En enero del año
1792 se oyeron violentos golpes a la puerta de una casa en un céntrico barrio
parisino. Armados con picas y con sus gorros rojos frigios, el grupo de
jacobinos se presentó como la revolución ambulante.
La puerta se abrió, y
uno de ellos preguntó:
–¿Vive aquí el
hombre grande?
–¿Por qué pregunta?
contestó una voz.
–Venimos a
recortarle un poco, replicaron al unisono.
Se llamaba, o se
hizo llamar, Antoine Comte de Rivarol.
Tenía treinta y nueve años, y ya era famoso, un hombre de letras, prestigioso
ejemplar de la Ilustración europea, portador de condecoraciones; una de ellas por
ser miembro activo de la Académie prusiana en Berlín. En 1783 le nombró le roi
Fréderic II, afrancesado como sabemos. Y allá se había marchado el dicho
Rivarol, antes de que la revolución ambulante viniera a cortarle la cabeza.
En realidad, Rivarol
no era conde ni nada, hijo de tabernero, pero dueño experto de las letras del
alfabeto, para tener autoridad de hacerse llamar conde; infunde respeto y
grandeza, pero con peligro para la cabeza, porque con las palabras cambian las
cosas; de la vida a la muerte sólo es cuestión de un corte limpio de
guillotina.
Hoy Rivarol está olvidado.
Sin embargo, merece ser recordado, porque hay autores de escritos que se
inscribieron en la memoria colectiva, por unas breves páginas de texto o por un
solo poema, y Rivarol es uno de ellos.
Hay quien le llama
romántico por dedicarse a defender causas perdidas; y fue durante la emigración
cuando creció su creatividad expresando ideas dirigidas al corazón de su
tiempo.
¿Y qué sabe un
filósofo del tiempo en el que vive?
–Pues nada, insinúa
Rivarol;
tiene que alejarse
de la pura teoría, cuajada en palabras, como libertad (verba), y acercarse a hechos, a la realidad como guillotina (res); y
por eso: ¡Res non Verba! es
la cuestión.
¿Quién va confiar la
protección de su vida a un maestro de esgrima que nunca ha visto una espada
afilada?
¿Quién puede seguir
a un general, cuando este nunca ha visto un campo de batalla, su sangre, sus
muertos?
¿Quién hace caso a
un borracho, cuando este predica sobriedad?
Rivarol despertó del sueño de la teoría hacia
la vida, a su calor y olor, también a su dolor y belleza. Muy pocos han sabido
seguirle. Pero, amenazado de muerte, encontró algo mejor que la distracción
entre salones de eruditos, vida superficial y superflua al estilo de Voltaire.
La Revolución le despertó; el populacho
extasiado le asustó,
y el entusiasmo, enemigo de lo racional, de la
claridad y de la justa medida, pretensioso de verdad, pero culpable de nuevas
injusticias.
–¡Claro, eso pasa a todo conservador y amante
del pasado! se dirá.
–Bien los conocemos a estos enemigos del
progreso social y humano, a los amigos de privilegios caducados, a los
reaccionarios contra la modernidad.
–¡No, contestará Rivarol,
–no quiero revivir el pasado, ni jutifico
errores; defiendo lo que es inalterable, lo que siempre es válido, ayer, hoy y
mañana!
Y lo encontramos
redactado en los –Maximes – como los siguientes:
–
Los pueblos civilizados no
están más alejados de la barbarie, como el óxido lo es del hierro. Los pueblos
son como metales, sólo pulidos superficialmente.
– Cuando un ejército
depende del pueblo, quien manda será un gobierno miltar.
– El pueblo
entusiasmado sólo es capacitado para masacrar.
– El egoismo y las
pasiones son inalterables; reyes y pueblos nada aprenden de la historia.
– Según Voltaire, los
hombres serán libres cuando estén ilustrados. Sus seguidores proclamaron, siendo
libres que serán ilustrados ¡qué destrucción causaron!
– Cansados del orden,
los franceses comenzaron a masacrar; cansados de masacrar se sometieron a
Napoleón; y este les hizo masacrar en sus campañas.
– Todas las
revoluciones las finaliza el sable.
– Déspota es quien hereda el poder del pueblo.
– El oro es rey de
reyes.
– Para el populacho no
existe el Siglo de las Luces, no hay privilegio de una nación, es irracional y
es caníbale siempre y en todo lugar.
– Un ejército que
sirve para oprimir a otros, ha sido oprimido con anterioridad; el martillo
corresponde al yunque.
– De lo imposible no
nace ningún derecho.
– Los filósofos se
equivocaron acerca del pueblo, creyendo que los pequeños se ilustrarían, pero
los grandes no.
– El cielo os proteja
del amor de una mujer inglesa.
(Aquí Rivarol se reía porque era un filósofo con risa y sarcasmos)[1]
¡ Res non Verba!
friedrichmanfredpeter
9-Sep-13
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