lunes, 24 de diciembre de 2012

¿Barroco o Barroquismo?

La fascinación por el arte barroco es comprensible, lo comparten millones de personas. Son las islas del pasado que forman el sentido estético del presente. Esa sentencia de Theodor Adorno me parece acertada. España en especial está repleta de tales islas que constituyen la atractividad de Sevilla. Es riqueza cultural impresionante, permanente revivir del pasado.
La Semana Santa o la Romería del Rocío insinúan que el Siglo de Oro todavía no ha pasado. Y la gente, casi en su totalidad, participan de forma activa o pasiva; hechos que entusiasman al visitante turista. Además, le atraen la primavera, el olor a azahar, las tapas selectas de los bares. Es como un vivir fuera del tiempo.

¿Pero, no se paga toda esta gloria con un precio elevado?
¿No se trata de una aparente desadaptación a la modernidad?
Costoso para la generación que estudia sin perspectivas.
No me refiero al mensaje religioso, que para muchos participantes activos suele ser efimero y de carácter decorativo para muchos espectadores. Pero el mensaje vistoso está claro: Aquí rigen otras reglas que en las demás sociedades europeas que han pasado por la evolución de los tiempos y han sufrido choques traumáticos que en España no se han vivido.
Y me pregunto: ¿Tiene algo que ver la crisis económica, social y política de España y especialmente en Andalucía con esa herencia permanentemente revivida?
España siempre fue especial al no compartir lo que conmovía el continente. Sus revoluciones fueron contrarrevoluciones. Parte importante y económicamente activa de la población, judíos y moriscos fueron expulsados, herejes quemados, creadores de teorías incómodas desterrados, investigadores despreciados, gritar ¡Libertad! significaba – ¡Vivan las cadenas! etc.  Me cuentan personas de edad que en su infancia, la misma policía local vigilaba el debido comportamiento respetuoso ante los espectáculos devotos en la calle.
Y no es extraño: sólo hubo una fase efímera de la ilustración, el siglo de las luces no iluminaba el país detrás del Pirineo; y el polémico Anatole France hizo comenzar ahí África. El discurso filosófico hasta bien entrada al siglo XX se empobreció y se radicalizó en la voz popular. Un hecho palpable hasta hoy. El verbo que más se usa en el discurso político de izquierda es "luchar", cuando importaría "buscar" la vía más oportuna para sacudir el polvo del pasado y salir del atraso histórico. Pero ser de izquierda es invertir a la derecha, porque “mis principios” deben ser contrarios a los del otro bando. Y ser de derecha es mantener el control sobre economía y red social excluyendo a los rivales. Pero ambos están de acuerdo en una sola cosa: premios a la mediocridad. Y su primera víctima: la educación.
Y naturalmente, no se le escucha, ni se le invita, simplemente se le ignora al otro, al que no es como yo. Los nacionalismos localistas son excluyentes, no admiten diálogo, pero permiten toda clase de negocio privado en la sombra del eslogan patriótico: ¡Enriquécete, tú eres de los nuestros! Decir eso sería indecente, pero pensarlo, lo piensan todos.
Aquí, mayoría de puestos – privados o políticos - se reparten por influencias, no por méritos, porque padrinazgo es socialmente justificado y no se le considera corrupción.
El barroquismo vivido y palpable en toda fiesta es la viva expresión del estancamiento. La mente preformada no acepta otro lenguaje cultural. El precio es el aislamiento real en el mundo moderno, la caida en la sinimportancia. El país nunca fue capaz de elegir a un presidente de gobierno que hablara un idioma extranjero. La industria casi no produce inovación. Todas las miradas estrictamente se dirigen hacia el interior del país, a la propia región autonómica, al pueblo donde radica la vida y donde se esperan los resultados de la lotería nacional o el marcador del club de futbol en primera plana. A la media mañana todo empleado abandona su puesto de trabajo para ir al bar a desayunar. La gente que espere, y esperan conformes, es un derecho social. Simpático. 
Me enviaron no hace mucho el relato de unos jóvenes madrileños sobre su viaje a Colombia. Disfrutaron mucho, dicen; pero, no vieron nada de nada, sólo ocupados con mil tonterías y diversiones. Muy diciente el comienzo del relato: " Me escapé unos días,---"No se dieron cuenta que habían visitado un país en guerra sangrienta.
Me atrevo a escribir eso, porque la crisis que atraviesa España toca el fundamento. Reparaciones de fachada ya no sirven. Se acabaron las pinturas.
¿Qué hacer? Un primer paso debe ser encarar la propia situación, cuidar la cultura del barroco, pero dejar barroquismos atrás.

friedrichmanfredpeter    24 de dic. de 12

No hay comentarios:

Publicar un comentario