<<Si les dicen que me perdí, que me busquen en La Habana>>
Eso escribió el poeta Lorca después de perderse, saliendo de la triste y
monótona Nueva York. También Ernest Hemingway llegó para quedarse, cerca del
Malecón..
Hay lugares de embrujo que encantan
e invitan a permanecer. En la Colombia que conozco abundan. Comprendo eso, lo
comparto, aunque no tengo aprecio, ni por Lorca, ni por Hemingway. No me fio de
sus emociones. Y con Borges repito, que ambos han hecho de la emoción una
profesión. Lorca, el andaluz profesional, con sus lunas llenas y yeguas en
ristre, cuando la muerte le contempla, y Hemingway entre güisqui y ginebra
esperando morir matando. Ambos vivieron muriéndose y lograron el final
dramático pronosticado por ellos.
Aun menos me fío de las ideologías.
De todas. Siempre me recuerdan a Orwell que los llamó argumentos falaces y
torcidos, el double-think, que
consiste en actuar exactamente en lo contrario de lo que se dice: armas para la
paz, odio para amar a la patria, etc. Mentiras para ganar poder e influencia.
Yo no conozco Cuba, pero doy la razón a Cabrero Infante que si es cubano,
cuando dice que todos los tiranos son el mismo tirano, aunque se disfracen de
<Circe con uniforme> que convierte en cerdos a sus amantes. Yo, como él,
soy un reaccionario de izquierdas.
Aun vivimos en la sombra del siglo
XX que ha sido mortífero con el universo humano, cuando ya se anuncia el acto
siguiente con las banderas nuevas de fanatismos exhibiéndose: <Aquí estamos,
los estúpidos de siempre> ¿Nunca nos libraremos de ellos?
Quisiera ser más optimista para creer en el poder formativo de
lugares con encanto como La Habana y tantos otros más. Pero veo que no se me
presentará este lugar ideal para vivir. Aun no lo he encontrado.
Nunca hablé de los mininos, de los
que recogí de las calles abandonados. La última se integró bien y es fiel
seguidora igual que los otros que se mueven por mi taller y el jardín. No
siempre se quedan, son curiosos para experimentar lo que hay detrás de los
muros. Y eso es a veces su perdición. Aquí la gente <son como son>, eso
dicen ellos, y justifican la barbarie del comportamiento cruel e insensato. Son
buena gente, lo digo con el juicio adquirido durante años de convivencia. Pero
mi exótico comportamiento aquí llama la atención. Si ayudan a animales
abandonados, lo hacen discretamente para que nadie se de cuenta. Parece que se
avergüenzan de ello. Gente de mi edad viven encarcelados en sus
obsesiones, no se liberan de lo que desde la infancia se les había enseñado:
<Todo lo que no conoces y lo que no es tuyo, ¡Espántalo!> Si hubiese aun
leyes contra herejes, los quemarían. Con nuevos insignios naturalmente. La
Santa Inquisición aun da toquecitos a las conciencias produciendo intolerantes.
¿Serán los últimos? No lo creo.
Debo admitir, siempre he tenido el
privilegio que los que maúllan y ladran me confian, a veces hasta sus vidas. No
sé por qué lo hacen. ¿Será porque me toman por uno de ellos? Pero no ladro ni
maullo. Basta con mirarnos y nos entendemos. Así es de sencillo.
Hay muchas anécdotas sobre eso: Me
han perseguido cisnes, patos, gansos y perros; y nunca me me ha mordido un
perro, cuando yo de joven estudiante tuve que ir a casas ajenas para entregar
compras. Así me ganaba el bocadillo y algo más.
Aquí suele estar esperando un perro
cuando salgo a comprar. Va conmigo como si fuera su dueño. Somos amigos, y eso
es más.
Cuando mi hijo Gregor vivió y
trabajó en Bogotá tenía una perra que se hizo amiga mía inseparable. Cuando
regresé a España, Gregor me contó que la perra había cogido el gorro mío dejado
atrás y siempre durmió con él. Poco a poco lo comió.
Lo que cuenta la leyenda de San
Francisco, quien predicó a los animales, me parece plenamente creible. Cuando
en nuestra mente se transforman en alimañas, algo dramático ocurre: Acabamos
siendo cazadores de leones en África si nos llamamos Hemingway y cazando
elefantes en Botsuana si somos el rey de España.
¡Ellos allá!
friedrichmanfredpeter, en diciembre 12
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