La fascinación por el arte barroco
es comprensible, lo comparten millones de personas. Son las islas del pasado
que forman el sentido estético del presente. Esa sentencia de Theodor Adorno me
parece acertada. España en especial está repleta de tales islas que constituyen
la atractividad de Sevilla. Es riqueza cultural impresionante, permanente
revivir del pasado.
La Semana Santa o la Romería del Rocío
insinúan que el Siglo de Oro todavía no ha pasado. Y la gente, casi en su totalidad,
participan de forma activa o pasiva; hechos que entusiasman al visitante
turista. Además, le atraen la primavera, el olor a azahar, las tapas selectas
de los bares. Es como un vivir fuera del tiempo.
¿No se trata de una aparente
desadaptación a la modernidad?
Costoso para la generación que
estudia sin perspectivas.
No me refiero al mensaje religioso, que para muchos participantes activos suele ser efimero y de carácter
decorativo para muchos espectadores. Pero el mensaje vistoso está claro: Aquí
rigen otras reglas que en las demás sociedades europeas que han pasado por la
evolución de los tiempos y han sufrido choques traumáticos que en España no se
han vivido.
Y me pregunto: ¿Tiene algo que ver
la crisis económica, social y política de España y especialmente en Andalucía
con esa herencia permanentemente revivida?
España siempre fue especial al no
compartir lo que conmovía el continente. Sus revoluciones fueron
contrarrevoluciones. Parte importante y económicamente activa de la población,
judíos y moriscos fueron expulsados, herejes quemados, creadores de teorías
incómodas desterrados, investigadores despreciados, gritar ¡Libertad!
significaba – ¡Vivan las cadenas! etc. Me
cuentan personas de edad que en su infancia, la misma policía local vigilaba el
debido comportamiento respetuoso ante los espectáculos devotos en la calle.
Y no es extraño: sólo hubo una fase
efímera de la ilustración, el siglo de las luces no iluminaba el país detrás
del Pirineo; y el polémico Anatole France hizo comenzar ahí África. El discurso
filosófico hasta bien entrada al siglo XX se empobreció y se radicalizó en la
voz popular. Un hecho palpable hasta hoy. El verbo que más se usa en el
discurso político de izquierda es "luchar", cuando importaría
"buscar" la vía más oportuna para sacudir el polvo del pasado y salir
del atraso histórico. Pero ser de izquierda es invertir a la derecha, porque “mis
principios” deben ser contrarios a los del otro bando. Y ser de derecha es mantener
el control sobre economía y red social excluyendo a los rivales. Pero ambos
están de acuerdo en una sola cosa: premios a la mediocridad. Y su primera
víctima: la educación.
Y naturalmente, no se le escucha, ni
se le invita, simplemente se le ignora al otro, al que no es como yo. Los
nacionalismos localistas son excluyentes, no admiten diálogo, pero permiten
toda clase de negocio privado en la sombra del eslogan patriótico: ¡Enriquécete,
tú eres de los nuestros! Decir eso sería indecente, pero pensarlo, lo piensan
todos.
Aquí, mayoría de puestos – privados
o políticos - se reparten por influencias, no por méritos, porque padrinazgo es
socialmente justificado y no se le considera corrupción.
El barroquismo vivido y palpable en
toda fiesta es la viva expresión del estancamiento. La mente preformada no
acepta otro lenguaje cultural. El precio es el aislamiento real en el mundo
moderno, la caida en la sinimportancia. El país nunca fue capaz de elegir a un
presidente de gobierno que hablara un idioma extranjero. La industria casi no
produce inovación. Todas las miradas estrictamente se dirigen hacia el interior
del país, a la propia región autonómica, al pueblo donde radica la vida y donde
se esperan los resultados de la lotería nacional o el marcador del club de
futbol en primera plana. A la media mañana todo empleado abandona su puesto de
trabajo para ir al bar a desayunar. La gente que espere, y esperan conformes, es
un derecho social. Simpático.
Me enviaron no hace mucho el relato
de unos jóvenes madrileños sobre su viaje a Colombia. Disfrutaron mucho, dicen;
pero, no vieron nada de nada, sólo ocupados con mil tonterías y diversiones.
Muy diciente el comienzo del relato: " Me escapé unos días,---"No se
dieron cuenta que habían visitado un país en guerra sangrienta.
Me atrevo a escribir eso, porque la
crisis que atraviesa España toca el fundamento. Reparaciones de fachada ya no
sirven. Se acabaron las pinturas.
¿Qué hacer? Un primer paso debe ser
encarar la propia situación, cuidar la cultura del barroco, pero dejar barroquismos
atrás.
friedrichmanfredpeter 24 de dic. de 12
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