Así se llama una nueva forma de conocer el mundo a través del glamorous
camping.[1]
El viajero, si se le puede llamar así, desde su lujosa residencia en plena
selva o desierto, conocerá el mundo exótico de sus deseos. Pagará caro por ello
y estará mejor que en su casa, dicen los
que promocionan esta nueva forma de hacer camping. Se trata de un hotel de
cinco estrellas al aire libre, pero sin mosquitos ni cucarachas y con aire
acondicionado invisible bajo un cielo estrellado.
La industria del turismo no para de crear innovaciones para sacarle el dinero del bolsillo a su clientela frustrada de aburrimiento, y ofrece lugares de encanto para huir, escaparse y al mismo tiempo estar como en casa, mejor todavía.
La industria del turismo no para de crear innovaciones para sacarle el dinero del bolsillo a su clientela frustrada de aburrimiento, y ofrece lugares de encanto para huir, escaparse y al mismo tiempo estar como en casa, mejor todavía.
¿Entonces, qué van a conocer?
En el fondo, nada, pues nada les interesa. Diversión exótica se vende,
y diversión se compra; agotados se van, y recuperados esperan volver.
–Aventura tengo bastante en mi casa, contesta un cliente contento.
–Aquí descanso, qué bien se está, de maravilla.
¿Quién de los viajeros de mi generación hubiese imaginado que viajar
evolucionaría a ser un simple producto más del consumismo de la masa, diseñado
y fabricado con esmero y perfección? Un artículo más en la oferta turística.
¿Cómo hay que llamar eso? ¿progreso o degeneración? ¿estúpida manía de
ricos o alternativa de vacaciones modernas?
Turismo, como síntesis de fiesta y diversión, limita a un mínimo el
encuentro con el mundo de la gente y de culturas diferentes. Su clientela se recluta entre el número
elevado de personas con el síndrome <burn out> como dicen los sicólogos.
El tratamiento de este estado sicopatológico es moverse de un lugar para otro,
sacarse una foto con elefantes, leones o algún tipo disfrazado de indio o
habitante exótico. Y eso produce olvidar temporalmente el estrés y las manías
neuróticas adquiridas en el agotador activismo diario. La permanente
preocupación es reemplazada por la despreocupación completa. Manos invisibles
procuran que la satisfacción sea total, que nada falte.
Vivir las sorpresas, es la droga de descanso que el cliente busca y los
escenarios son realmente excambiables: el Caribe, África, la jungla de
Centroamérica, etc. Todas las cumbres, todas las islas son alcanzables; sólo es
cuestión de dinero. Es un mercado inagotable de ofertas para una sociedad en
crisis que ha dejado de ser curiosa. Salir, marcharse a ir lejos, pero que todo
sea como en casa, que nada me falte.
¡Sientase como en su casa! Así
saludan al viajero moderno; y eso le sienta bien, es lo que había esperado
cuando se escapó para disfrutar de los mejores momentos del año.
Dijo Goethe, viajero dos siglos atrás, que viajar era sufrir
incomodidad.
La industria turística ha logrado montar un inmenso escenario teatral
de disfraces para todos los gustos, con riesgos excluidos. Todo comodísimo.
Y todos contentos, según las voces que se oyen, con excepción de uno u
otro incurable, nostálgico de lo que había sido una vez la aventura de este
mundo, y que ahora estará desterrada a Neverland, al país del nunca jamás.
friedrichmanfredpeter febrero
2013
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