérdida de la batalla de Stalingrado – no supimos más nada de él porque su batallón ahora se encontraba en el frente ruso. Sobrevivió y regresó, pero ya no era él que yo recordaba, comencé a temerle. Nunca habló de la guerra, nada sé  que le pasó. Y fue Fritz, guía y tutor, quien me abrió los ojos; él me despertó.[2] A nuestros vecinos llegaron noticias como esta: “Gefallen für Führer, Volk und Vaterland”. Se trató de los tres hijos de la familia, caidos en un solo mes en el este. Yo comencé a crecer, heredé una bicicleta y los zapatos de ellos– mi botín de guerra.
Pero me ocurrió algo que nunca olvidaré. Me topé de pronto con un grupo de prisioneros, eran rusos. Iban acompañados por guardas y tuvieron que descargar vigas de un camión. Eran figuras esqueléticas, salidas temporalmente de un campo de concentración para ejercer esta labor. Llevaban uniformes medio rotos. Su aspécto era terrible. Nunca había visto antes personas degradadas hasta este extremo.  Yo quedé paralizado. Llevaba una carafa con leche en la mano porque me habían mandado a comprarla. En aquel tiempo la leche se vendía suelta, no empacada como hoy. Uno de los guardas me dijo: ¡Véte! Y yo me fui. Temblando llegué a casa y casi derramé la leche. No se la dí a aquellas personas como mi conciencia mandaba, no se la había dado. No fue porque era cobarde, nunca lo he sido. Simplemente me horrorizó lo que acabé de ver y este horror se me quedó clavado para siempre. Nunca olvidé aquella escena, porque comprendí que había visto la cara del mal y sabía que estos rusos estaban destinados a morir miserablemente.  Más tarde entendí que eso era parte de la guerra de exterminio practicada por nuestro ejército en el este.
Y hoy, 22 de junio de 2011, lo recuerdo y a ellos, aquellos seres medio muertos, les pido perdón.

Manfred Peter
22 de junio de 2011



[1] Lo dice la escritora Katja Petrowskaja – vive en Berlín – publica en alemán.
[2] Mi tío Friedrich Peter – Fritz – soldado pionero participó del principio al final en la guerra en Rusia. Sobrevivió y ha sido tutor mío cuando comencé a buscar orientación. Sé mucho sobre su vida y lo he relatado para los amigos en cuatro capítulos. Si al lector de ese texto le interesa, pídamelo.

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