<<Im Spiegel>>[1]
Mirándome en el espejo –
dice el escritor premiado con el Nobel de Literatura – siento verguenza, porque tengo que
confesar que soy un fracasado escolar. No soy bachiller, ni siquiera llegué a
Prima del Gymnasium[2]. Ya
en Sekunda fuí perezoso, indócil odiando todo aquello. Los profesores de este
famoso venerable instituto me odiaron y tuvieron toda la razón, porque según su
experiencia y con toda probabilidad, lo que me esperaba era el fracaso. Sin
embargo, gocé de cierto renombre ante algunos compañeros por motivos
indefinidos. Finalmente me dieron el certificado que me otorgaba el deseado
privilegio de prestar sólo un año de servicio militar[3].
Y con eso salí y me trasladé a Múnich, donde mi madre se había mudado después
de la muerte de mi padre, un importante empresario de importación de trigo en la ciudad de Lübeck[4].
Y me coloqué como Volontär[5]
en una oficina de seguros contra incendios para evitar hacer lo que más me
hubiera gustado: no hacer nada.
Pero, en lugar de ocuparme del trabajo como era debido, me dediqué a escribir un cuento, todo secreto naturalmente, que logré publicar en una revista. Era un cuento de amores y fui muy orgulloso de ello.
Pero, en lugar de ocuparme del trabajo como era debido, me dediqué a escribir un cuento, todo secreto naturalmente, que logré publicar en una revista. Era un cuento de amores y fui muy orgulloso de ello.
Abandoné la oficina antes de que me echaran y presumí que desde ahora
quisiera ser periodista y asistí a conferencias universitarias sobre varios
temas, desde la economía hasta la historia y la literatura. Pero después de un
año, lo dejé todo y me fui a Roma, donde pasé un año sin hacer nada más que de
día leyendo, y tomando ponche y jugendo dominó por las noches. Tuve escasamente
los medios para vivir y fumar estos cigarillos Soldo, que vende el estado
italiano para subsistir. A mí me gustaron con obsesión.
Volví a Múnich, delgado, más moreno y peor vestido; y me vi obligado a
hacer uso de aquel certificado para prestar el servicio militar. Sin embargo,
si alguien esperaba que la vida militar me hubiese servido para algo, estaría
decepcionado, porque después de sólo tres meses
me soltaron. No pude acostumbrarme a la marcha militar y desfilar me era
imposible. Me puse enfermo crónico. Claro, el cuerpo obedece al espìritu, y si
lo hubiese querido de verdad, habría podido vencer este mal.
Bien, lo abandoné, y al pisar el cuarto decenio de mi vida, nada había
logrado, sólo fui uno de los redactores de la revista Simplizissimus[6].
¿Y ahora qué? ¿Me van a encontrar envuelto en una bufanda de lana y con
la mirada perdida en un bar de anarquistas?
¡Nada de eso! La fama me rodea. Nada es comparable con la suerte mía.
Estoy casado, tengo una bella esposa – una princesa de mujer. Su padre es
profesor universitario del rey de Baviera, y ella a su vez ha aprobado el
Abitur (el bachillerato alemán) y no me menosprecia, tengo dos hijos con
talentos notables. Soy el dueño de una vivienda elegante con luz eléctrica en
el centro. toda dotada del comfort moderno, con muebles de diseño, alfombras y
pinturas.
La casa está bien atendida por dos muchachas de servicio y un perro
escosés.
Yo por la mañana consumo croasants y sólo gasto botas de charol.
¿Qué más? Hago viajes fabulosos. Asociasiones ilustres me invitan a
visitar las ciudades. Me presento vestido de levita, y la gente me aplaude
cuando me ve. También visité la ciudad donde nací. Me entregaron una corona de
laurel, me aplaudieron con gestos de máximo respeto.
Militares con sus damas jóvenes me piden el favor de un autógrafo. Y si
mañana me entregaran un alta condecoración, me lo tomaría todo tranquilamente.
¿Pero, por qué todo eso? ¿Por qué motivo y para qué? Yo no he cambiado,
no he mejorado nada. Solamente he continuado haciendo lo que siempre he hecho,
cuando fui el último, es decir, soñar, leer libros poéticos y fabricarlos
también. Por eso estoy ahora en la gloria.
¿Pero es eso el premio correcto de mi actuación? Si los vigilantes de
mis años de juventud me vieran ahora, comenzarían a dudar de sus criterios.
Los que han hojeado mis escritos, sabrán que no soy amigo de la forma
de vida de un artista y a los poetas los trato con máxima desconfianza. Por eso
me extrañan tanto los honores que rinde
la sociedad a esta especie humana. Sé lo que son los poetas, porque soy uno de
ellos. Para decirlo en breve: Un poeta es un cumpa que para ninguna actividad
seria sirve. No es útil al estado por rebelde. No necesita una inteligencia
notable. Basta con ser lento e imaginativo como he sido yo siempre, algo
infantil con tendencia de estafador. No merecería otra cosa que un silencioso
desprecio. Sin embargo, sucede que la sociedad le ofrece la oportunidad de
obtener admiración y gozar de buena vida.
Bueno, a mi me viene bien porque me aprovecho de ello. Pero no es
correcto, porque está estimulando el vicio y no la virtud.
Transcripción desde el alemán
Comentario: No
friedrichmanfredpeter febrero
de 2013
[1] Deutsches Lesebuch, dtv weltliteratur 2092, Munchen 1981.
[2] Prima corresponde a los cursos 12 y 13 del Gymnasium (escuela de
bachillerato alemana)
Sekunda son los cursos 10 y 11.
[3] El servicio militar recortado duró sólo un año para reclutas con
diploma de Sekunda.
[4] Lübeck es una ciudad hanseática, junta al mar Báltico
[5] Aprendiz - practicante
[6] Una revista satírica durante los años de la monarquía en Alemania.
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