me preguntan.
Sé, que es raro, un alemán escribiendo en español. Y más, sabiendo que no lo sé hacer perfectamente. Por lo menos, no tan bien para tomarme por un escritor en la lengua española. Comprendo que es un hecho que despierta confusión, extrañeza.
Una lengua practicada desde la infancia – la primera – suele estar cargada de experiencias pesonales y traumas múltiples. Hay en ella una asimetría entre reflexión y emoción. El alemán no sólo suena diferente, despierta en el subconsciente emociones y asocia automáticamente imágenes e impresiones vividas. Eso no ocurre en mí cuando hago uso del español, una lengua adquirida paralelamente con otras en un principio, pero predominante con el tiempo vivido y trabajado. Ya son muchos años.
Cuando intento describir una impresión de la forma más objetiva, el alemán se me presenta como obstáculo. La cadencia de las mismas palabras me insinúan permanente subjetividad, y eso cuando las cosas no suelen ser como yo las veo. Usando el español parece que me alejo de mi mismo y me acerco más a lo que busco, entender lo que en realidad ha pasado. Me interesa llegar al grano para contar lo sucedido. Digo eso como historiador.
Creo que eso no solamente me pasa a mí. Conozco pocos textos sobre nuestra historia reciente, escritos por autores alemanes, que valen la pena ser recordados. Suelen estar sobrecargados de emocionalidad o de discursos filosófico teóricos. Habermas es un ejemplo patético de esa tendencia general. Es discurso pedagógico en permanencia. Parece que el autor se refugia a la interpretación, porque no puede soportar encarar los hechos, sin más pretensión que esta.
Da mil rodeos para decir finalmente lo que todos ya sabemos. Parece enmascarar un sentimiento de culpabilidad con un derroche de declamaciones, todas lúcidas, admirables y bien intencionadas, pero falseadas, en el fondo, no auténticas. Demostrar moralidad intachable es una condición primaria del que escribe en alemán para alemanes naturalmente. Es la ley. El público así lo desea, parece. Y se ha creado ya un término que caracteriza tal actitud: <Der Gutmensch> – el hombre bueno, su caráctyer esencial es la bondad, que roza a veces la simpleza y la idiotez, se ha hecho dueño del escenario público. Su presencia en televisión es patética.
Y frecuentemente el público así lo espera. Recuerdo que en unas jornadas sobre Latinoamérica donde yo fui invitado y aporté una conferencia, en la discusión posterior fui preguntado ---- sobre Auschwitz.
No es de extrañar que todo político alemán, indiferente de la casilla ideológica que representa, tiene en cuenta que esa pregunta a su público extranjero interesa. Y ya viene prevenido con las frases indicadas al respecto. Así hacen políticos alemanes de la oposición y en el gobierno. Se les pide una declaración, ellos la dan; es rutina.
Hasta hoy no queda claro, si la caida a rodillas del antiguo canciller Willy Brandt en el lugar del antiguo gueto de Varsovia fue un acto espontáneo o un gesto premetitado de publicidad; hay gestos que son lenguaje patético, expresan sentimientos y suscitan respuestas. La respuesta del mundo entero hacia Brandt fue lo esperado: admiración.
Admito que al dejar atrás el uso de mi lengua primaria, trato de liberarme un poco de esa obligación rutinaria de decir siempre lo que es considerado correcto y lo que el público ansioso desea oir.
Ocurrió algo en Europa que no había esperado, y esto es la renacionalición de sentimientos primarios en casi todos los temas de actualidad. Lo que parecía pasado, olvidado y recluido en la noche de la historia, ha vuelto a presentarse. La actualidad exige investigación, explicación y no remordimiento y enfado moral que nada aportan.
El periodista Hermann Tertsch, admirado por muchos en España, por su estilo lúcido en los artículos que escribe, lo ha sufrido en carne propia. Le han llamado <judío – nazi>, le agredieron en la calle. Y todo ello por distinguirse de la masa estúpida que hay, por ser judío de lengua alemana y brillante estilista español a la vez.
No pretendo compararme con él, sólo busco acercarme a una respuesta a la pregunta del principio:¿Por qué el alemán no me parece el instrumento idóneo para mis artículos?
Me dirijo a unos pocos lectores selectos, mis ideas chocan contra la mentalidad de la gran mayoría del público, si las conociera. No las conocen. Asi, paso inadvertido, vivo tranquilo y me dejan en paz.
friedrichmanfredpeter - 31 de diciembre de 2012
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