Der Kaspar, der war kerngesund,
Ein dicker Bub und kugelrund,
Er hatte Backen rot und frisch;
Die Suppe aß er hübsch bei Tisch.
Doch einmal fing er an zu schrei’n:
„Ich esse keine Suppe! Nein!
Ich esse meine Suppe nicht!
Nein, meine Suppe ess’ ich nicht!“
—
Und war am fünften
Tage tot.
<El Kaspar, sí que era un niño sano, gordito y redondo, con mejillas
rojas y frescas. Siempre comió la sopa a la hora de comer. Pero, de una vez
comenzó a gritar: "¡No, no como esta sopa, mi sopa no la como, esta sopa
ya no me la comeré más!" ----- Y el quinto día después murió.>
Todos de mi generación conocen estos versos del famoso Struwwelpeter,
escrito por un médico, y publicado en Frankfurt al comienzo del siglo XIX.
Dedicado a la educación de los niños, ha sido difundido por el mundo
entero. Existe una traducción en latín, que ha sido usado en colegios para
actualizar la enseñanza de este idioma clásico.
El Struwwelpeter ha recibido elogios y condenas durante la trayectoria larga
de su difusión; y similar a los cuentos de los hermanos Grimm, fue acusado de
cruel, de sádico y autoritario; y por eso no apto como mensaje pedagógico. Yo
solamente sé que me gustó y me gusta. Me dan risa estos versos. No son ingenuos
los niños, conocen la crueldad. Educadores modernos parten de la ilusión de una
infancia inocente.
¿Por qué me acuerdo de este Kaspar que murió por no comer su sopa?
Pues precisamente hoy presenciamos otro episodio más, inspirado por
intereses políticos, de una llamada "huelga general" en todos los
sectores de la educación y muchos miles de niños, a través de toda la geografía
española, exhiben en pancartas que ya no comerán esta sopa, no - así como está
- "no la comeremos". Lo que hacen, es boicotear a que les enseñen.
Los iniciadores pretenden de este modo presionar sobre los que consideran
culpables de un cambio o de modificación del sistema de educación.
No entro en este debate. Pero sé, que estos niños deformados de estudiantes
a victimas de la manipulación interesada, se quedan sin clases.
Y está claro, no les espera el triste destino de Kaspar, sólo se trata de
otra inanición, la de prolongar su ignorancia. ¡Pobre Kaspar! digo yo.
friedrichmp 24 de octubre de 2013
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